Totem Y Tabu
2107197813 de Septiembre de 2013
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HORROR AL INCESTO
EL camino recorrido por el hombre de la Prehistoria en su desarrollo nos es conocido por los
monumentos y utensilios que nos ha legado, por los restos de su arte, de su religión y de su
concepción de la vida, que han llegado hasta nosotros directamente o transmitidos por la tradición
en las leyendas, los mitos y los cuentos, y por las supervivencias de su mentalidad,
que nos es dado volver a hallar en nuestros propios usos y costumbres. Además, este hombre
de la Prehistoria es aún, en cierto sentido, contemporáneo nuestro. Existen, en efecto,
actualmente hombres a los que consideramos mucho más próximos a los primitivos de lo que
nosotros lo estamos, y en los que vemos los descendientes y sucesores directos de aquellos
hombres de otros tiempos. Tal es el juicio que nos merecen los pueblos llamados salvajes y
semisalvajes, y la vida psíquica de estos pueblos adquiere para nosotros un interés particular
cuando vemos en ella una fase anterior, bien conservada, de nuestro propio desarrollo.
Partiendo de este punto de vista, y estableciendo una comparación entre la psicología de los
pueblos primitivos tal como la Etnografía nos la muestra y la psicología del neurótico, tal y
como surge de las investigaciones psicoanalíticas, descubriremos entre ambas numerosos
rasgos comunes y nos será posible ver a una nueva luz lo que de ellas nos es ya conocido.
Por razones tanto exteriores como interiores escogeremos para esta comparación las tribus
que los etnógrafos nos han descrito como las más salvajes, atrasadas y miserables, o sea
las formadas por los habitantes primitivos del más joven de los continentes (Australia), que
ha conservado, incluso en su fauna, tantos rasgos arcaicos desaparecidos en todos los demás.
Los aborígenes de Australia son considerados como una raza aparte, sin ningún parentesco
físico ni lingüístico con sus vecinos más cercanos, los pueblos melanesios, polinesios y malayos.
No construyen casas ni cabañas sólidas, no cultivan el suelo, no poseen ningún animal
doméstico, ni siquiera el perro, e ignoran incluso el arte de la alfarería. Se alimentan exclusiva
mente de la carne de toda clase de animales y de raíces que arrancan de la tierra. No tienen
ni reyes ni jefes, y los asuntos de la tribu son resueltos por la asamblea de los hombres
adultos. Es muy dudoso que pueda atribuírseles una religión rudimentaria bajo la forma de un
culto tributado a seres superiores. Las tribus del interior del continente, que a consecuencia
de la falta de agua se ven obligadas a luchar contra condiciones de vida excesivamente duras,
se nos muestran en todos los aspectos más primitivas que las tribus vecinas a la costa.
No podemos esperar, ciertamente, que estos miserables caníbales desnudos observen una
moral sexual próxima a la nuestra o impongan a sus instintos sexuales restricciones muy severas.
Mas, sin embargo, averiguamos que se imponen la más rigurosa interdicción de las
relaciones sexuales incestuosas. Parece que incluso toda su organización social se halla subordinada
a esta intención o relacionada con la realización de la misma. En lugar de todas
aquellas instituciones religiosas y sociales de que carecen, hallamos en los australianos el
sistema del totemismo. Las tribus australianas se dividen en grupos más pequeños -clanes-,
cada uno de los cuales lleva el nombre de su tótem.
¿Qué es un tótem? Por lo general, un animal comestible, ora inofensivo, ora peligroso y temido,
y más raramente una planta o una fuerza natural (lluvia, agua) que se hallan en una
relación particular con la totalidad del grupo. El tótem es, en primer lugar, el antepasado del
clan y en segundo, su espíritu protector y su bienhechor, que envía oráculos a sus hijos y los
conoce y protege aun en aquellos casos en los que resulta peligroso. Los individuos que poseen
el mismo tótem se hallan, por tanto, sometidos a la sagrada obligación, cuya violación
trae consigo un castigo automático de respetar su vida y abstenerse de comer su carne o
aprovecharse de él en cualquier otra forma.
El carácter totémico no es inherente a un animal particular o a cualquier otro objeto único
(planta o fuerza natural), sino a todos los individuos que pertenecen a la especie del tótem.
De tiempo en tiempo se celebran fiestas en las cuales los asociados del grupo totémico reproducen
o imitan, por medio de danzas ceremoniales, los movimientos y particularidades de
su tótem.
El tótem se transmite hereditariamente, tanto por línea paterna como materna. Es muy probable
que la transmisión materna haya sido en todas partes la primitiva, reemplazada más
tarde por la transmisión paterna. La subordinación al tótem constituye la base de todas las
obligaciones sociales del australiano, sobrepasando por un lado la subordinación a la tribu y
relegando, por otro, a un segundo término el parentesco de sangre.
El tótem no se halla ligado al suelo ni a una determinada localidad. Los miembros de un
mismo tótem pueden vivir separados unos de otros y en paz con individuos de tótem diferente.
Vamos a señalar ahora aquella particularidad del sistema totémico por la que el mismo interesa
más especialmente al psicoanalítico. En casi todos aquellos lugares en los que este sistema
se halla en vigor comporta la ley según la cual los miembros de un único y mismo tótem
no deben entrar en relaciones sexuales y por tanto, no deben casarse entre sí. Es ésta la ley
de la exogamia, inseparable del sistema totémico.
Esta interdicción, rigurosamente observada, es muy notable. Carece de toda relación lógica
con aquello que sabemos de la naturaleza y particularidades del tótem, y no se comprende
cómo ha podido introducirse en el totemismo. No extrañamos, pues, ver admitir a ciertos autores
que la exogamia no tenía al principio, lógicamente, nada que ver con el totemismo, sino
que fue agregada a él en un momento dado, cuando se reconoció la necesidad de dictar restricciones
matrimoniales. De todos modos, y sea íntimo y profundo o puramente superficial el
enlace existente entre la exogamia y el totemismo, el hecho es que existe un tal enlace y se
nos muestra extremadamente sólido.
Intentaremos comprender la significación de esta prohibición con ayuda de algunas consideraciones.
a) La violación de esta prohibición no es seguida de un castigo automático, por decirlo así,
del culpable, como lo son las violaciones de otras prohibiciones totémicas (la de comer la
carne de animal tótem, por ejemplo); pero es vengada por la tribu entera, como si se tratase
de alejar un peligro que amenazara a la colectividad o las consecuencias de una falta que
pesase sobre ella. He aquí una cita, tomada por Frazer, que nos muestra con qué severidad
castigan tales violaciones estos salvajes, a los que desde nuestro punto de vista ético hemos
de considerar, en general, como altamente inmorales:
«En Australia, las relaciones sexuales con una persona de un clan prohibido son regularmente
castigadas con la muerte. Poco importa que la mujer forme parte del mismo grupo local o
que pertenezca a otra tribu y haya sido capturada en una guerra: el individuo del mismo tótem
que entra en comercio sexual con ella es perseguido y muerto por los hombres de su
clan, y la mujer comparte igual suerte. Sin embargo, en algunos casos, cuando ambos han
conseguido sustraerse a la persecución durante cierto tiempo, puede ser olvidada la ofensa.
En las raras ocasiones en que el hecho de que nos ocupamos se produce en la tribu Ta-tathi,
de Nueva Gales del Sur, el hombre es condenado a muerte, y la mujer, mordida y acribillada
a lanzazos hasta dejarla casi expirante. Si no se la mata en el acto, es por considerar
que ha sido forzada. Esta prohibición se extiende incluso a los amores ocasionales, y toda
violación es considerada como una cosa nefanda y merecedora del castigo de muerte.»
b) Teniendo en cuenta que también las aventuras amorosas anodinas, esto es, aquellas no
seguidas de procreación, son idénticamente castigadas, habremos de deducir que la prohibición
no se ha inspirado en razones de orden práctico.
c) Siendo el tótem hereditario, y no sufriendo modificación alguna por el hecho del matrimonio,
es fácil darse cuenta de las consecuencias de esta prohibición en el caso de herencia
materna. Si, por ejemplo, el hombre forma parte de un clan cuyo tótem es el canguro y se
casa con una mujer cuyo tótem es el emúo (especie de avestruz), los hijos, varones o hembras,
tendrán todos el tótem de la madre. Un hijo nacido de este matrimonio se hallará, pues,
en la imposibilidad de entablar relaciones incestuosas con su madre y su hermana, pertenecientes
al mismo clan.
d) Pero basta un poco de atención para darse cuenta de que la exogamia inherente al sistema
totémico tiene otras consecuencias y persigue otros fines que la simple previsión del incesto
con la madre y la hermana. Prohíbe, en efecto, al hombre la unión sexual con cualquier
otra mujer de su grupo; esto es, con un cierto número
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