Lectura Sobre La Fe
javierGgallardo18 de Marzo de 2013
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I. NUEVAS FORMAS DE INCREENCIA Y DE RELIGIOSIDAD
1. Un fenómeno cultural
En los países de tradición cristiana, una cultura bastante difundida da a la increencia un aspecto más práctico que teórico, sobre un trasfondo de indiferencia religiosa. Ésta se convierte en un fenómeno cultural, en el sentido en que con frecuencia las personas no se vuelven ateas o no creyentes por propia elección, como conclusión de un trabajoso proceso, sino simplemente, porque «così fan tutti», porque es lo que hace todo el mundo. A ello se añaden las carencias de la evangelización, la ignorancia creciente de la tradición religiosa y cultural cristiana, y la falta de propuesta de experiencias espirituales formativas capaces de suscitar el asombro y de llevar a la adhesión. Juan Pablo II así lo afirma: «A menudo se da por descontado el conocimiento del cristianismo, mientras que, en realidad, se lee y se estudia poco la Biblia, no siempre se profundiza la catequesis y se acude poco a los sacramentos. De este modo, en lugar de la fe auténtica se difunde un sentimiento religioso vago y poco comprometedor, que puede convertirse en agnosticismo y ateísmo práctico»[5].
2. Causas antiguas y nuevas de la increencia
Sería exagerado atribuir la difusión de la increencia y de las nuevas formas de religiosidad a una sola causa, tanto más cuanto que el fenómeno se halla más vinculado a comportamientos de grupo que a decisiones individuales. Algunos han observado que el problema de la increencia es consecuencia de la negligencia más que de malicia; otros, en cambio, están firmemente convencidos de que detrás de este fenómeno se ocultan ciertos movimientos, organizaciones y campañas de opinión concretos, perfectamente orquestados.
En cualquier caso, es necesario, como pidió el Concilio Vaticano II, interrogarse sobre las causas que empujan a tantas personas a alejarse de la fe cristiana: la Iglesia «se esfuerza por descubrir las causas ocultas de la negación de Dios en la mente de los ateos, consciente de la gravedad de las cuestiones que plantea el ateísmo, y, movida por el amor a todos los hombres, considera que éstas deben ser sometidas a un examen serio y más profundo» (Gaudium et spes, 21). ¿Por qué tantos hombres no creen en Dios? ¿Por qué se alejan de la Iglesia? ¿Qué parte de sus razones podemos aceptar? ¿Qué proponemos para responder a aquéllas?
Los Padres del Concilio, en la Constitución pastoral Gaudium et Spes (nn. 19-21), han identificado algunas causas del ateísmo contemporáneo. A este análisis, siempre actual, se añaden nuevos factores de increencia e indiferencia en este comienzo de nuevo milenio.
2.1. La pretensión totalizante de la ciencia moderna
Entre las causas del ateísmo, el Concilio menciona el cientificismo. Esta visión del mundo sin referencia alguna a Dios, cuya existencia se niega en nombre de los principios de la ciencia, se ha extendido ampliamente en la sociedad a través de los medios de comunicación. Ciertas teorías cosmológicas y evolucionistas recientes, abundantemente difundidas por publicaciones y programas de televisión para el gran público, así como el desarrollo de las neurociencias, contribuyen a excluir la existencia un ser personal trascendente, considerado como una «hipótesis inútil», pues, se afirma, «no existe lo incognoscible, sino sólo lo desconocido».
Sin embargo, por otra parte, el panorama de las relaciones entre ciencia y fe se ha modificado notablemente. Una cierta desconfianza ante la ciencia, la pérdida de prestigio de ésta y el redimensionamiento de su papel contribuyen a una mayor apertura a la visión religiosa y van acompañados por el regreso de una cierta religiosidad irracional y esotérica. La propuesta de nuevas enseñanzas específicas sobre las relaciones entre ciencia y religión, —o en su caso, entre ciencia y teología—, contribuyen a poner remedio al cientificismo.
2.2. La exaltación del hombre como centro del Universo
Aun cuando no lo mencionen explícitamente, los Padres del Concilio tenían en mente los regímenes marxistas-leninistas ateos y su intento de construir una sociedad sin Dios. Hoy día tales regímenes han caído en Europa, pero el modelo antropológico subyacente no ha desaparecido. Más bien observamos que se ha fortalecido con la filosofía heredada de la Ilustración. Observando cuanto acontece en Europa, —que puede perfectamente extenderse a todo el mundo occidental— el Papa constata «... el intento de hacer prevalecer una antropología sin Dios y sin Cristo. Esta forma de pensar ha llevado a considerar al hombre como el centro absoluto de la realidad, haciéndolo ocupar así falsamente el lugar de Dios y olvidando que no es el hombre el que hace a Dios, sino que es Dios quien hace al hombre. El olvido de Dios condujo al abandono del hombre, por lo que, no es extraño que en este contexto se haya abierto un amplísimo campo para el libre desarrollo del nihilismo, en la filosofía; del relativismo en la gnoseología y en la moral; y del pragmatismo y hasta del hedonismo cínico en la configuración de la existencia diaria» (Ecclesia in Europa, n. 9).
El elemento más característico de la cultura dominante del Occidente secularizado, es, sin duda, la difusión del subjetivismo, una especie de «profesión de fe» en la subjetividad absoluta del individuo que, presentándose como un humanismo, hace del «yo» la única referencia, egoísta y narcisista, y hace del individuo único centro de todo.
Esta exaltación del individuo tomado como única referencia, y la crisis concomitante de autoridad, hacen que la Iglesia no sea aceptada como autoridad doctrinal y moral. En especial, se rechaza su pretensión de orientar la vida de las personas en función de una doctrina moral, pues se la percibe como negación de la libertad personal. Se trata, por lo demás, de un debilitamiento general que no afecta sólo a la Iglesia, sino también a la Magistratura, el Gobierno, el Legislativo, el Ejército y, en general, las organizaciones jerárquicamente estructuradas.
La exaltación del «yo» conduce a un relativismo que se extiende por doquier: la praxis política del voto en las democracias, por ejemplo, conlleva a menudo la concepción según la cual una opinión individual vale lo mismo que otra, de modo que ya no habría una verdad objetiva, ni valores mejores o peores que otros, ni, mucho menos, valores y verdades universalmente válidos para todo hombre, en razón de su naturaleza, sea cual fuere su cultura.
2.3. El escándalo del mal
El escándalo del mal y el sufrimiento de los inocentes ha sido siempre una de las justificaciones de la increencia y del rechazo de un Dios personal y bueno. Este rechazo procede del no aceptar el sentido de la libertad del hombre, que implica su capacidad para hacer el mal tanto como el bien. El misterio del mal es un escándalo para la inteligencia y sólo la luz de Cristo, crucificado y glorificado puede esclarecer su significado: «En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado» (Gaudium et spes, n. 22).
Pero si el escándalo del mal no ha dejado de motivar el ateísmo y la increencia personal, éstos se presentan hoy bajo un aspecto nuevo. En efecto, los medios de comunicación social se hacen continuamente eco de esta realidad omnipresente de múltiples formas: guerras, accidentes, catástrofes naturales, conflictos entre personas y Estados, injusticias económicas y sociales. La increencia está más o menos ligada a esta realidad omnipresente y arrolladora del mal. El rechazo o la negación de Dios se alimentan de la continua difusión de este espectáculo inhumano, cotidianamente difundido a escala universal en los medios de comunicación.
2.4. Los límites históricos de la presencia de los cristianos en el mundo
La mayoría de los no creyentes y de los indiferentes no lo son por motivos ideológicos o políticos. Son con frecuencia ex-cristianos que se sienten decepcionados e insatisfechos y que manifiestan una «des-creencia», una «desafección» respecto a la creencia y sus prácticas, que consideran carentes de significado, inútiles y poco incisivas para la vida. El motivo puede estar a veces vinculado a una experiencia negativa o dolorosa, vivida en ambientes eclesiales, a menudo durante la adolescencia, lo cual condiciona el resto de la vida, transformándose después, con el tiempo, en un rechazo general, que acaba al fin en simple indiferencia. Esta actitud no implica por ello mismo una negativa generalizada, pues puede haber quedado un cierto deseo de volver a la Iglesia y restaurar una relación con Dios. En este sentido, el fenómeno de los «recommençants», (los que comienzan de nuevo), es muy significativo: son cristianos que tras un tiempo de alejamiento de la práctica religiosa, regresan a la Iglesia.
Entre las causas internas a la Iglesia que pueden empujar a algunas personas a alejarse de ella, no se puede ignorar la ausencia aparente de vida espiritual entre sacerdotes y religiosos. Cuando, en ocasiones, alguno de ellos conduce una vida inmoral, muchos se sienten íntimamente turbados. Entre las causas de escándalo hay que enumerar en primer lugar, en razón de su importancia objetiva, los abusos sexuales contra menores, pero también la superficialidad de la vida espiritual y la búsqueda exagerada de bienes materiales, especialmente en regiones donde la mayoría de la población se enfrenta a condiciones de extrema pobreza. Para muchos cristianos, la vivencia de la fe está estrechamente vinculada a los principios morales subyacentes; de ahí que ciertos comportamientos escandalosos por parte de los sacerdotes tengan efectos devastadores y provoquen una profunda crisis
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