Al borde de la selva
Hillary Rojas'Documentos de Investigación11 de Agosto de 2018
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Al borde de la selva
La gran población está situada en una región escabrosa al borde de la selva. Las casitas se agrupan alrededor de una sencilla iglesia de tablas, que contrasta con la construcción de las casas de la altiplanicie, las cuales las hacen con tapias de barro. Por ser clima caliente, prefieren la guadua para las construcciones porque quedan más frescas y así los habitantes sienten menos el calor. Luego por el occidente, se pierde entre la verde selva numerosas canoas se hallan en la orilla. Un pequeño barco está atado al muelle.los hombres están ocupados cargando mercancía, pues el rio es navegable hasta el océano por embarcaciones livianas. Una de estas, llamada Kutter., saldrá al día siguiente.
Negritos de caballos ensortijados, vestidos pobremente, corren y juegan entre alegre bullicio. Al ver a las Hermanas a caballo, se detienen y las miran asombrados. Por todas partes aparecen negros se agrupan, todos quieren a un mismo tiempo hablar acerca de las viajeras todo el pueblo sabe quiénes son las dos Hermanas que, desde los caballos, los saludan amablemente. Don Ramón abre el portón de un patio interior, las hace entrar y les da la bienvenida.
Nos alegramos de ver nuevamente a nuestra antigua maestra, dicen acercándose a la Hermana Francisca. ¡Que pesar que las buenas Madres nos han abandonado! Llegaron en octubre de 1895 y en noviembre de 1899 se fueron para siempre. Pero esperemos que regresen.
Mientras hablaban se iba aumentando el número de personas a tal punto, que casi no cabían en la sala. Cada vez era más insistente la suplica solicitando el regreso de las Hermanas.
¿Ustedes saben por qué nuestras Hermanas se vieron obligadas a salir?
Preocupada por mis hijas, porque sabía que estaban en peligro. A causa de la guerra no les podía mandar provisiones, ni siquiera una carta. Pero no fue esta la causa de la salida.
Fue que llegaron los enemigos de la iglesia de quienes se contaban infamias y horrores. Por lo tanto era imposible dejar que las hermanas cayeran en sus manos pues el objeto de su odio eran los sacerdotes y las religiosas.
Nunca olvidare aquella mañana de noviembre, cuando nuestro capellán, el Padre Silvestre Seuva, nos informo que llegaban los enemigos y que debíamos huir inmediatamente. Hacía tres semanas que esperábamos con ansiedad y terror este momento para el cual nos preparábamos secretamente. Conocedoras del afecto que nos profesaban no nos sentíamos con ánimo de comunicarle nuestra partida.
Nos dimos cuenta replicaron algunos negros.
Al momento de la despedida dimos nuestros haberes y niños como adultos lloraban alrededor de nuestra casa lamentándose ya que no querían que nos fuéramos
Barbacoas contaba solo con 25 hombres para la defensa, estos tuvieron que huir durante la noche. Así, que nuestra estadía aquí era imposible.
Preguntaron los negros si - ¿estaban solas en la huida?
Se fueron con nosotras algunos Padres Capuchinos que deseaban seguir hacia Tumaco, pero luego regresaron. También un inspector de escuelas, el Doctor Enrique Muñoz, Perfecto de la Provincia, quien había pedido a la Madre Caridad la fundación de una escuela en Barbacoas, y otros señores. Los 25 soldados del pueblo se unieron mas tarde a nuestro grupo.
Fue una suerte que hubiéramos huido ese día. En la noche siguiente los enemigos invadieron el pueblo. Ese día escuchamos disparos. Se escuchaba de boca a boca ¡llegaron los radicales! A pocos minutos todos emprendíamos la huida sacerdotes, religiosas, autoridades y soldados. Durante cinco horas subimos hacia la cordillera, solo en la pequeña población de Buenavista nos sentíamos seguros.
Al cuarto día un grupo de personas vino a nuestro encuentro trayendo algunos caballos. Los envió la Madre Caridad. El padre Hecker venia como guía nos sentíamos muy contentas ya que teníamos caballos y provisiones.
A pocos días llegamos a la altiplanicie luego tuvimos la dicha de llegar a la Casa Madre en Túquerres. La Madre Caridad exclamo ¡Cómo nos tranquilizamos con su llegada!
En primer lugar, los revolucionarios se apoderaron de nuestro pueblo, y expulsaron las tropas defensoras. Les llegaron refuerzos, y todos juntos empezaron a demostrar su hostilidad contra la iglesia. En uno de los combates gritaban ¡abajo Cristo! ¡Viva el diablo! La sacristía la utilizaron como caballeriza. Uno de los soldados disparo contra el Sagrario, rompió el copón con el sable, lo envolvió en un pañuelo y se lo llevo para hacer con él un estribo.
A nosotros personalmente nos fue muy mal. Los revolucionarios impidieron la entrada de víveres. Tuvimos que aprender a ayudar. Muchas personas murieron de hambre y otras de disentería. A todo esto se sumo la gran catástrofe: el incendio del pueblo.
La gente corría de un lado a otro con el espanto reflejado en sus caras bien para salvar sus pocos haberes o para apagar el fuego. Este se extendió con rapidez y la población quedo convertida en un mar de llamas. Días después solo se veían ruinas humeantes todo se había quemado gracias a Dios las Hermanas no tuvieron que experimentar eso
Se oía muchas voces que gritaban: ¡Denos de nuevo a las Reverendas Madres!
En la puerta apareció el Señor Cura párroco de Barbacoas en compañía del Perfecto de la Provincia. Se metieron entre la muchedumbre y se acercaron para saludar cordialmente a las religiosas y presentar a la Madre Caridad la petición: nosotros y todo el pueblo queremos nuevamente a las Hermanas, para que ellas eduquen a nuestros hijos y adultos les hablen del buen Dios.
Gustosamente les ayudaría, contesto la Madre Caridad, pero por ahora tenemos muy pocas hermanas.
Algunos respondieron: Ojala que ustedes hayan olvidado que a las primeras Hermanas las tratamos muy mal. Y ellos contaron los motivos que los hicieron actuar de esa manera y la Madre contesta
¡Oh! Ninguna murió de hambre, dijo la Madre Caridad sonriendo bondadosamente.
Al principio ustedes no se daban cuenta del intenso trabajo anime a mis queridas hijas y les dije que tuvieran paciencia, que trabajaran con empeño y poco a poco se ganarían su amistad y comprensión. Esto se cumplió. Pronto se ganaron la confianza, les dieron generosamente todo lo que necesitaban y recibieron regalos de personas buenas que se preocuparon mucho por ellas.
Los niños asistían a la escuela con gran entusiasmo: y los domingos, los adultos a la enseñanza del catecismo. El número de alumnos creció rápidamente y fue necesaria una Hermana más.
Las religiosas trabajaron como verdaderas misioneras, enseñándonos a pequeños y grandes los misterios de nuestra santa religión y las verdades en la fe. Eran felices porque veían la buena voluntad con que ustedes aprendían a conocer a Dios.
Las hermanas manifestaban un corazón tan maternal, dice una mujer, que algunas mamas hasta les hubieran dado sus hijitos por que estaban seguras que con ellas serian felices y llegarían al cielo.
Madre usted ve cómo piensa el pueblo de Barbacoas y como recuerda la Franciscana de Túquerres comenta el Señor Cura Párroco. Así que, respetuosamente, le pedimos que nos envié nuevamente algunas de ellas tan pronto como le sea posible.
Gustosamente, respondió la Madre Caridad. Espero encontrar en mi querida Patria Suiza, hacia donde viajo ahora, muchas vocaciones para nuestra misión. Pero usted no vino de Suiza a Colombia, sino del Ecuador, Observa el perfecto.
Ciertamente, yo Salí de suiza con mi superiora que era entonces la Madre Bernarda y otras cinco compañeras con destino a Chone, en el Ecuador. Cinco años más tarde fui enviada a Túquerres con la orden de fundar un pequeño convento
¿Cómo les fue a sus Hermanas en Chone, durante la guerra? Tuvieron que abandonar el Ecuador y embarcarse con rumbo a Panamá, por el océano Pacifico luego llegaron a Cartagena
La noche avanzo rápidamente. Poco a poco se fueron retirando los demás visitantes y todo quedo en completo silencio
A la mañana siguiente las dos Hermanas abordaron el pequeño barco y partieron, desapareciendo entre la selva, ante la numerosa multitud del pueblo.
Aspectos más importantes de su vida
María Caridad Brader, hija de Joseph Sebastián Brader y de María Carolina Zahner, nació el 14 de agosto de 1860 en Kaltbrunn, St. Gallen (Suiza). Fue bautizada al día siguiente con el nombre de María Josefa Carolina.
Dotada de una inteligencia poco común y guiada por las sendas del saber y la virtud por una madre tierna y solícita, la pequeña Carolina moldeaba su corazón mediante una sólida formación cristiana, un intenso amor a Jesucristo y una tierna devoción a la Virgen María.
Conocedora del talento y aptitudes de su hija, su madre procuró darle una esmerada educación. En la escuela de Kaltbrunn hizo, con gran aprovechamiento, los estudios de la enseñanza primaria; y en el instituto de María Hilf de Altstätten, dirigido por una comunidad de religiosas de la Tercera Orden Regular de san Francisco, los de enseñanza media. Luego, su madre la envió a Friburgo para perfeccionar sus conocimientos y recibió el diploma oficial de maestra.
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