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Hermeneutica Biblica

roisercaballero17 de Febrero de 2013

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Algunos maestros religiosos gustan de emplear textos bíblicos como epígrafes sin

preocuparse de su verdadera conexión. Así acontece que con demasiada frecuencia adaptan los

textos impartiéndoles un sentido ficticio enteramente extraño a su verdadero objeto y significado.

Lo que con tal proceder parece ganarse no admite comparación con las pérdidas y peligros

inherentes a esa práctica. Alienta la costumbre de interpretar la Biblia en una forma arbitraria y

fantástica, con lo cual se ponen armas poderosas en manos de los que enseñan el error. No puede

alegarse ninguna necesidad en defensa de tal práctica. Las sencillas palabras de la Biblia,

interpretadas legítimamente, según su propio contexto y objeto, contienen tal plenitud y

comprensión de significado que son suficientes para las necesidades de los hombres en toda

circunstancia. Sólo es robusta y saludable aquella piedad que se alimenta, no con las fantasías y

especulaciones de predicadores que, prácticamente, colocan su propio genio encima de la Palabra

de Dios, sino con las puras doctrinas y preceptos de la Biblia, desenvueltos en su verdadera

conexión y significado.

Hay porciones de la Biblia para la exposición de las cuales no debemos buscar ayuda en

el contexto o en el objeto. Por ejemplo, el libro de los Proverbios está compuesto de numerosos

aforismos separados, muchos de los cuales no tienen conexión alguna entre sí. Varias partes del

libro de Eclesiastés consisten en proverbios, soliloquios y exhortaciones que no parecen tener

relación vital entre sí. También los evangelios contienen algunos pasajes imposibles de explicar

como teniendo conexión con lo que les precede o les sigue.

Sobre tales textos aislados, como también sobre los no así aislados, a veces arroja mucha

luz la comparación con otros pasajes paralelos; pues hay palabras, frases y declaraciones

históricas o doctrinales que, difíciles de entender en un lugar dado, a menudo se hallan rodeados

de mayor luz por las declaraciones adicionales con que aparecen ligados en otras conexiones. Sin

e1 auxilio de pasajes paralelos algunas palabras y declaraciones de las Escrituras apenas serían

inteligibles.

"Al comparar paralelos, -dice Davidson-, conviene observar cierto orden. En primer

lugar, debemos buscar paralelismos en los escritos del mismo autor, puesto que es posible que

las mismas peculiaridades de concepto y modos de expresión aparezcan en diversas obras de una

misma persona. Existe cierta configuración de la mente que se manifiesta en las producciones de

un hombre. Cada escritor se distingue por un estilo más o menos propio; por características

'mediante las cuales puede identificársele con las producciones de su intelecto, aun cuando oculte

su nombre. De aquí lo razonable de esperar que los pasajes paralelos de los escritos de un autor

arrojen luz sobre otros pasajes".

Pero también debemos recordar que las Escrituras del Antiguo y Nuevo Testamentos son

un mundo en sí mismas. Aunque escritas en gran variedad de épocas y consagradas a muchos

temas diversos, tomadas en conjunto constituyen un libro que se interpreta a sí mismo. Por

consiguiente, la antigua regla de que "las Escrituras deben interpretarse por las Escrituras" es un

principio importantísimo de la hermenéutica sagrada. Pero es necesario evitar el peligro de

excedernos aun en esto. Hay quienes han ido demasiado lejos al tratar de hacer a Daniel explicar

la Revelación de San Juan y también es realmente posible el forzar algún pasaje de Reyes o

Crónicas, tratando de hallarlo paralelo con alguna declaración de San Pablo. Por lo general debe

esperarse hallar los paralelos más valiosos, en libros de una misma índole: lo histórico hallará

paralelo en lo histórico, lo profético con lo profético, lo poético con lo poético y lo

argumentativo o exhortatorio con sus similares. Es muy probable que hallemos más de común

entre Oseas y Amos que entre Génesis y Proverbios; esperaremos hallar más semejanza entre

Mateo y Lucas, que entre Mateo y una de las. epístolas de San Pablo; y estas epístolas,

naturalmente, exhiben muchos paralelos, tanto de lenguaje como de pensamiento.

Por lo general se han dividido en dos clases los pasajes paralelos, en verbales y reales,

según que lo que constituya el paralelismo consista en palabras o consista en material análogo.

Donde una misma palabra ocurre en conexiones similares o en referencia al mismo asunto general,

el paralelismo se llama verbal. Se llaman reales aquellos pasajes similares en los cuales el

parecido o identidad consiste no en palabras o frases sino en hechos, asuntos, sentimientos o

doctrinas. Los paralelismos de esta clase a veces se subdividen en históricos y didácticos, según

que la materia del asunto consista en acontecimientos históricos o en asuntos de doctrina. Pero es

posible que todas estas divisiones no sean más que refinamientos innecesarios. El expositor

cuidadoso consultará todos los pasajes paralelos, ya sean verbales, históricos o doctrinales; pero

al interpretar tendrá poca oportunidad de discernir formalmente entre estas diversas clases.

Lo importante a determinar en cada caso es si existe verdadero paralelismo entre los

pasajes aducidos. Un paralelo verbal puede ser tan real como el que incorpora muchos

sentimientos correspondientes, porque una sola palabra, a menudo, decide de un hecho o una

doctrina. Por otra parte, puede existir semejanza de sentimiento sin que haya verdadero

paralelismo.

Una comparación cuidadosa de la parábola de los talentos (Mat. 25:14-30) y la de las

minas (Luc. 19:11-27 ) demostrará que ambas tienen mucho que les es común, junto con no

pocas cosas que son diferentes. Fueron pronunciadas en diversos tiempos, en sitios distintos y en

oídos de personas diferentes. La parábola de los talentos trata únicamente de los siervos de un

señor que se fue a un país lejano; la de las minas trata, también, de sus súbditos y enemigos que

vio querían que él reinara sobre ellos. Sin embargo, la gran lección de la necesidad de una

actividad diligente en el servicio del Señor, durante su ausencia, es la misma en ambas parábolas.

Se hace necesaria la comparación de pasajes paralelos para determinar el sentido de la

palabra aborrecer, en Lucas 14:26, "Si alguien viene a mí y no aborrece a su padre..." Esta

declaración, a primera vista, parece ser un desacato del quinto mandamiento del Decálogo, al

mismo tiempo que envuelve otras exigencias no razonables. Parece opuesta a la doctrina

evangélica del amor. Pero volviéndonos a Mateo 10:37 hallamos la misma declaración en forma

más suave y entretejida en un contexto que sirve para revelar toda su fuerza e intento: "El que

ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a hijo o a hija más que a mí,

no es digno de mi". El contexto inmediato de este verso (v. 34-39) un pasaje característico de las

más ardientes declaraciones de nuestro Señor, coloca su significado en una luz clarísima cuando

dice (v. 34) : "No penséis que he venido a la tierra a traer paz; no he venido a traer paz sino guerra".

El ve un mundo sumido en la maldad, exhibiendo toda forma de oposición a sus mensajes

de verdad. Con un mundo semejante él no puede hacer ningún compromiso, ni tener paz alguna,

sin, primeramente, tener un amargo conflicto.

En vista de esto, él, adrede, lanza una invitación a tal conflicto. El quiere conquistar paz.

No quiere paz obtenida en otra forma.

Tal significado peculiar de la mencionada palabra, se halla, además. confirmado por su

uso en Mateo 6:24; "Nadie puede servir a dos señores, porque o aborrecerá al uno y amará al

otro, o se llegará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a Mammón". Dos

señores tan opuestos en naturaleza como Dios y Mammón no pueden ser amados y servidos al

mismo tiempo por una misma persona. El amor de uno necesariamente excluye el de otro; y ni

uno ni otro acepta el servicio de un corazón dividido. En el caso de oposiciones tan esenciales, la

falta de amor por el uno importa una enemistad desleal, -la raíz de todo aborrecimiento.

La verdadera interpretación de las palabras de Jesús a Pedro, en Mat. 16:18, sólo pueden

apreciarse plenamente por medio de una comparación y un estudio cuidadoso de todos los textos

paralelos. Jesús dice a Pedro: "Tú eres Pedro (Petros) y sobre esta petra (o sea "esta roca",

Epitaute te petra) edificaré mi Iglesia y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella".

¿Cómo es posible de sólo este pasaje decidir si la roca (petra) se refiere a Cristo (como sostienen

San Agustín y Wordsworth) o a la confesión de Pedro (Lutero y muchos teólogos protestantes) o

a Pedro mismo? Es digno de notarse que en los pasajes paralelos de Marcos 8:27-30 y Lucas

9:18-21, no aparecen estas palabras de Cristo a Pedro. El contexto inmediato nos presenta a

Simón Pedro como hablando por, y representando a, los discípulos, respondiendo a la pregunta

de

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