FUNDAMENTACIÓN BÍBLICA DEL SACERDOCIO
edvingeovannyTesis20 de Mayo de 2017
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CAPITULO I
FUNDAMENTACIÓN BIBLICA Y ECLESIOLÓGICA DEL SACERDOCIO MINISTERIAL
En el Nuevo Testamento, el sacerdocio tiene su origen y su fuente en Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote[1]. Según el autor de la carta a los hebreos, Él es el único sacerdote que nos convenía, porque es santo, inocente, incontaminado, y diverso de los otros[2]. La carta a los hebreos subraya que Jesús es un sacerdote diverso, porque en efecto el Antiguo Testamento afirma la existencia de otros sacerdotes, por ejemplo: Melquisedec (cfr. Gn 14, 18), los sacerdotes de Egipto (cfr. Gn 41,45; 47,22) y un sacerdote de Madián (cfr. Ex 2,16). Estos primeros sacerdotes que aparecen en la Biblia no pertenecían al pueblo de Dios.
El sacerdocio Israelita surge cuando Israel se convierte en pueblo de Yahvé. Este acontecimiento fundante del pueblo de Dios se expresa en fórmula de pacto: “vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios” (cfr. Ex 6,7; Lv 26,12). Se dice también que este sacerdocio fue concedido a una tribu, la de Leví (cfr. Deuteronomio 33,8-11), y específicamente a la familia de Aarón (cfr. Levítico 21,1).
Para el autor de la carta a los hebreos, Jesucristo es sacerdote según el rito de Melquisedec (cfr. Hb 5, 1-10). El catecismo de la Iglesia católica afirma: “Todas las prefiguraciones del sacerdocio de la Antigua Alianza encuentran su cumplimiento en Cristo” (cfr. CEC 1544). Efectivamente Él con su muerte y Resurrección, ha redimido a la humanidad. El sacerdocio de Cristo continúa en la Iglesia, porque Él para continuar su obra de salvación, comunica a todos sus discípulos la dignidad y la misión de sacerdotes de la nueva y eterna Alianza. (cfr. PDV 13). En la actualidad por medio del orden sacerdotal, los obispos sucesores de los apóstoles, por medio de la imposición de manos y la oración consecratoria, confieren el sacramento del orden, a aquellos que Jesús llama para configurarlos con Él.
- ¿QUÉ ES EL SACERDOCIO MINISTERIAL?
El Sacerdocio Ministerial es un sacramento instituido por Jesucristo. Según el compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, “Es el sacramento que otorga una efusión especial del Espíritu Santo, que configura con Cristo al ordenado en su triple función de Sacerdote, Profeta y Rey, según los respectivos grados del sacramento. La ordenación confiere un carácter espiritual indeleble: por eso no puede repetirse ni conferirse por un tiempo determinado”[3].
El sacerdocio ministerial es el sacramento que permite ejercer una potestad sagrada al servicio del Pueblo de Dios, en nombre y con la autoridad de Cristo[4]. San Juan de Ávila decía: “Entre todas las obras que la Divina Majestad obra en la Iglesia por ministerio de los hombres, la que tiene el primado de excelencia, y obligación de mayor agradecimiento y estima, es el oficio sacerdotal”[5]. De hecho el único sacerdocio de Cristo se hace presente por el sacerdocio ministerial[6], porque ser sacerdote significa configurarse con Jesucristo, Cabeza y Pastor de la Iglesia[7]. San Alfonso María de Ligorio hace una síntesis muy bonita de lo que es el sacerdocio ministerial, recogiendo las definiciones de varios autores.
Dice San Juan Ignacio Mártir que «sacerdocio es la dignidad suprema entre todas las dignidades criadas» (Ep. Ad Smyrn.) San Efrén la llamaba «dignidad infinita» (De sacerdotio). San Juan Crisóstomo dice que «el sacerdocio, aún cuando se ejerza en la tierra, ha de contarse entre las cosas celestiales» (De sacerdotio, 1.3,c.3). Casiano decía que «el sacerdote está más alto que todos los poderes de la tierra y que todas las grandezas del cielo, siendo mayor que él sólo Dios» (In catal, glorie mundi, p.4.ª const.6), e Inocencio III aseguraba que «el sacerdote está colocado entre Dios y el hombre, siendo inferior a Aquel y superior a éste» (Sermón 2 in consecr. Pont.). San Dionisio llama al sacerdote «hombre divino» (De cael, hier., c.1), por lo que decía que «su dignidad es divina» (De sacerdocio, 1.1). En una palabra, decía San Efrén, «la dignidad sacerdotal sobrepuja a cuanto se puede concebir» (De sacerdotio). Basta saber que Jesucristo dijo a los sacerdotes han de ser tratados como su misma persona (Lc 10,16). Por eso decía San Juan Crisóstomo que «quien honra al sacerdote honra a Jesucristo y quien injuria al sacerdote injuria a Cristo» (Hom. 17 in Mt.)[8].
El sacerdote, por el hecho de participar en el único sacerdocio de Cristo y por ser ministro de los misterios divinos, es el trabajador en la obra de Dios (cfr. 1 Cor 16,10), el servidor de Dios (cfr. 1Tes 3,10). Los sacerdotes son llamados a ser servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios (cfr. 1 Cor 4,1-2). Siguiendo a Pablo decimos que el sacerdocio ministerial sólo puede ser entendido desde la relación que los sacerdotes tengan con Cristo, y con los cristianos, porque la misión propia y verdadera del servicio sacerdotal, consiste en ser testigos de otro mundo, testigos de Dios. El testimonio sacerdotal es un signo de la presencia permanente, benéfica y salvífica. Ser sacerdote significa ser testigo de la presencia de Dios y de la acción salvífica de Él, desarrollada en el mundo[9]. De hecho, por medio del sacerdocio ministerial, Cristo sigue actuando en favor de su Iglesia, especialmente mediante la celebración de los sacramentos.
- Prefiguraciones del Sacerdocio de Cristo en el Antiguo Testamento.
La Sagrada Escritura presenta el tema del sacerdocio en varios libros del
Antiguo Testamento. Por esa razón podemos hablar de prefiguraciones que anticipan el sacerdocio ministerial instituido por Jesucristo. Según el Catecismo de la Iglesia Católica, éstas son: la figura de Melquisedec, el sacerdocio de Aarón, el servicio levítico, y la institución de los setenta ancianos[10]. En esta tesis presentaremos solamente dos: Melquisedec y el sacerdocio en el pueblo de Israel.
- Melquisedec
El primer libro de la Biblia, describe la existencia de un sacerdote de
Dios Altísimo, llamado Melquisedec, nombre hebreo Melki-sedheq, comúnmente interpretado como rey de justicia, se dice también que era rey de Salem, o sea de Jerusalén[11], éste sacerdote ofrece pan y vino, en acción de gracias por la victoria que Abraham había obtenido; derrotando a sus enemigos, además bendice al patriarca y acepta el diezmo que le ofrece de todas sus cosas. (cfr. Gn 14, 18-20).
En el libro de los salmos, proféticamente se anuncia la venida del Mesías
sacerdote, pero lo que llama la atención, es que el autor inspirado no conecta el sacerdocio de Cristo, con el sacerdocio de Aarón, sino más bien, con el rito de Melquisedec. (cfr. Sal 110, 4). Por esa razón el autor de la carta a los hebreos, afirma que Melquisedec, rey de justicia y de paz; es tipo o figura de Cristo, porque también Jesús es al mismo tiempo Sacerdote y Rey. (cfr. Hb 7, 1.3; 5, 6-10). Pero la carta a los hebreos, no se queda sólo en estos detalles, profundiza aún más, cada aspecto de este sacerdote misterioso, y lo relaciona en todas sus dimensiones con el sacerdocio de Cristo. Albert Vanhoye, lo sintetiza de la siguiente manera:
El autor de la carta a los hebreos, examina la imagen que el libro del Génesis hace de Melquisedec, y constata que es explícitamente la imagen de un rey ideal, porque es rey de justicia, rey de paz, y al mismo tiempo sacerdote. También observa que su sacerdocio es de un género particular, porque no se conecta a una línea sacerdotal, dado que el texto no menciona ni padre, ni madre, ni genealogía. La imagen no contiene límites cronológicos, no indica principio de días, ni fin de vida y corresponde por tanto, en cierto modo al sacerdote eterno, proclamado en el oráculo del salmo 110. Al mismo tiempo corresponde a una imagen del Hijo de Dios, porque no tiene ni principio de días, ni fin de vida. Sólo Él podía convertirse en sacerdote eterno, porque la imagen bíblica constituye una prefiguración de Cristo glorificado, Hijo de Dios y sacerdote eterno[12].
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