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EL REINO DE DIOS DESDE LA PERSPECTIVA DE LOS DESPLAZADOS

bernardosada83Práctica o problema11 de Diciembre de 2015

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EL REINO DE DIOS DESDE LA PERSPECTIVA DE LOS DESPLAZADOS

Bernardo Sada Monroy

INTRODUCCIÓN

Cuando nos acercamos al evangelio y miramos el decir y el actuar de Jesús de Nazaret, lo primero que salta a la vista es que Jesús no se anunció a sí mismo, no hizo de sí mismo el centro de su predicación y de su misión, vivió des-centrado y centrado en algo distinto de sí. Eso central en su vida aparece expresado con un término específico: «reino de Dios».

En el presente trabajo queremos aproximarnos a esta realidad central del evangelio, a esto que constituye «lo último para Jesús», y desarrollar esta categoría mediante el método de la teología latinoamericana. De acuerdo con este método, seguiremos tres pasos: ver, juzgar y actuar. El área teológica desde la cual abordaremos este tema será la teología sistemática, tomando como base algunas reflexiones y afirmaciones teológicas sobre el reino a partir de los sinópticos.

1. VER

Tomo como punto de partida una experiencia personal a través de la cual asomarnos a una parte de la realidad latinoamericana.

Se trata de una experiencia que tuve en Colombia cuando estuve ahí estudiando filosofía. En una ocasión tuvimos la oportunidad de irnos a vivir con algunas familias desplazadas para compartir su vida cotidiana. Así entré en contacto con Melania—mamá soltera de dos niños, que vive en la localidad de Cd. Kennedy, Bogotá— y con Crispín —papá soltero de tres hijos jóvenes, que vive en el barrio Compartir, en el municipio de Soacha, la periferia bogotana—. Melania y Crispín hacían parte de una organización de desplazados indígenas y campesinos, el presidente de esta organización es Daniel, con el que contactamos unos días atrás para proponerle que nos aceptaran para conocer su trabajo y para vivir con ellos un tiempo.

Habría mucho que decir de lo vivido en esa semana. Por cuestiones de espacio, sólo voy a compartir algunas cosas, parte de las notas que estuve tomando durante esos días, pero que me parecen experiencias muy valiosas, que ofrecen una perspectiva distinta de Colombia: la perspectiva de los desplazados, y desplazados de características particulares (pues la misma experiencia y causas del desplazamiento en el país son diversas); en concreto: son indígenas desplazados de las comunidades de Natagaima y Coyaima, del sur del Tolima, pertenecientes a la etnia Pijao. Así pues, he aquí las narraciones…

Daniel

Voy a empezar con algo que dijo Daniel hace apenas un ratito, que estábamos un compañero y yo en su casa, en el barrio Compartir, platicando con él: «lo último que perderemos será la dignidad… La única forma para salir del desplazamiento y de la frustración por todo lo que nos ha pasado es el trabajo».

Estuvimos un buen rato en casa de Daniel, y es impresionante el modo en que nos platica su experiencia, con tanta confianza. Él era concejal en Coyaima (es decir, representante electo del pueblo, integrante del concejo de la alcaldía). Comenzaron siendo pocos representantes de izquierda en el concejo, pero después de unos años ya eran seis, incluyendo al alcalde. Traían propuestas para impulsar en el pueblo la salud, educación, vivienda, proyectos productivos, etc. Eran cercanos a la gente y apreciados en el lugar (Daniel, al menos, se jacta de tener 512 ahijados…) Como concejales, se veían en una difícil situación: eran llamados por los guerrilleros para reunirse con ellos en el monte; recibían una nota donde los citaban y les decían que, de no ir, se convertirían en objetivo militar de la guerrilla. Ellos fueron a esas reuniones varias veces, y daban cuenta a los guerrilleros del presupuesto y su distribución para el municipio: cuánto para educación, salud, vivienda, etc. Hay un rubro en todos los municipios que, por ley, tiene que ser destinado a «seguridad» (o sea, a la guerra), y los guerrilleros, entonces, exigían también para ellos una suma, so pena de tomar represalias contra el pueblo; claro que el concejo no podía dársela legalmente, pero se la daba a través del alcalde. Cuando el ejército interrogaba al concejo sobre esas reuniones, no tenían de otra que decirles la verdad, pues, si no lo hacían, los acusaban de complicidad con la guerrilla. Daniel describe así la situación: «Nuestro pueblo está en medio de tres frentes armados: la guerrilla, los “paras” y la fuerza pública (ejército-policía), y los que perdemos la guerra somos nosotros, los civiles. De su lado sólo ha habido seis muertos: un guerrillero, un paramilitar y cuatro policías; y del nuestro van más de cuarenta muertos registrados, y tenemos la lista con los nombres».

Como en tantos otros lugares del país, al no poder acabar políticamente con los líderes de izquierda, quienes están detrás de los grandes intereses económicos y de poder lo hicieron a través de los grupos paramilitares: empezaron a matarlos uno por uno. Al primero le cortaron con una sierra los brazos, las piernas y la cabeza; al segundo lo encontraron descuartizado en el río. Por ser del partido comunista, por pensar diferente y en contra del sistema, los estaban eliminando. Los «paras» empezaron a matar primero gente de dudosa reputación, diciendo que eran «limpias» (conocida estrategia paramilitar de «limpieza social», común también en los barrios periféricos de Bogotá); pero poco a poco fue subiendo el número de muertos, personas honradas que no hacían daño a nadie, y personas con una postura política de izquierda. «Cómo fue posible —decía Daniel— que mataran a un señor de 64 años, con 11 hijos, que nunca había salido de Coyaima… ¡Cómo fue posible que lo cortaran con una motosierra por ser concejal del pueblo!»

Ellos hablaron con el gobernador del departamento, y vieron que la alternativa que les quedaba por el momento era irse un tiempo a Bogotá y esperar a que se calmaran las cosas. Llevan ya cerca de cinco años desplazados y todavía no pueden regresar.

En Bogotá, Daniel y otros compañeros formaron una ONG por la necesidad de organización del trabajo en favor de los indígenas y campesinos desplazados del Tolima. Estuvieron años sin oficina y empezaron desde cero. Ahora ya van teniendo más presencia, contacto con otras organizaciones y una oficina fija. Daniel tiene su propio proyecto productivo con otras familias: el proyecto «Café y Panela», una panadería en Soacha. Reconoce que a veces es hartante, sabe que no puede descansar. «Pero yo tengo esperanza de que las cosas cambien en Colombia». Le han ofrecido irse a otro país en alguno de los programas de protección a desplazados (Canadá, Suecia, Chile…), «pero yo tengo muy claro —dice— que me quedo con mi gente».

Melania

Estoy en Cd. Kennedy, en la casa de Melania. Estos días he estado yendo con ella a sus clases de mercadeo en el Sena (Servicio Nacional de Aprendizaje); está ahí desde hace meses para capacitarse, pues forma parte de un proyecto de la alcaldía que se concretará en establecer una tienda de abarrotes al terminar la capacitación; ahí en el Sena conocí a otras mujeres, la mayoría también desplazadas, que van por la misma razón que Melania.

He vivido estos días junto a esta familia, con la sencillez y el realismo de lo cotidiano, y también con la impotencia, en ciertos momentos, de no hacer mucho, sino sólo estar ahí, en lo que esté pasando. Ayer, por ejemplo, salí con Nicolás y Julio, los hijos de Melania, a jugar X-box al «cyber» y a jugar futbol. Reconozco que siento también la incomodidad de las carencias, ando ya enfermo del estómago y echo en falta el espacio, la limpieza… Me doy cuenta de que nosotros vivimos demasiado bien.

Melania me ha estado platicando también de su experiencia de desplazamiento. Ella es de Natagaima, Tolima. Salió de allá en el 2002. La presencia de grupos paramilitares en la región había ido haciéndose cada vez más fuerte y amenazadora. Mataban por preferencias políticas a los que militaban en partidos de izquierda, o mataban por simple capricho e intimidación. Ella, como líder del cabildo indígena, estaba fichada, no podía dormir tranquila. Un día supo que los «paras» habían tomado su tienda y decidió no volver, sino tomar sus cosas, tomar a sus hijos e irse para Bogotá. Fue ahí donde se reencontró con sus amigos Daniel y Sara, y entre los tres fundaron la ONG.

Una frase que dijo Melania cuando le pregunté por qué ha estado comprometida en el trabajo comunitario, en los cabildos indígenas, y hoy en la organización con los desplazados, se me quedó y creo que expresa el espíritu de solidaridad que la impulsa: «No lo hago por mí, lo hago por mi pueblo, porque lo he visto caer».

Sobre la realidad de Colombia

Una tarde fuimos un compañero y yo, con Crispín y Melania, a ver a Mario, un señor que vive ahí en el barrio. Llegamos a su casa, una casa muy chiquita y limpia, y lo vimos: un hombre de unos 40 años, delgado, fuerte, de rostro serio, de ánimo paciente y amable, y en silla de ruedas desde hace casi 10 años. Mario fue guerrillero de las FARC, nos lo dijo cuando los niños de Melania salieron a jugar. En los meses que siguieron fui a visitarlo varias veces, y llegué a conocer su historia, pero ahora sólo referiré esa primera conversación. Esa tarde estuvimos escuchándolo a él y a Crispín hablando sobre Colombia y Latinoamérica…

La historia de Colombia —dicen— en las últimas décadas ha estado marcada por el movimiento insurgente, que ha tratado, a través de la guerrilla, y durante un tiempo a través de un partido político, de cambiar el sistema y las estructuras prevalecientes en el país (es decir, el sistema económico neoliberal, que responde a intereses de las trasnacionales, de EUA, de grandes empresarios, etc., y que mantiene a la mayoría pobre en la exclusión). En 1984 se firmó una tregua entre el gobierno de Belisario Betancourt y la guerrilla, donde se acordaba un cese al fuego y una integración del movimiento guerrillero a la representatividad política a través de la UP (Unión Patriótica), partido que quería unificar a las fuerzas políticas de izquierda. Pero el gobierno incumplió la tregua auspiciando la creación de ejércitos privados de «autodefensa» (paramilitares) a lo largo del país. Los representantes fuertes de la UP comenzaron a ser asesinados, uno por uno, a través de operaciones militares encubiertas, o por parte de grupos paramilitares en complicidad con el ejército. La guerrilla, que no había sido totalmente desmovilizada, sino que en parte se mantuvo latente para ver si se cumplían las condiciones de su integración a la vida política, volvió a las armas y a la violencia. Desde entonces también la guerrilla ha cometido muchos errores, se ha manchado mucho con el narcotráfico y con los intereses económicos y de poder, al grado que ya no se sabe qué queda realmente del espíritu original que la animaba.

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