Locura Y Realidad
reyferrer30 de Diciembre de 2013
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Ensayo sobre la locura
Decía un viejo amigo mío que existe algo más importante que la lógica: la imaginación. Mientras bebíamos toda clase de bebidas alcohólicas en la algarabía de un bar neoyorquino, yo negaba esa supuesta supremacía de la imaginación y afirmaba la existencia de algo mucho más importante: la locura. Esto último solo me atrevía a decirlo cuando había bebido al menos medio litro de vodka.
Ahora que mi amigo, que si mal no recuerdo se llamaba Alfred y era director de cine, ha fallecido (digo ahora aunque tal vez ocurriera hace más de treinta años), puedo afirmarlo con total serenidad y sin una gota de alcohol en sangre: la locura es el estado superior de la imaginación. Porque incluso ésta se halla sujeta por el yugo de la realidad. Solo a través de la locura es posible una creación original y rabiosa.
Existen tantos tipos de locuras como seres humanos en el mundo. De hecho, las personas solo se vuelven verdaderamente interesantes cuando se dejan gobernar por la locura que les es propia. Hay que pensar, hacer y decir locuras. Sin embargo, no se deben hacer las locuras que se piensan, sino otras, pues una vez meditada y contemplada con reiteración, la demencia se convierte en cábala y más tarde en cálculo. Y, por supuesto, jamás se debe pensar la locura que se dice. Ésta ha de brotar de la pura sinrazón, que es la madre de todas las locuras. Tampoco el humor se concibe sin ellas.
El ser humano nació irracional y no debe apartarse nunca de su naturaleza, al menos no de un modo definitivo, ya que eso supondría matar al ser humano. La sociedad seguirá funcionando solo mientras sea posible concebir locuras y realizarlas, solo mientras sea posible vencerla. Por supuesto tampoco deben despreciarse la lógica ni la razón, cuyo conocimiento es sin duda importante, sobre todo porque nos facilita la realización del delirio. Lo que sí debe desterrarse por completo es la idea de lo imposible: ninguna locura es imposible. Para hacerla realidad basta con creer en ella sobrepasando el límite de nuestra convicción. Claro que no hay garantías de lograr nada, pero tampoco debía de tener muchas esperanzas el espermatozoide que nos engendró, ¿verdad?
La locura es la esencia que nos da y nos quita la vida. Nadie puede arrebatarnos esta fuente de la que mana todo impulso vital. Pueden quitarnos la ropa, la comida, el empleo, al ser amado. Pero solo uno mismo puede despojarse de su locura, ¡y ésa es la única que no recomiendo!
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LA LOCURA EN LA ERA DE LA RAZÓN
POR: GABRIEL MERAZ ARRIOLA
“¿Qué es la razón? La locura de todos. ¿Y qué
es la locura? La razón de uno.”
Rensi, citado por J. M. Gironella
Una concepción de la locura, proveniente de la Antigüedad (siglo V a. C.), la
presenta como un “don divino”. El diálogo platónico Fedro muestra una imagen de
la locura (manía) que en todo resulta preferible a la cordura (sophrosýne); pues
mientras que ésta cuenta con un origen meramente humano, fruto de las
opiniones (doxaí) que pueden producirse mediante el ejercicio dialéctico, la locura
representa una forma de conocimiento superior. El loco aparece aquí como un ser
elevado, a cuya alma crecen unas alas que lo transportan al país de la verdad. Al
considerarla como la forma más alta del saber, Platón declaró en boca de
Sócrates: “los bienes más grandes llegan a nosotros a través de la locura,
concedida por un don divino”.
El diálogo sugiere una distinción entre cuatro tipos básicos de locura: la
profética, -propia de la adivinación oracular (don apolíneo)-, la poética –que
corresponde a la inspiración artística (don de las musas)-, la erótica –ilustrada por
el arrebato amoroso (don de Afrodita y de Eros) y considerada la más excelsa-, y
la mistérica -ligada a los ritos eleusinos y la experiencia extática de la epoptéia
(visión del dios; don de Dionisio). Un aspecto común a las especies de locura aquí
descritas reside en considerarlas una experiencia de posesión -en el sentido de un
trance o entusiasmo (en théos) en el que un dios es interiorizado-, en donde el
sujeto que se ve invadido sufre una metamorfosis que le otorga conocimiento.
Pero más exacto sería decir que se trata de un estado que anula la distinción entre
sujeto y objeto, distinción clave en las teorías modernas sobre el conocimiento.
Para los griegos el “delirio divino”, el “bello frenesí”, y los diferentes estados
de éxtasis y rapto, aunados a la catársis, constituyen los elementos indispensables
que actúan en la anagnórisis (tránsito de la ignorancia al saber), en donde
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mediante una revelación se accede a una comprensión del mundo que va más allá
de los limitados alcances de la conciencia, y que culmina en una visión auténtica
de la verdad. Puede decirse que el conocimiento se definía en la antigüedad como
una de las formas más elaboradas del pathos. Así uno de los epítomes del
pensamiento ¿racional? antiguo pudo decirnos que, sin el favor de la locura, el
hombre no sería más que un ser insulso, destinado a extraviarse en la inanidad de
su estrecha conciencia y en su ignorancia. Esto llevó a Giorgio Colli a afirmar que,
para los griegos, “la locura es la matriz de la sabiduría” y “la razón es un
instrumento de destrucción”.
Hasta aquí hemos tomado sólo una de las imágenes de la locura que nos
han llegado del pensamiento antiguo, pero en realidad los griegos nos han dejado
un conjunto de ellas que resulta variado e incluso contradictorio1; pues, desde
siempre, la presencia del loco ha causado estupor a los seres humanos. Así lo
muestra un documento2 apócrifo algo más tardío (siglo II o I a. C.) que el Fedro, si
bien se plantea que la acción se desarrolla en la misma época. Se trata de un
conjunto de cartas ficticias en donde el pueblo de Abdera se dirige al más célebre
de los médicos, Hipócrates, rogándole que les asista en la curación del más sabio
de sus ciudadanos, el filósofo Demócrito, quien ha caído enfermo de locura debido
a su “excesiva sabiduría”. Demócrito, dicen los abderitas, “se rie de todo (...) y dice
que la vida no vale nada”. Hipócrates imagina un posible caso de melancolía,
debido a un calentamiento o exceso de bilis negra. La risa desquiciada del filósofo
produce un efecto particular en la gente del pueblo: “nos trastorna (...) nos
atemoriza”, escriben al Asclepíada.
Pese a todo, el loco aparece de nuevo como el portador de una verdad,
aunque ésta para el común de los hombres pueda resultar insoportable.
Hipócrates concluye que Demócrito es el más cuerdo de los hombres y que la
verdadera enfermedad humana radica en la manera estúpida y absurda en que se
vive la vida. Hacia el final del intercambio epistolar se revela que “el supuesto loco
es un gran sabio, el médico un ignorante y la normalidad una demencia” (Hersant).
1 Véase el excelente libro de Ruth Padel, A quien los dioses destruyen, antes lo enloquecen, Sexto
Piso, México, 2005.
2 Aristóteles & Hipócrates, De la melancolía, Vuelta, México, 1994.
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Entre otras cosas, el texto resulta valioso porque ilustra mejor que el Fedro cuáles
eran las ideas populares que circulaban sobre la locura en la antigua Grecia y que,
sin duda, no corresponden a las que nos transmite la filosofía de Platón. De este
modo, además de la mencionada manía, podemos encontrar varios términos con
que los griegos designaban la locura, tales como anoia (pérdida del nous o
intelecto), paranoia (desvío del nous) o aphrosýne (ausencia de phrén o mente),
todas ellas vistas como expresiones de enfermedad (nosos), o bien como efecto
de la hýbris de los dioses. El mismo Platón fue lo bastante cuidadoso como para
distinguir la visión de la verdad que se produce en el frenesí divino de aquella
locura que se debe “a enfermedades humanas”. Lo importante es que “el justo
delirio”, bajo la forma del pathos de la posesión o cualquier otra clase de locura,
constituye una suerte de remedio para los males mayores de la vida, uno de los
cuales era para los griegos la ignorancia.
Para los modernos, que hemos vivido en un mundo sin dioses verdaderos y
tenemos ideas muy distintas, es difícil hacer esta clase de consideraciones, y nos
hemos limitado a apreciar la locura en su dimensión patológica (con una denodada
creencia en la organicidad) y a idealizarla, como nos enseñara más bien cierto
patetismo romanticista de poca monta. Esto ha propiciado un buen número de
malentendidos en torno a la manera en que se concibe en nuestro tiempo la
cuestión. Puede afirmarse que, en la era moderna, la experiencia de locura se ha
convertido en una de las formas de lo imposible -si se acepta, con Bataille, que la
experiencia de lo imposible vincula al hombre con la muerte- en la medida en que
en ella el sujeto parece advenir a una especie de muerte social.
En esta época la figura del loco representa una de las imágenes más
inquietantes y extremas de la alteridad, pues
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