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La Muerte


Enviado por   •  30 de Noviembre de 2014  •  4.212 Palabras (17 Páginas)  •  195 Visitas

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La muerte

INTRODUCCIÓN:

“El cuerpo es una máquina muy bien hecha, siempre tiene plan B. Es muy difícil morirse” solía decirle a Sebi cuando me consultaba con preocupación en alguna de las circunstancias que le tocaron. “Parece que no era tan difícil” podría haberme dicho en sus últimos instantes. Se habrá apiadado de mí.

La muerte es fuente inagotable de aforismos y frases célebres, simplemente porque es el tema central de los hombres desde que el mundo es mundo. Yo había acuñado la mía (eso de que “es muy difícil morirse”, aunque creo que decía “no es tan fácil morirse”) y la había sostenido con éxito durante un tiempo importante, hasta que el peso de la realidad la hizo pedazos.

A muchos les gusta repetir que lo que no los mata los fortalece. Que estupidez. A mi, lo que no me mató, me hirió de muerte. Tarde o temprano moriré por esto. ¿Cómo podría fortalecerme? Sería más apropiado decir que lo que no me mata hoy, me matará mañana.

Cuando llegué a casa con más dolor del que creía podía tolerar, me encerré en el baño y frente al espejo dije: “me quiero morir”. Al fin y al cabo otra frase habitual que incluye a la muerte. Pero la verdad es que no quiero morir. Quiero que el vuelva a vivir. Y eso parece tan difícil como decidir la propia muerte.

La mayoría de la humanidad no quiere morirse ni aun en las circunstancias más extremas. De hecho quienes se quitan la vida son tratados como enfermos, personas con alteraciones. Lo insoportable de la idea de la muerte es el motor del progreso. Una fuga hacia adelante que inexorablemente fracasará pero que en su camino edifica civilización.

Tiendo a pensar que el dios en que otros creen no se mete en estas cosas de la vida y la muerte. Por eso, es mejor no contar con el en los momentos aciagos. Si tenía una oportunidad de demostrar que el tema le interesa, esa fue evitar la muerte de Sebi. Pero no se tomo ese trabajo. Me pregunto porque no haría algo semejante: una insignificancia para él. No hay persona que yo conozca o haya conocido o vaya a conocer, que merezca menos que Sebi una vida tan breve.

Yo encontré cierto remedio para seguir transitando, una forma de sobrevivir dignamente: dejarme morir de dolor, solo un rato, cada día.

La muerte siempre fue parte de mi vida. El recuerdo más antiguo del que puedo dar cuenta remonta a mis tres años. Estaba ovillado debajo de una silla en una habitación oscura, probablemente el comedor de mi casa, con una angustiante conciencia de muerte. No de la mía sino la de los demás. Acababa de darme cuenta de que los seres que amaba y necesitaba iban a morir algún día. En mi infancia el juego preferido era tirarme sobre el piso para averiguar qué era eso de estar muerto. Cerraba los ojos, me tapaba los oídos con algodón, permanecía lo más inmóvil que me fuera posible. Pero siempre fracasaba, a pesar de mis esfuerzos, en no pensar.

Quizás el hecho se ser asmático siempre me relacionó con la Parca ya que los que padecemos esa enfermedad tenemos claro que el límite entre la vida y la muerte no mide más de un milímetro de mayor oclusión bronquial. En mi biografía del Che Guevara me ocupé de la influencia del asma severa en su personalidad.

Siempre estuve convencido de que mi vida sería breve, lo que los años se ocuparon de desmentir. Pero dicha premonición estuvo a punto de realizarse cuando llegué a estar muerto en mi adolescencia. Sucedió que cuando recién comenzaba a caminar tomé uno de las colillas que mi padre dejaba en los ceniceros y la tragué. Eso me provocó un acceso de convulsiones que providencialmente resolvió una vecina metiéndome los dedos en la boca haciéndome vomitar. El asunto es que años después, a mis quince años, fumé mi primer cigarrillo entero tragando el humo, un Particulares negro. Entonces mi organismo “recordó” aquel pucho letal de mi infancia y me provocó lo que médicamente se llama un “shock anafiláctico”. A duras penas logré llegar a mi casa, y ya sin fuerzas, me derrumbé en la primera cama que encontré. Con esa intuición inexplicable de las madres la mía se asomó al cuarto y en vez de dar por sentado que estaba durmiendo una siesta encendió la luz y al darse cuenta de mi estado puso en marcha la alarma. Fue entonces cuando viví lo que entre nosotros divulgó el periodista Víctor Sueyro y que fuera de nuestras fronteras, fue motivo de investigaciones científicas iniciadas por el Dr. Raymond Moody y continuadas, entre otros, por la Dra. Kubler Ross.

Tal como fue descripto por muchos otros que vivieron la misma experiencia (se calcula que en los Estados Unidos son uno de cada veinte) me viví fuera de mi cuerpo, observando desde arriba lo que sucedía. Me ví a mi mismo acostado en la cama, percibí el clima de angustiada agitación que reinaba, observé el ingreso del célebre cardiólogo Pedro Cossio vestido con guardapolvo blanco y una Parker negra con capuchón de oro en su mano que había sido arrancado de su consultorio distante una cuadra; siempre desde un nivel superior, como flotando en el aire, pude ver cómo tomaba mi mano izquierda y luego de algunos segundos decía “no tiene pulso”, es decir que yo estaba muerto. Luego la escena se hace más confusa y observo que alguien entra corriendo y me aplica una inyección, luego la oscuridad me invade y cuando despierto veo a mi padre de contraluz contra una ventana, aguardando el desenlace de mi cuadro. No experimenté la sensación de túnel ni de luz enceguecedora a su final que relatan otras personas que han vivido la experiencia del ECM (experiencias cercanas a la muerte). Sí coincido con que durante mi extracorporeidad experimenté una inefable sensación de paz y de amistad con la muerte.

En los años siguientes tuve otras oportunidades que verle la cara a la muerte, como cuando fui encarado con violencia por un policía borracho o cuando, durante la dictadura del Proceso, supe que estaba en una lista de futuros desparecidos de la Marina. Y últimamente por un diagnóstico médico.

REFLEXIONES Y CITAS

Hoy quiero ser feliz. Mañana será tarde.

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El hombre es el único animal que sabe que va a morir. Quizás sea ésa la mayor diferencia con las otras especies. Más que la razón o el lenguaje.

Sin embargo nuestras acciones, nuestros pensamientos, nuestros sentimientos están tercamente influenciados por la ansiosa necesidad de negar este destino inevitable.

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No morimos porque estamos enfermos sino porque estamos vivos (Montaigne).

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