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La Familia

arielreyeszuleta17 de Noviembre de 2013

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Tema 1 La dimensión misionera de la familia

Para el diálogo en grupo al inicio de la sesión

• Las familias cristianas de hoy, ¿están capacitadas para pensar en su responsabilidad misio- nera, o bastante tienen con mantener la fe? • ¿Cómo viven actualmente la responsabilidad misionera las familias cristianas? • ¿Es posible implicar a familias concretas en este compromiso? ¿Qué oportunidades se ofre- cen? ¿Qué dificultades se presentan?

Familia misionera

OBRAS MISIONALES PONTIFICIAS

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En 1994 estábamos en una convivencia y escuchamos de nuestros catequistas una invitación del Papa a evangelizar como familia. La preparación y el desarrollo de nuestra vocación se han realizado como algo natural dentro de la comunidad. En ella comprendimos que Dios quiere contar con personas concretas para anunciar su amor, que no hay nada de mágico, que la fe se transmite como la gripe, por contagio directo. En cuanto a nuestra actividad hoy día en la parroquia de destino, habría que decir primero que cuan- do llegamos a la misión traíamos muchas ideas preconcebidas y falsas sobre lo que puede ser una misión. Creíamos que íbamos a convertir a muchas personas y a aportarles muchas cosas. Luego el Señor nos ha hecho comprender que nos ha traído a la misión primero para nuestra conversión personal. Un factor importante es la llamada inculturación, que es como una especie de simbiosis entre no- sotros y el medio en que vivimos, con una cultura, lengua, costumbres diferentes. Ésta se hace bastante difícil, ya que nos encontramos viviendo en una sociedad muy distinta de la que quisiéramos para edu- car a nuestros hijos. La familia cristiana como tal ha desaparecido desde hace más de dos generaciones. El curso pasado nuestra hija Nazaret era la única de la clase cuyos padres no eran divorciados. La fami- lia es más bien monoparental, existe un padre o una madre y uno o dos hijos máximo (la media nacional es de 1,6 hijos por familia, más alta no obstante que en España). Como los dos trabajan, la falta de tiem- po de dedicación se suple con todos los caprichos que el niño quiera. Dado que la familia está destruida, se ha perdido la autoridad moral y el Estado es el que hace de “papá”, marcando las pautas de conduc- ta. Entre los múltiples ejemplos proponemos uno. En la educación sexual, a lo único que se les enseña es “a protegerse”, sin el más mínimo dominio sobre la voluntad. Los términos de virginidad, castidad, continencia, pudor, celibato, no aparecen por nin- gún lado. Cuando hablamos de esto con una directora de colegio nos trató de “naïf” y nos recomendó cambiar de “establecimiento” escolar. Cada vez aparecen más pronto las relaciones sexuales entre los jóvenes y la homosexualidad. Las madres son las primeras en dar los anticonceptivos a sus hijas y si por desgracia hay un embarazo no deseado se recurre a la I.V.G., unas siglas para encubrir la interrupción voluntaria del embarazo, reembolsado al 100% por la seguridad social… En nuestro barrio el año pasa- do ha habido seis adolescentes que se han suicidado (lógicamente, esto no sale en la prensa). Contamos esto como ejemplo para que se comprenda que esta sociedad no está preparada para sufrir, que el menor signo de sufrimiento hay que quitarlo de en medio, con lo cual la predicación de la cruz sigue siendo, igual que en la época de San Pablo, una estupidez. Además, no estamos reconocidos como misioneros, ya que los misioneros están en África o América del Sur o Asia, pero no en Francia. Sin embargo, vemos cada día más claro que nuestra primera misión es la de vivir aquí haciendo presente la familia en un lugar donde no existe. Esto, sin ninguna pretensión por nuestra parte, porque estamos muy lejos de ser una familia modelo. Esto es lo único que tenemos

Testimonio

Florencio Iglesias es delineante industrial y M.ª Fernanda Rodríguez, profesora. Son de Sevilla, llevan casados 19 años y tienen 9 hijos. Es un matrimonio misionero del Camino Neocatecumenal que está en misión en Marsella (Francia) desde 1994. Éste es el testimonio, resumido, que dieron en el Congreso Nacional de Misiones de Burgos.

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para transmitir, el amor gratuito que hemos recibido de Jesucristo, capaz de sacarnos de todos nuestros miedos, angustias, impotencias, que nos da la fuerza para estar fuera de nuestro país, lejos de nuestras familias, etc. Desde hace ocho años pertenecemos a una parro- quia situada en un antiguo barrio obrero, en el cual aún existen células comunistas. Las personas que pertene- cen al territorio de la parroquia son unas 8.000. De ellas, el 40 % son de religión musulmana, y un 20 % de re- ligión judía. Se celebra una misa el sábado y otra el domingo. La asistencia es de 50 a 60 personas. La reali- dad es bastante pobre, así que hacemos una pastoral de evangelización. Visitamos las casas, anunciando a los que nos reciben y nos quieren escuchar (que son muy pocos) el amor de Jesucristo. Los judíos no abren las puertas, los musulmanes son más acogedores, aunque no les interesa para nada, y el resto son personas cre- yentes pero no practicantes. En los tiempos fuertes de la liturgia hacemos catequesis para adultos. Durante estos años hemos visto pasar mucha gente por la parroquia, gente con la vida muy destruida, con una debilidad humana enorme, tantísimas personas depresivas, personas de buena posición con todas las necesidades materia- les cubiertas, pero con una gran falta de amor en sus vidas. Los que acogen el Evangelio empiezan a cam- biar, el Señor los hace personas, les devuelve la dignidad. Además hacemos catequesis de preparación a los sacramentos del bautismo, de la confirmación y del matrimonio; animamos las misas y las diferentes fiestas litúrgicas durante el año, tratando de trans- mitir fielmente lo que hemos recibido, es decir, el anuncio del amor gratuito de Jesucristo tal y como somos, sin exigencias, su misericordia, a través de la predicación, el amor a la Iglesia como madre y maes- tra, y la posibilidad de redescubrir la fe dentro de una comunidad. Nuestra misión es bastante árida, porque esta sociedad no quiere escuchar. Pero el Señor nos da per- severancia y amor, nos da ánimo a nosotros y a nuestros hijos.

FLORENCIO IGLESIAS Y M.ª FERNANDA RODRÍGUEZ

Desde la realidad

Florencio y María Fernanda cuentan cómo han sentido la vocación misionera y la están reali- zando en Francia, llevando el testimonio del Evangelio con su vida y su predicación. • ¿Qué opinión te merece este testimonio? • ¿Qué parecidos encuentras con la situación de nuestra propia sociedad y de la Iglesia en España? • ¿Cómo despertar la conciencia misionera en las familias? ¿Cómo puede una familia formar- se para vivir la misión? • ¿Tiene fundamento que un matrimonio con su familia se entregue totalmente a la misión?

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En los orígenes de la Iglesia, narra el Nuevo Testamento que el matrimonio Prisca (o Priscila) y Áquila habían sido expulsados de Roma e ido a Corinto (Hch 18, 2); allí los conoció Pablo. Posteriormente le acompañaron en su viaje apostólico a Éfeso (Hch 18, 18-19, 26; 1 Co 16, 19) y regresaron a Roma, donde continuaron cooperando con la misión, como testimonia el mismo Pablo en la carta a los Romanos:

“Saludad a Prisca y Áquila, mis compañeros de trabajo en el servicio de Cristo Jesús. A ellos, que pusieron en peligro su propia vida por salvar la mía, no solo yo les doy gracias, sino también todos los hermanos de las Iglesias no judías. Igualmente, saludad a los hermanos que se reúnen en casa de Prisca y Áquila” (Rm 16, 3-5).

En ese mismo periodo de los inicios, la labor evangelizadora de los cristianos era muy importante y tenida en gran estima por las comunidades cristianas. Una parte esencial era la que se realizaba dentro de la familia. Era necesario dar testimonio y educar a los hijos en la fe, ya que la sociedad y la cultura no eran cristianas.

“Veneremos al Señor Jesús, cuya sangre fue derramada por nosotros; respetemos a los que diri- gen nuestras comunidades, honremos a nuestros presbíteros, eduquemos a nuestros hijos en el temor de Dios, encaminemos a nuestras esposas por el camino del bien... Que vuestros hijos sean educados según Cristo, que aprendan el gran valor que tiene ante Dios la humildad y lo mucho que aprecia Dios el amor casto, que comprendan cuán grande sea y cuán hermoso el temor de Dios y cómo es capaz de salvar a los que se dejan guiar por él con toda pureza de conciencia. Porque el Señor es escudriñador de nuestros pensamientos y de nuestros deseos, y su Espíritu está en nosotros, pero cuando él quiere nos lo puede retirar” (S. Clemente Romano, Carta 1 a los Corintios, 21, 6-9).

La familia, pequeña iglesia doméstica

Actualmente, siguiendo los pasos de esta tradición, la familia es considerada por la Iglesia como una “pequeña iglesia doméstica” (LG 11). La expresión significa que la familia se funda sobre el sacramento del matrimonio que han recibido los cónyuges cristianos y que en la familia es posible la escucha de la Palabra de Dios, la iniciación a la oración y a los sacramentos, y la vida de comunión y caridad de los cris- tianos. De esta manera la familia vive su identidad como parte fundamental de la Iglesia. Pablo VI recuerda a la familia como comunidad evangelizadora:

“En cada familia cristiana, deberían reflejarse los diversos aspectos de la Iglesia entera. Por otra parte, la familia, al igual que la Iglesia, debe ser un espacio donde el Evangelio es transmitido y desde donde éste se irradia. Dentro, pues, de una familia consciente de esta misión, todos los miembros de la misma evangelizan y son evangelizados. Los padres no sólo comunican a los hijos el Evangelio, sino

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