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La "inteligencia" Mexicana.


Enviado por   •  3 de Noviembre de 2014  •  1.544 Palabras (7 Páginas)  •  191 Visitas

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La “inteligencia” mexicana.

Paz define de la siguiente manera a la “inteligencia” mexicana: “sector que ha hecho del pensamiento crítico su actividad vital” aunque señala que la obra de esta “inteligencia” no se encuentra del todo en libros, sino más bien en su influencia en la obra pública. Y es José Vasconcelos, el fundador de la educación moderna en México, el primero en citar. Miembro del grupo ateneo, secretario de educación pública que pretende continuar la obra de justo sierra: ampliar la educación elemental y perfeccionar la enseñanza superior. Vasconcelos funda sus principios educativos en la tradición. La nueva educación, anota paz, “se funda en la sangre, la lengua y el pueblo”. El filósofo y escritor, nutre su proyecto con la revolución, colaboran poetas, escritores, pintores, artistas en general, que como Vasconcelos, siente al periodo revolucionario como la verdadera cara de México. Emergen las artes populares, los muros son para los muralistas y se fundan escuelas en todos los rincones de México. La literatura mexicana, reflexiona sobre la conquista y el pasado indígena, y los autores más atrevidos en la reciente revolución. Había que levantar al país y quién mejor que los intelectuales para hacerlo. Los caudillos se allegaron de gente de estudios, y muy pronto: los poetas estudiaron economía, los novelistas se hicieron abogados y ejemplos por el estilo. Por supuesto que no todos los miembros de la “inteligencia” colaboraron; algunos incluso se opusieron al régimen y como en el caso de Manuel Gómez Morín y otros, fundaron el partido de oposición. La acción nacional otros miembros de la “inteligencia” que por su impacto nombra el autor serían: Samuel ramos, autor de el perfil del hombre y la cultura en México, primer estudio del mexicano y antecedente directo de el laberinto de la soledad, Jorge cuesta, quien dedica su obra a indagar el sentido de nuestras tradiciones, Daniel Cosío Villegas, fundador del fondo de cultura económica, textos de todo tipo al alcance de todos, José Gaos, exiliado español y filósofo, Alfonso Reyes, escritor apasionado, poeta crítico y ensayista, quien pretendía “buscar el alma nacional” Leopoldo zea, historiador, y algunos más de tipo político. Concluye paz, “exceptuando la revolución hemos vivido nuestra historia como un episodio de la del mundo entero. Nuestras ideas, así mismo, nunca han sido nuestras del todo, sino herencia o conquista de las engendradas por Europa” sin embargo, sostiene “el mundo moderno ya no tiene ideas” México, a partir de su conquista, fue influenciado por las ideas liberales, que como el mundo mismo, se tenían que actualizar. La diferencia histórica de una Europa: vanguardia de las artes, las guerras, las ideas y el pensamiento filosófico, con un México nacido de la violencia y cursando un tiempo histórico distinto, fue lo sucedido.

Pero a partir de la revolución, México y el mundo viven al día. “con un futuro por inventar”. El laberinto de la soledad es el ensayo más original de Octavio paz: lectura crítica de la historia de México y de su idiosincrasia, es también una visión poética de su naturaleza más profunda. En los cinco años de la muerte de Octavio paz, le rendimos este homenaje a través de la lectura crítica de uno de sus títulos más señeros y reveladores. La soledad del laberinto 1889 o quedad nadie en México, salvo Octavio paz, había visto en la palabra soledad un rasgo constitutivo, esencial digamos, del país y sus hombres, de su cultura y su historia. México su identidad, su papel en el mundo, su destino ha sido, desde la revolución, una idea fija para los mexicanos. México como lugar histórico de un encuentro complejo, trágico, creativo de civilizaciones radicalmente ajenas; como el sitio de una promesa incumplida de armonía social, avance material o libertad; como tierra condenada por los dioses o elegida por la virgen; como una sociedad maniatada por sus complejos de inferioridad: todo eso y mucho más, pero no un pueblo en estado de soledad. Y bien visto, el título mismo del libro de paz ese espejo en el que tantos nos hemos mirado es en verdad extraño. A simple vista, comparado con un norteamericano típico, el mexicano de todas las latitudes y épocas, incluso el heredero del "pachuco" en los estados unidos, es un ser particularmente gregario, un "nosotros" antes que un "yo", no un átomo sino una constelación: el pueblo, la comunidad, la vecindad, la cofradía, el compadrazgo y, sobre todo, deslavada pero sólida como las masas montañosas, la familia. Nada más remoto al mexicano común y corriente que la desolación de los cuadros de Hopper. Nuestra imagen fiel, hoy como hace siglos, está más cerca de un domingo en la alameda. No para Octavio paz. Desde el principio de los años cuarenta se propuso, como tantos otros, "encontrar la mexicanidad, esa invisible sustancia que está en alguna parte. No sabemos en qué consiste ni por qué camino llegaremos a ella; sabemos, oscuramente, que aún no se ha revelado [...] ella brotará, espontánea y naturalmente, del fondo de nuestra intimidad cuando encontremos la verdadera autenticidad, la llave de nuestro ser [...] la verdad de nosotros mismos". Esa verdad de Octavio paz, la llave maestra de su laberinto, tenía un nombre doloroso y singular: soledad. Pero la clave está en clave. Octavio paz no escribió su autobiografía: la dejó cifrada en algunos escritos autobiográficos tardíos, fragmentaria y dispersan entrevistas y, sobre todo, en pasajes de poemas memorables. En itinerario (1993), describe su despertar al mundo, una tarde, como un relámpago intuitivo de soledad. Él es un "bulto" que llora en medio de la sordera universal. La sensación no se borraría jamás: "no es una herida, es un hueco. Cuando pienso en él lo toco; al palparme, lo palpo. Ajeno siempre y siempre presente, nunca me deja, presencia sin cuerpo, mudo, invisible, perpetuo testigo de mi vida. No me habla, pero yo, a veces, oigo lo que su silencio me dice: esa tarde comenzaste a ser tú mismo [...] ya lo sabes, eres carencia y búsqueda”. El hueco, la carencia, ese "estar allí" primigenio es, por supuesto, universal, pero en su caso llegó a adoptar la forma de una orfandad muy concreta, provocada no por la muerte, sino por la ausencia del padre, Octavio paz Solórzano. Se "había ido a la revolución" y, en algún sentido, no volvería nunca. El zapatismo era su misión y su evangelio. Sería un letrado, un representante diplomático, un cronista y, con los años, un biógrafo de zapata. Mientras tanto, la casona de campo del abuelo, don Ireneo paz el "papá neo", en Mixcoac, se iría despoblando de presencias y poblando de retratos, “crepusculares cofradías de los ausentes”: niño entre adultos taciturnos y sus terribles niñerías: niño sobreviviente de los espejos sin memoria su pueblo de viento: el tiempo y sus encarnaciones resuelto en simulacros de reflejos. En mi casa los muertos eran más que los vivos. El primer encuentro real de aquel niño adulto con el padre niño ocurrió en el exilio, en los ángeles. Nuevo rostro de la soledad, la soledad como extrañeza en un país y un idioma ajenos. De vuelta a México, inscrito en colegios confesionales y laicos de Mixcoac, otra vuelta a la tuerca de la extrañeza. Por su aspecto físico, los otros niños lo confundían con extranjero: "yo me sentía mexicano pero ellos no me dejaban serlo". El propio Antonio días soto y gama, protagonista intelectual del zapatismo y compañero entrañable de su padre, exclamó al verlo: "caramba, no me habías dicho que tenías un hijo visigodo”. Todos menos él se rieron de la ocurrencia. La extrañeza, con todo, no dejaba de tener sus compensaciones: una hermosa joven judía me contó paz alguna vez lo dejó acercarse amorosamente porque "era distinto". Y las "pilastras paralelas" de su madre josefina y su tía Amalia lo proveyeron de un afecto solar de hijo único y animaron sus primeras incursiones poéticas. Pero la muerte, casi sin agonía, del "que se fue en unas horas/ y nadie sabe en qué silenció entró", su abuelo de 88 años, debió ahondar la cavidad solitaria. desde ese año de 1924 no quedarían sino recuerdos: las caminatas con él por la ciudad, las inocentes labores de cultivo en la casa, las clases de esgrima, anécdotas de sus andanzas en la reforma y la intervención, sus “chaquetas de terciopelo oscuro suntuosamente bordadas", estampas que permanecerían siempre (como aquellas que hojeaba en doré o en los libros de historia francesa que heredó) ligadas todas a esa silueta estoica del abuelo a la que, misteriosamente, su propio rostro se fue aproximando en la vejez.

Conclusión: En este capítulo se trata de describir la inteligencia mexicana de nuestros antepasados, quienes nos han llenado de conocimientos, cultura y tradiciones. Uno de ellos es Vasconcelos, quien veía a la enseñanza como una participación más en la vida de México. Una parte de esta literatura se remonta hacia la colonia, otra al indigenismo y otros viven en el presente y crean la novela de la revolución. Así, el intelectual se convirtió en el consejero de aquellos generales analfabetos, del líder campesino o sindical, del caudillo en el poder y de aquellos que eran analfabetas. Se dice que la revolución mexicana nos hizo salir de nosotros mismos y nos puso frente a la historia, planteándonos la necesidad de inventar la que sería nuestro futuro.

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