Infinita noche
dragon155Informe18 de Mayo de 2015
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una noche sin fin.
Así como la sangre bebida por la madre Tierra no desaparece, sino que se coagula en grumos que esperan venganza, así una cruel Ate soporta al culpable hasta cubrirlo con una abundancia de males.
No hay remedio para el que ha hollado la habitación de una virgen, y así, aunque todos los ríos confluyeran en uno para purificar la sangre de la mano impura, lavarían en vano.
En cuanto a mí -ya que los dioses me han obligado a compartir la desgracia que envuelve a mi patria, y que de la casa paterna me han traído aquí para un destino servil- debo, a pesar mío, obedecer las órdenes justas o injustas de mis dueños y dominar el odio que roe mi corazón. Debajo de mis velos lloro el miserable destino de mi señor, helado mi corazón por secretos dolores.
ELECTRA. Siervas, bien probadas en el servicio de la casa, puesto que me estáis acompañando en esta procesión, sed también mis consejeras. ¿Qué diré, mientras derramo estas libaciones fúnebres? ¿Qué palabra le será grata? ¿Cómo rogaré a mi padre? ¿Diré que de parte de una mujer amada a un esposo querido traigo la ofrenda, sí, de mi madre? No tengo valor para ello, ni sé qué decir derramando esta ofrenda sobre la tumba de mi padre. ¿O pronunciaré las palabras, como es costumbre entre los hombres: «A los que te envían estas guirnaldas otórgales una feliz recompensa»... un presente digno de sus crímenes? ¿O en silencio, con desprecio, tal como pereció mi padre, verteré estas libaciones que beberá la tierra, y regresaré lanzando la urna, como se hace en las lustraciones, sin volver los ojos? Asistidme, amigas, en esta decisión, puesto que alimentamos un odio común. No me ocultéis el fondo de vuestro corazón por miedo de alguien; porque lo que está decretado aguarda tanto al libre como al sometido a una mano extranjera. Hablad, pues, si tenéis algo mejor que decir.
CORIFEO. Como un altar adoro la tumba de tu padre. Te diré, puesto que me lo ordenas, las palabras que salen de mi corazón.
ELECTRA. Habla, tal como adoras la tumba de mi padre.
CORIFEO. Mientras haces libaciones pide bendiciones para los leales.
ELECTRA. Pero ¿a cuál de los suyos puedo saludar con este nombre?
CORIFEO. Ante todo, a ti misma, y luego, a todo el que odia a Egisto.
ELECTRA. ¿Para mí y para ti haré, entonces, esta súplica?
CORIFEO. Por ti misma puedes ya juzgar y decidir.
ELECTRA. ¿A qué otro puedo asociar a nuestra causa?
CORIFEO. Acuérdate de Orestes, aunque esté lejos de la casa.
ELECTRA. Excelente idea; no podrías aconsejarme mejor.
CORIFEO. Ahora acuérdate de los culpables de la muerte.
ELECTRA. ¿Qué pediré? Enseña a una inexperta, explícame.
CORIFEO. Que venga contra ellos algún dios o mortal.
ELECTRA. ¿Hablas de un juez o de un vengador?
CORIFEO. Di sencillamente: alguien que mate a su vez.
ELECTRA. ¿Es piadoso pedir esto de los dioses?
CORIFEO. ¿Cómo no lo es devolver mal por mal a los enemigos?
ELECTRA. Heraldo supremo de los vivos y de los muertos, escucha, Hermes infernal, lleva por mí este mensaje y que mis plegarias escuchen los dioses de bajo tierra, vigilantes de la sangre paterna, y la misma Tierra que engendra a todos los seres y habiéndoles nutrido vuelve a recibir su germen. Y yo al derramar esta agua lustral a los muertos, digo, invocando a mi padre: «Ten piedad de mí y de tu Orestes. ¡Que seamos dueños de la casa! Ahora somos unos errantes, vendidos por la que nos ha alumbrado, y que en tu lugar ha tomado por esposo a Egisto, cómplice de tu muerte. Yo soy como una esclava, Orestes está privado de sus bienes, mientras ellos se gozan, insolentemente, con el fruto de tus trabajos. ¡Que venga Orestes con fausto suceso, te lo suplico, escúchame, padre! Y a mí concédeme ser más casta que mi madre y que mis
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