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Cultura religiosa. La vida con Dios y sin Dios


Enviado por   •  28 de Junio de 2020  •  Trabajos  •  1.635 Palabras (7 Páginas)  •  147 Visitas

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Cultura religiosa

Ensayo

La vida con Dios y sin Dios  

Alumno(a)

María Camila Viloria Peñalver

Profesor

p. Jesús Orozco Pabón

Comunicación social y periodismo

 Universidad Sergio Arboleda

2018

La vida con Dios

Una con DIOS es una vida llena de amor, paz, tranquilidad, es una vida plena.

Versículo

Jesús les dijo: Yo soy el pan de la vida; el que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed. JUAN 5:35.


Testimonio

Nací y crecí en una familia católica, pero en realidad al principio no me gustaba buscar de Dios. De adolescente, me daba pereza ir a los grupos, las misas y todo lo referente a la religión. Mis padres siempre me hablaban de un encuentro personal con Jesús y del inmenso amor de Dios, y yo pensaba: “Claro, si Dios existe, nos debe amar”, pero nunca había experimentado su amor y su presencia cercana.

En aquella época, como aún no seguía los caminos del Señor, empezaron las fiestas, la parranda, la bebida, el cigarrillo, el juego, los casinos, el ocio y lo demás, todo lo que ofrece la sociedad de consumo y las malas amistades. Cada vez yo me alejaba más de Dios y de los valores que mi familia me había enseñado.

Recuerdo incluso que los compañeros de la universidad me ofrecían drogas, vicios y hasta negocios ilícitos. En ese momento empecé a preguntarme: ¿Qué estoy haciendo con mi vida? ¿Qué sentido tiene todo esto? ¿A dónde voy a llegar si sigo por este camino? Porque el peligro iba creciendo en este ambiente: las propuestas de afectividad y sexualidad ilícita y sin amor, sin responsabilidad y yo recordaba siempre los valores católicos que desde niño me habían enseñado. No me atrevía a entrar en ese mundo, pero tampoco estaba buscando a Dios.

Una mirada de amor. Una noche llegué a mi casa muy tarde. Había estado en un baile, había tomado licor y olía a cigarrillo. Mi mamá estaba despierta y esperándome. Cuando llegué me abrazó, me miro con amor y me dijo: “Juan David, tienes olor a licor y a cigarrillo. ¿Dónde estabas? ¿Qué estabas haciendo?” Yo recuerdo que me llené de vergüenza, pero mi madre me miraba con ternura. No se enojó, no me regañó ni me gritó; estaba tranquila, pero con su mirada de amor me lo decía todo y fue allí donde yo empecé a cuestionarme con más fuerza: ¿Qué estoy haciendo con mi vida? ¿Para dónde voy si sigo así? Y esa noche pensé mucho en el gran amor de mi familia y en el buen ejemplo que ellos siempre me han dado.

A la mañana siguiente pensé: Mi papá es un hombre muy bueno; fiel, responsable, pendiente de nosotros. ¡Un excelente padre! Y mi mamá es tierna, amorosa, muy servicial, entregada a su familia. ¡Los dos están llenos de Dios! Y siempre han querido que nosotros, sus hijos, conozcamos más del Señor; de Jesús, de María y de su inmenso amor. Entonces me dije: Yo quiero conocer ese amor. Quiero conocer a ese Dios, que ha hecho que mi familia sea feliz, amable, dulce, donde es alegre vivir. Yo comparaba mi familia con las demás y notaba que muchas eran familias destruidas, divididas, donde existía la mentira, la infidelidad, la violencia, en donde el alcohol, las drogas o la superficialidad habían acabado con el amor.

En realidad, las buenas familias que he conocido en mi vida siempre han tenido a Dios como parte importante de su vida y buscan su bendición. Pensando en todo esto, reconocí que Dios había hecho una obra maravillosa en mi familia y que el amor que se vive en mi hogar es posible sólo por su gracia y su misericordia, que la felicidad verdadera sólo se encuentra en Dios.

Una búsqueda fructífera. Por lo tanto, decidí empezar a buscar a Dios: ir a misa, a los grupos de jóvenes y a la oración. Antes era distraído, participaba por cumplir, pero ahora tenía sed de Dios, quería encontrarlo y ponía mucha atención y disfrutaba de estos encuentros. Recuerdo un día en la reunión de oración, cuando mi mamá estaba dando testimonio sobre el amor de Dios, ella decía que ese Dios, Abba Padre, nos quiere mucho, nos ama, que es tierno y misericordioso y, entre las distintas cosas que compartió, recuerdo que leyó una carta que yo le había enviado a mi papá cuando era niño y le decía cuanto lo quería y lo admiraba, y él me respondía diciéndome lo mucho que me amaba a mí. Entonces mi mamá, en su charla, dijo: “Si así se pueden amar un hijo y su padre en la tierra, ¡cuanto más nos ama Dios! Porque el amor de Dios es perfecto, infinito. El amor humano más grande que tú hayas recibido en la tierra es sólo una gota en el inmenso océano del amor de Dios.”

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