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Las Herejias

rpereira6 de Abril de 2014

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Las Herejías

El término "herejía" viene del griego heresis (=elección) que en la Sagrada Escritura aparece con el sentido de grupo o facción, o también de división. En este sentido adquirió ya un carácter negtivo y condenatorio en los primeros tiempos de la Iglesia. El Código de Derecho Canónico, que norma la vida de la comunidad católica, señala que «se llama herejía la negación pertinaz, después de recibido el bautismo, de una verdad que ha de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma» (Código de Derecho Canónico - CIC can. 751).

La herejía, por tanto, es la oposición voluntaria a la autoridad de Dios depositada en Pedro, los Apóstoles y sus sucesores y lleva a la excomunión inmediata o latae sententiae (Ver CIC can. 1364), es decir, a la separación de los sacramentos de la Iglesia.

No hay que confundir la herejía que ya definimos antes como «negación pertinaz, después de recibido el bautismo, de una verdad que ha de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma» (CIC 751) con la apostasía que es «el rechazo total de la fe cristiana» (CIC 751), o con el cisma que es «el rechazo de la sujeción al Sumo Pontífice o de la comunión con los miembros de la Iglesia a él sometidos» (CIC 751).

Donatismo

El Donatismo fue en error enseñado por Donato, obispo de Casae Nigrae. Él enseñó que la efectividad de los sacramentos dependía del carácter moral del ministro impartiéndolos. En otras palabras, si un ministro que se encontraba envuelto en un pecado serio bautizaba a una persona, el bautismo quedaba invalidado debido al estado de impureza moral de tal ministro.

El problema con este error bíblico es que ninguna persona es moralmente pura. La efectividad del bautismo, de la Santa Cena, etc. no cesa debido al estado moral del ministro que las imparta. Los sacramentos tienen la efectividad que tiene, debido a que representan realidades espirituales. Es Dios quien trabaja con y a través de ellos, y su efectividad no puede ser anulada por el estado moral del administrador.

Las Primeras Herejías

Las herejías o cismas son, según las palabras del Apóstol (1 Cor. XI, 19), permitidas por Dios para prueba y purificación de su Iglesia y ya desde los primeros siglos cristianos hubo herejías. Las más importantes de ellas en los primeros tiempos fueron las de los ebionitas, gnósticos, maniqueos, antitrinitarios, montanistas, novacianos, arrianos, macedonianos, nestorianos, eutiquianos, pelagianos y priscilianistas.

Los ebionistas

Declararon que la salvación dependía de la observancia de la ley judaica, y se dividieron en dos partidos; el de los nazarenos, que era el más intransigente, y el de los cetrinos, más moderado.

Los gnósticos

Pretendieron tener un lugar de la fe sencilla un conocimiento más alto (gnosis), y cayeron con esto en errores completamente paganos acerca de Dios y el mundo, pero ocultándolos con nombres cristianos. Sus secuaces formaron más bien una secta filosófica que una comunidad eclesiástica.

Los maniqueos

Se llamaron así por su fundador Manes, que murió en 279, fueron gnósticos persas con una organización religiosa y un culto secreto, cosas ambas que faltaron a los demás gnósticos. Según su doctrina hay dos seres eternos, la luz y las tinieblas; en la lucha de ambos principios cayeron partículas de luz en la eterna materia sin forma, que al mismo tiempo es el asiento del mal, y de la misma hicieron la creación hoy existente. Según sea el principio que predomine esta mezcla, cada una de las criaturas es mala o buena, y para librar a esas partículas de luz de la mala materia que las encierra, ha aparecido Cristo, según algunos, solo con un cuerpo fantástico (docetismo). Los maniqueos hacían profesión de una moral severa, representada por los tres sellos, de la boca, del as Here15aspecho y de las manos; pero más tarde degeneró su severidad frecuentemente en la más completa disolución.

Los antitrinitarios

Como enemigos de la Santísima Trinidad, se atuvieron sólo a la unipersonalidad de Dios y por esto fueron también llamados monárquicos o unitarios.

Los modalistas o patripasianos

Vieron en las tres divinas personas sólo tres diferentes modos de manifestación del Dios unipersonal, de modo que según esto sólo el Padre había sufrido en Cristo.

Los sabelianos

Admitían una Trinidad, que consistía en tres manifestaciones u operaciones diferentes de una sola Persona divina, la cual después de desarrollarse o dilatarse como Padre en la legislación, como Hijo en la Encarnación y como Espíritu Santo en la santificación, se encerraba de nuevo en sí misma por toda la eternidad, resolviéndose en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Los dinámicos

Cuyo jefe fue el obispo de Antioquia, Pablo de Samosata, enseñaron que dentro de Cristo sólo había existido una fuerza divina. En cambio Berylo de Bostra, adoptando un término medio, sostuvo que Cristo había tenido efectivamente una personalidad propia, pero solo durante el tiempo de su morada en la tierra.

Los montanistas

Recibieron el nombre de su fundador Montano, que a mediados del siglo II se presentó como predicador de la fe en compañía de dos fanáticas, llamadas Maximilla y Prixila. Anunciaban un reinado de mil años de Cristo en la tierra (chiliasmo), para el cual debían los hombres prepararse por una gran moralidad tal como Dios precisamente la quería anunciar y enseñar por medio de Montano y de sus profetisas. Preceptos de esta moral, predicada por los montanistas o pepusianos (como también se llamaron por el lugar que fue su más importante foco en Frigia), eran la prohibición de segundas nupcias, la práctica de largos y rigurosos ayunos, la negación de los santos sacramentos al que después del bautismo hubiese cometido un pecado mortal, el deber de no apelar a la fuga para salvarse en tiempo de persecución, el abstenerse de los espectáculos, negarse al servicio militar y rechazar todo lujo y adorno en las personas. Estos y otros errores heréticos les atrajeron el anatema de la Iglesia.

Los novacianos

Cuyo fundador se opuso en Roma como antipapa al benigno Pontífice Cornelio, sostuvieron que la Iglesia solo debía formarse de los enteramente puros, y negaron lo mismo que los montanistas a los pecadores su restitución a la Iglesia. Como estos herejes solían bautizar nuevamente a los católicos que habían pasado a ellos, los católicos a su vez hicieron lo mismo con los novacianos convertidos. Trató de disculpar esta conducta San Cipriano, obispo de Cartago, originándose de aquí una polémica violenta con el Pontífice San Esteban I. El Papa declaró inadmisible la repetición del bautismo en este caso, por ser también válido el que practicaban los herejes, cuando se había verificado según la formula establecida. Surgió entonces la violenta polémica sobre esta cuestión que duró cerca de cien años, acerca del “bautismo de los herejes”.

Los donatistas

Se habían levantado en Cartago (311) contra el obispo Ceciliano nuevamente elegido, declarándole ilegítimo, porque había sido consagrado por un obispo acusado de Traidor, es decir un obispo que en el tiempo de la persecución había entregado a los paganos los libros santos. Sostuvieron que este no podía consagrar válidamente, y en su virtud eligieron para sí otro obispo, de cuyo sucesor Donato tomó nombre la secta. Habiendo acudido los donatistas al emperador Constantino, éste les envío al Papa San Melaquiades, único juez en el materia. El Papa resolvió ser válida la consagración hecha por un traidor y que por lo tanto Ceciliano debía ser reconocido como obispo legítimo. Parte de los donatistas se sometió, y otros a quienes los católicos llamaban circunceliones y que se daban a sí propios el nombre de agonistici, “soldados de Cristo”, se convirtieron en brutales bandas de ladrones que en su odio a los católicos recorrían los campos, ya mendigando, ya cometiendo horribles asesinatos, incendios y saqueos, por lo cual la autoridad civil tuvo que perseguirlos y exterminarlos.

Los macedonianos

Cuyo jefe fue el arzobispo de Constantinopla Macedonio, negaron, como también otros neumatomaquios, la divinidad del Espíritu Santo y además su personalidad. En el segundo concilio ecuménico de Constantinopla (381) esta doctrina fue condenada como falsa, y en cambio de ella se declaró dogma de fe la creencia católica en la personalidad y divinidad del Espíritu Santo, introduciendo una adición relativa a este punto en el que ahora llamamos símbolo de niceno-constantinopolitano.

Los pelagianos

Tuvieron por fundador al monje inglés Pelagio, que en el año 410 sostuvo la opinión de que no hay pecado original, y que la gracia divina no es necesaria al hombre para alcanzar la bienaventuranza. Este error fue combatido principalmente por San Agustín, obispo de Hipona, y condenado en un sínodo africano. “Roma ha hablado; el asunto está resuelto”, dijo San Agustín, cuando llegó la noticia de que el Papa Inocencio I había confirmado los acuerdos de aquel sínodo. Los semipelagianos, más templados en sus opiniones, si bien admitían la necesidad de la gracia, sostuvieron que ésta solo se concedía por causa de méritos previstos. Contra ellos definieron los concilios de Orange y Valencia (530) como artículo de fe, que la gracia debe preceder a toda obra buena, y que es indispensable para la perseverancia en el bien.

Las Primeras Herejías Cristológicas

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