La adoración a Dios desde una perspectiva Bíblica y Cúltica
jonathan987665Tesis23 de Abril de 2013
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La adoración a Dios desde
una perspectiva Bíblica y Cúltica
Por Josep Laporta
Lunes, 19 de septiembre, 2005
Associació de Ministres
de l’Evangeli de Catalunya
‘Venid, adoremos y postrémonos; arrodillémonos delante de Jahvéh nuestro
Hacedor. Porque él es nuestro Dios; nosotros el pueblo de su prado, y ovejas
de su mano’ (Salmo 95:6,7).
Las palabras de este salmo sintetizan las primeras verdades en cuanto a la
realidad de la adoración. ‘Venid, adoremos y postrémonos; arrodillémonos
delante de Jahvéh nuestro Hacedor’, estas cuatro palabras son un resumen
vivo de la esencia de la adoración.
En primer lugar es necesario diferenciar alabanza de adoración. Muchas
veces se hacen referencias idénticas o, por lo menos, se combinan para
formar un todo completo. Alabanza, proveniente de la raíz hebrea halal, es
una llamada a alabar a Dios, es ¡aleluya!, un reconocimiento íntimo, público y
sonoro de las grandezas de Dios. Alabar es una expresión de elogio, una
ponderación real de lo que es Dios, una declaración transversal, desde el
canto a la oración, desde la actitud a la acción, desde la razón al
sentimiento. Es más que un piropo, es enaltecer, exaltar, encumbrar, honrar,
ajustar nuestra opinión de Dios con la grandeza del mismo Creador.
Por su parte, la adoración se distancia del sentido de elogio de la alabanza.
Adorar indica plena sumisión objetiva y subjetiva del adorador hacia su
Hacedor. La palabra más utilizada en el A.T. es sacha, que significa
inclinarse, hacer reverencia. En el encuentro de adoración, el que adora se
postra simbólicamente o físicamente, según siente necesidad de hacerlo
ante la presencia y majestad de Dios. Esta actitud está reflejada en la
experiencia del siervo Abraham al reconocer que Dios le había enviado a
Rebeca, en la búsqueda de una esposa para Isaac. El siervo, Abraham, ‘se
inclinó y adoró a Jahvéh’ (Génesis 24:26).
Jesús utilizó el equivalente de la palabra sacha, cuando dijo a la mujer de
Sicar ‘Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es
necesario que le adoren’ (Juan 4:24). La palabra griega que se traduce como
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adoración, proskuneo, está formada por dos raíces: pros (hacia) y kuneo
(besar), es decir, ‘besar hacia’, ‘postrarse’ o ‘inclinarse’. Especialmente, el
concepto bíblico de adoración nos obliga a pensar en alguien que se somete,
que se postra, que queda por debajo de su adorado. Visualmente, el
adorador está lamiendo el suelo, mientras que el adorado permanece por
encima, mostrando y ejerciendo el dominio sobre el adorador. También
indica que el que se postra permanece a la espera de recibir algo que él
mismo no puede generar, por eso se postra, se rebaja, porque él reconoce
primeramente que su Dios es absolutamente superior y está dispuesto a
aceptar todo beneficio.
Reconocidos los elementos distintivos y definitorios de alabanza y
adoración, nos adentramos en cómo es la experiencia de la adoración. Es
decir, qué rasgos comunes se dan en diferentes lugares del A.T. o del N.T.
para entender, por medio del uso común o habitual, qué es la adoración.
Abel realiza el primer acto de adoración de la historia dando lo mejor de
sus frutos por medio de una ofrenda (Génesis 4:3, 4). Dios reconoce una
especial actitud de fe y adoración en Abel que ‘ofreció a Dios más excelente
sacrificio que Caín, por lo cual alcanzó testimonio que era justo…’ (Hebreos
11:4). No hay ninguna referencia al ritual que se realizó, pero el autor de
Hebreos manifiesta que la profundidad de su acto fue lo que agradó a Dios.
Sus mejores ovejas fueron presentadas, pero la valoración de Dios no
estuvo exclusivamente en las ovejas sino en el deseo de Abel de agradarle,
en su postración. En la adoración, Dios atiende al quebrantamiento de
corazón, pero observando todos los detalles.
En tiempos de Noé se aceptaba como práctica cúltica el ofrecer sacrificios
de animales. Después del diluvio, Noé presenta a Dios altar y sacrifica. ‘…y
tomó de todo animal limpio y de toda ave limpia, y ofreció holocausto en el
altar’ (Génesis 8:20). Jahvéh percibió olor grato. La adoración resultó en
beneficio y actuó en respuesta de bendición para Noé y sus descendientes:
‘no volveré más a maldecir la tierra…’, dijo Dios. Es interesante observar
cómo un acto de conmovida adoración parece cambiar la opinión de Dios.
Cada vez que los judíos tuvieron un encuentro con Dios expresaron su
adoración de una manera que, para nosotros, no parece convencional.
Acostumbraban a dar ofrendas, construir altares, dedicar espacios y
objetos donde Dios se les apareció representado. Abraham construyó un
altar en Siquem en memoria de la aparición de Dios a él (Génesis 12:7); y
Jacob, después de recibir una revelación de Dios a través de un sueño, en
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Betel consagró una piedra que había usado como almohada y la levantó como
señal y derramó aceite sobre ella (Génesis 28:18). Esta genérica manera de
mostrar adoración indica que el enclave o el lugar es un recordatorio de la
acción de Dios, por lo tanto adorar era dejar ‘piedrecitas blancas’ a lo largo
del camino para perpetuar en el tiempo un evento cumbre donde adorador y
adorado se encuentran en una maravillosa unión. En la reflexión de Jacob se
observa el alcance real de la adoración: ‘Ciertamente Jahvéh está en este
lugar y yo no lo sabía… ¡Cuán terrible es este lugar!’ (Génesis 28:16-17). Esta
última expresión manifiesta la autenticidad del acto de adoración.
El patrón de adoración de los judíos muta o cambia con los años. En el libro
del Éxodo se va transformando en más congregacional; en principio parecerá
más familiar, después más institucional. Cuando en tierra extraña es
necesario encontrar los elementos de identidad de su fe, aparece el acto de
adoración, con sus sacrificios y solemnidades. Después de que Moisés estuvo
en el monte Horeb, el monte de Dios, con la experiencia de la zarza que no
se consumía, aprende que la adoración les podría prevenir de muchos males.
Moisés y Aarón responden a Faraón: ‘el Dios de los hebreos nos ha
encontrado; iremos, pues, ahora, camino de tres días por el desierto, y
ofreceremos sacrificios a Jahvéh nuestro Dios, para que no venga sobre
nosotros con peste o con espada’ (Éxodo 5:3). La prevención en la adoración.
Adorar para no desatar la ira del Altísimo.
En el Sinaí, las fronteras de la adoración quedan determinadas cuando el
pacto se alía con las leyes. Dios demanda una adoración sincera: ‘No te
inclinarás a las imágenes, ni las honrarás; porque yo soy Jahvéh tu Dios,
fuerte y celoso…’ (Éxodo 20:5). El Hacedor parece establecer unos límites
protectores, pero en realidad determina la esencia de la adoración que Él
desea: única, excelente, sincera, auténtica y suficiente para satisfacer
todas las necesidades espirituales del ser humano.
Antes que los israelitas marcharan del Sinaí, Dios instruyó a Moisés para
que el pueblo construyera un santuario: ‘harán un santuario para mí, y
habitaré en medio de ellos’ (Éxodo 25:8). La palabra ‘santuario’ expresa el
lugar en el cual la presencia de Dios habita en medio del pueblo. Este es un
paso decisorio entre la adoración comunitaria y autónoma, y la adoración
organizada, que se consolida con la construcción del tabernáculo, donde cada
elemento simboliza distintos aspectos de la adoración: la mesa de los panes
de la proposición representa la presencia del Señor; el arca del pacto las
condiciones del acuerdo; los candeleros la presencia de Dios como luz de la
vida, etc.
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La construcción del tabernáculo incide en la formación de una adoración
congregacional e institucional. Comienza una nueva era en la historia de
Israel: la expiación y sustitución se enfatiza con el sacerdocio y el servicio
en el tabernáculo. El concepto de pecado es más patente, tanto desde el
punto de vista de la expiación como de la sustitución. Los distintos aspectos
del tabernáculo, con sus divisiones, ejemplarizan la realidad del pecado y la
necesidad de remisión. Los sacerdotes y levitas son representantes del
pueblo ante Dios; y al sumo sacerdote le es permitido entrar en el lugar
santísimo. De esta manera el tabernáculo es el lugar de adoración, el punto
central para la comunión con Dios, tanto personal como nacional (Éxodo
33:7-11).
El tabernáculo simboliza la presencia de Dios, y la adoración queda asociada
con la institución del día de reposo. El sábado es el día adecuado para que
Israel recordara el pacto, al tiempo que el acto adorador queda
regularizado en tiempo y espacio, aunque fuera ambulante. En realidad todo
está dispuesto para que los israelitas puedan adquirir la estabilidad ideal
para
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