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Los Cuatro Pilares De La Educacion


Enviado por   •  4 de Julio de 2015  •  1.038 Palabras (5 Páginas)  •  192 Visitas

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Voy a hablar sobre la calidad de la educación. Esto hoy en día es una temeridad, pues sobre este tema todo se ha dicho y sin embargo todo sigue en discusión; teorías, definiciones, experiencias prácticas, todo se ha expuesto, debatido y rebatido; el tema se ha abordado desde la filosofía, la pedagogía y el sentido común, desde el currículum, el maestro, las expectativas del empresario y las utopías del siglo XXI. En el fondo la pregunta es muy sencilla (y válida lo mismo para la enseñanza superior que para la preuniversitaria): ¿Qué es una buena educación?

RASGOS DE UNA BUENA EDUCACIÓN

a) El carácter.

Carácter era para los griegos uno de los primeros significados de la palabra ethos: la disposición moral de la persona, su temperamento y compostura, el conjunto de sus convicciones o de las virtudes y actitudes adquiridas; el ethos de los estoicos era el núcleo profundo que conducía la vida; posteriormente, por influencia del pensamiento platónico y cristiano, adquirió el matiz de un comportamiento normado por la disposición espiritual del ser humano y en el latín clásico designaba la conducta sabia y magnánima (Latapí, 1999:20).

b) La inteligencia.

Todos los sistemas educativos modernos han girado en torno al conocimiento, al grado de que se les reprocha cultivar unilateralmente la razón, sea la teórica o –ahora- la instrumental. Últimamente se pretende ahondar más su exagerado intelectualismo al orientarla a preparar la “sociedad del conocimiento”. Pertenece sin duda al concepto de un hombre educado el haber desarrollado su inteligencia, al menos a los niveles que le demanda la sociedad de su tiempo. Y la inteligencia se desarrolla a través de y conjuntamente con el lenguaje: pensamos porque hablamos y, en cierta forma, como hablamos; logos era para los griegos a la vez pensamiento y palabra.

c) Los sentimientos.

No sabría yo trazar la línea divisora entre inteligencia y sentimiento. Hoy están de moda la “inteligencia emocional” (Goleman, 1995) y las “inteligencias múltiples” (Gardner, 1995), pero a su manera los griegos se anticiparon con su término metis; esta palabra designaba un conjunto de actitudes, sentimientos o juegos del espíritu que acompañan la actividad de pensar. Alrededor de las funciones fundamentales del raciocinio, la inducción o la deducción, consideraban que intervenían la imaginación, la sagacidad, la exigencia de precisión, el sentido de oportunidad o el valor para manejar el absurdo.

La educación de los sentimientos va más allá; a ella le corresponde un vasto dominio casi ignorado por nuestro racionalismo pedagógico; el cultivo de la imaginación y la creatividad, el desarrollo de la intuición, la modulación de la sensibilidad y muy particularmente la educación para la compasión. Una educación que ignora la compasión será siempre terrible: producirá gente insensible al dolor y por lo mismo prepotente.

Lo que vagamente llamamos “sentido humano”, la capacidad de vibrar con la desgracia ajena, de indignarnos ante la injusticia o de desprendernos de lo que tengamos para regalarlo a quien lo necesita, brota de una raíz oculta: que hayamos asimilado el sentimiento de nuestra propia vulnerabilidad. Es

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