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Jesus Como Maestro Y Pedagogo


Enviado por   •  30 de Octubre de 2013  •  6.192 Palabras (25 Páginas)  •  275 Visitas

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SER CRISTIANO EN TIEMPOS DE POSTMODERNIDAD Y DE

POSTCRISTIANDAD

Vivimos tiempos de incertidumbre y crisis. Todo cambia a velocidades vertiginosas e incluso pareciera que lo único que permanece es el cambio permanente.

Son tiempos de profundos desengaños, de renuncia a los grandes compromisos e ideales, de acomodarnos en un narcisismo plácido, de pensamiento descomprometido y débil. Hoy, más que una dictadura del pensamiento único, lo que en verdad impera es la ausencia del pensamiento. De la duda como método filosófico para construir un mundo de certezas absolutas, pasamos a la duda como única certeza. Del “pienso, luego existo” cartesiano, raíz de la modernidad, hemos pasado al “consumo, luego existo; pienso, luego estorbo”, de la postmodernidad.

Cambiar el mundo se reduce a producir nuevas cosas. La calidad de vida se identifica con la cantidad de cosas. El lucro, la utilidad y el consumo sustituyen los antiguos valores de honor, generosidad, gratuidad, coraje, honestidad.

En un mundo transformado en objeto, el hombre está llamado a convertirse él mismo en una cosa, en mera mercancía, que se usa, se compra, se vende, se desecha. Hoy, cada vez más, las cosas determinan el valor de las personas: “Vales lo que tienes”; si no tienes, no vales, no eres nadie, no cuentas, tu delito es existir.

El mundo de la opulencia reparte migajas y sigue su desenfreno consumista sin importarle los demás. Sólo en Europa se gastan cada año once mil millones de dólares en helados y cincuenta mil millones de dólares en cigarrillos. Sólo en Inglaterra se gastó en estas pasadas navidades 150 millones de dólares en regalos para mascotas, y cerca de los aeropuertos de las más importantes ciudades del mundo hay lujosos hoteles para perros, gatos, y las más increíbles mascotas, donde las habitaciones pueden alcanzar el astronómico precio de 170 dólares la noche..

Vivimos programados desde fuera y ya no nos planteamos ser dueños de nosotros mismos. La sociedad de consumo, la publicidad, las modas, van decidiendo lo que ha de interesarnos, los gustos, lo que debemos comprar, usar y vestir, cómo debemos vivir. Totalmente manejados, confundimos la libertad con la capacidad de responder a los estímulos de la publicidad y del mercado; es decir, con su opuesto, con llenarnos de cadenas. Esclavos del consumo, de la apariencia, de la pasión, de las ansias de tener o de las ambiciones de poder, nos sentimos libres cuando estamos cada vez más llenos de cadenas. “Porque soy libre hago lo que quiero”, dicen muchas personas e ignoran que están así totalmente encadenados a sus caprichos, sus miedos, su flojera, su mediocridad.

De la muerte de Dios a la muerte del espíritu

La modernidad estaba convencida de que el progreso científico haría desaparecer a Dios como una hipótesis superflua e innecesaria. Dios y las religiones tenían los días contados pues sólo se justificaban en los estadios precientíficos como explicación de lo que todavía la ciencia no había podido comprender. De ahí que la modernidad fue atea, o mejor, antitea. Se opuso a Dios por considerarlo un impedimento para la grandeza del hombre. Si Dios existe no puedo existir como persona porque él me reduce a la condición de objeto. Hay que elegir entre Dios o yo: Si yo quiero ser libre, autónomo, tengo que negar a Dios. Todas las grandes filosofías de la modernidad (marxismo, existencialismo, positivismo…) en defensa de la autonomía del hombre, combatieron la idea de Dios.

Estos conceptos de espíritu y espiritualidad como realidades opuestas a lo material, a lo corporal, a lo mundano, provienen de la cultura griega, que hemos asimilado con naturalidad y que han condicionado toda nuestra visión de lo espiritual. Para el pensamiento bíblico, espíritu no se opone a materia, ni a cuerpo, sino a maldad (destrucción); se opone a carne, a muerte (la fragilidad de lo que está destinado a la muerte); y se opone a la ley (imposición, miedo, castigo). En este contexto semántico, espíritu significa vida, construcción, fuerza, acción, libertad. El espíritu no es algo que está fuera de la materia, fuera del cuerpo, o fuera de la realidad real, sino algo que está dentro, que inhabita la materia, el cuerpo, la realidad, y les da vida, los hace ser lo que son; los llena de fuerza, los mueve, los impulsa; los lanza al crecimiento y a la creatividad en un ímpetu de libertad .

Ahora sí podemos entender que cuando decimos que una persona es espiritual estamos hablando de una persona “con espíritu”, valiente, comprometida, que se enfrenta sin miedo y con pasión a todo lo que ocasiona muerte y destrucción, a todo lo que encadena la vida y atenta contra ella, contra la plenitud de la vida. El espíritu es fuerza de vida que nos libera del desencanto y de la mediocridad. Cuanto más conscientemente vive y actúa una persona, cuanto más cultiva sus valores, su ideal, su mística, sus opciones profundas, su utopía, más espiritualidad tiene.

La persona espiritual es aquella capaz de enfrentarse con valor al misterio de su propia existencia, la que no elude sino que trata de responder con profundidad las preguntas esenciales de ¿quién soy?, ¿cuál es mi proyecto de vida?, ¿cómo me considero una persona realizada y feliz? Por lo contrario, una persona sin espíritu es una persona sin ánimo, sin pasión, sin ideales, que vive encerrada en una vida mediocre y sin horizontes, sin proyecto, sin preguntas, que se pierde en el anonimato del rebaño, que se deja guiar por la televisión , las propagandas y los mercaderes de ilusiones falsas..

Decimos que aceptamos el evangelio pero tenemos el corazón atrapado por los valores de este mundo. Nos proclamamos seguidores de Jesús Resucitado, pero conservamos los valores de los que lo crucificaron. Por eso, no nos distinguimos demasiado de los no-cristianos, y con frecuencia, muchos de ellos son más generosos, serviciales, comprometidos que nosotros.

De ahí la necesidad de analizar qué espíritu mueve nuestras vidas, cuáles son sus frutos. ¿Son paz, alegría, generosidad, servicio; o más bien envidia, egoísmo, violencia, ansias de poder o de figurar? El Espíritu de Jesús libera de todas las cadenas internas (egoísmo, comodidad, miedos, ansias de tener o de poder…), nos rescata de la esclavitud y nos abre al horizonte luminoso de una vida plena de hijos y de hermanos .

Crisis de la educación católica.

No hay que ser un investigador muy acucioso para caer en la cuenta de que la mayor parte

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