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Libertad humana

dadade21 de Noviembre de 2012

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Página 1 de 14

I

PARTE

Resumen

En esta primera parte

de la serie de tres artículos sobre ‘Libre albedrío y neurociencias’ se hace un

muy breve esbozo de la historia del concepto de libre albedrío. Se señala como

las tensiones conceptuales generadas por el entendimiento del libre albedrío se

encuentran presentes en las raíces mismas de nuestra civilización, y en el

curso de la filosofía del Occidente. Se presentan dos aspectos relacionados y

complementarios de la libertad humana: ‘libre albedrío’ y ‘libertad para’. Por

último, se comentan las doctrinas filosóficas deterministas a ultranza,

incompatibles con la libertad humana y la responsabilidad de la conducta

voluntaria; y las doctrinas compatibilistas que aceptan el libre albedrío en un

mundo regido por la causalidad. Se señalan las dificultades del compatibilismo,

y se muestra la evidencia del libre albedrío en la vida humana.

Antecedentes

históricos

La complejidad de la

libertad humana ha preocupado el pensamiento de nuestra civilización desde sus

raíces mismas. En el mundo intelectual griego encontramos esbozados los

distintos aspectos de la expresión de la libertad humana que se van a

desarrollar y conceptualizar posteriormente en forma más específica y precisa

en la filosofía Occidental. Es importante notar que para Sócrates el

conocimiento de la verdad posee una fuerza tan irresistible sobre la mente

humana que para el filósofo resultaba inconcebible que se pudiera actuar en

forma contraria al saber verdadero; el conocimiento y la virtud del actuar

humano se identifican, de modo que sólo el ignorante procede en forma

incorrecta. El conocimiento de la verdad --del bien--, como lo presentó Platón,

se imponen sobre la mente humana restringiendo la libre voluntad humana para

elegir lo que dicta el conocimiento de la verdad, identificado con el bien. La

libertad humana no es entonces simplemente el hacer lo individual y lo meramente

personal, sino que es el actuar de acuerdo a la verdad igualmente accesible a

todos; la virtud consiste en la acción guiada por la verdad.

Por

otra parte la concepción judeo-cristiana afirma de una manera radical la

libertad de la acción humana voluntaria. El ser humano fue y es creado a imagen

y semejanza de Dios con lo que se entiende la exquisita capacidad cognitiva del

hombre y su intrínseca libertad de elección; esta situación de profunda e

inalienable libertad es claramente patente en la narrativa del Génesis, el

hombre exhibe su libre albedrío, desobedeciendo aún la voluntad Divina. Con la

tradición judeo-cristina, la libertad humana se hace más radical que la

presentada habitualmente en la conceptualización griega en la que la aparece en

general, supeditada al orden del cosmos, con un esfuerzo del hombre por

conseguir cierta autonomía personal aceptando la ineludible dinámica de los

acontecimientos del ordenamiento universal.

La libertad de elección del ser humano presentada en la tradición religiosa, no

está carente de consecuencias, la elección ajena a la voluntad divina engendra

el mal con todas sus secuelas de injusticia, sufrimiento y miserias para la

humanidad. El hombre dotado de tan radical libertad encuentra sin embargo, su

máxima felicidad cuando elige en concordancia con la voluntad de Dios, pero

posee el profundo e inalienable don de la libertad, aún para condenarse a sí

mismo.

Para

la tradición judeocristiana, la libertad que goza el ser humano es un don

divino, el libre albedrío no está controlado por la causalidad de un Prime

Mover aristotélico que rige la dinámica cósmica, ni por un panteísmo estoico

determinante, ni está dominada por la fría racionalidad del conocimiento de la

verdad, o de un bien abstracto y descarnado. Pero esta concepción

judeo-cristiana de una libertad humana tan radical de la acción voluntaria,

encuentra tensiones frente a la concepción teológica de un Dios omnipotente en

perfecto control del destino del mundo; porque entonces no se podría justificar

el libre albedrío humano ante la voluntad determinante del Creador.

Naturalmente no es el propósito de este trabajo entrar a examinar estas

complicadas y sutiles cuestiones teológicas, baste señalar que un modo de

resolver esta dificultad es recurrir a la distinción entre omnipotencia y

omnisciencia divina; Dios, estando fuera del tiempo y del espacio de la

Creación, se encuentra en la eternidad en donde el presente y el futuro del

mundo simplemente son dados en su totalidad, y conocidos por Dios. Dios por

tanto conoce el curso de la vida de todo ser humano, sabe cuales son las

elecciones voluntarias y libres que el hombre realiza en su existencia. Esta

distinción sin duda alivia el problema, pero no lo soluciona en su profundidad,

ya que el don de la libertad del hombre permanece como voluntad autónoma en el

paisaje eterno regido por la voluntad divina. Una escuela de pensamiento

teológico (Dominicos - tomistas) propone que Dios promueve la libre elección

humana a elegir un curso de acción, con lo que Dios sabe lo que el hombre hará

y conserva su omnipotencia en el destino de la Creación, pero en desmedro de

una genuina libertad humana. Otra escuela teológica (Molinista) propone que

Dios ayuda la volición humana y provee las circunstancias que inclinarán al

hombre a elegir; de este modo Dios conoce el curso de la vida de todos, y está

en control de todo lo que sucede. (1) La dificultad de conciliar la radical

libertad del ser humano con la omnipotencia divina es patente, pero claro, no

se debe perder de vista que en esta situación se trata de la inteligencia

humana, esto es, la limitada creatura es la que pretende conocer los misterios

de la creación divina, y esta pretensión no es extraño que falle, más bien es

lo esperable ante la inmensidad del misterio de Dios y de su Creación.

Desde

el origen del pensamiento occidental se puede apreciar la problemática que

presenta la libertad de elección de la voluntad humana –libre albedrío--, a una

conceptualización precisa y consistente. Por un lado se reconoce que el hombre

tiene la capacidad de elegir, y por otro se señala que el hombre al ser parte

de la dinámica cósmica, o de ser creatura de un Dios omnipotente y omnisciente,

está indefectiblemente sometido a fuerzas externas que limitan su libertad.

Esta polaridad y tensión se hace particularmente explícita con el advenimiento

de la ciencia moderna y de la cultura racionalista; si el mundo está regido por

leyes naturales inflexibles y reina el determinismo en la naturaleza, el

albedrío del hombre y su libertad se tornan difícil de aceptar y más difícil de

explicar. (2;3: 2135-2147)

El pensamiento filosófico de Spinoza ejemplifica con mucha fuerza la concepción

determinista de la naturaleza --concebida de manera lógico matemática--, y, por

tanto, el hombre, parte de esa totalidad, queda sujeto y prisionero de la

necesidad inevitable que rige los cambios naturales, incluyendo las pasiones y

los afectos humanos. Con la concepción determinista de la naturaleza, la

libertad del hombre se vuelve a proponer como el simple seguimiento de su

condición natural –racional--, para acatar el orden cósmico, como ya lo habían

concebido los estoicos. Pero este modo de concebir la acción humana destruye la

moral y la responsabilidad ética del ser humano, por lo que no es sorprendente

que Kant sostenga que el determinismo se presenta en el mundo empírico, captado

por los sentidos y estructurado en base a las categorías del pensar humano.

Para el filósofo de Köninberg, la libertad se da en la vida humana y se

encuentra a nivel de la moral, la libertad aparece en un ámbito separado y

distinto del de los fenómenos físico natural y de la pura racionalidad; la

libertad es propia de la existencia moral. La libertad no puede no existir,

para el filósofo la libertad es absolutamente necesaria, ineludible y no

condicionada, y constituye un postulado básico de la vida moral. (2;3:

2135-2147)

El problema de la libertad humana es tratado por algunos pensadores de la

modernidad como no existente, considerando todas las acciones humanas

voluntarias como causadas por sus antecedentes mentales previos; otros la

consideraran como necesaria e ineludible si se quiere salvar la moral y el

fundamento de toda ética y, también, como el ámbito de posibilidades de

desarrollo, ya sea para un desarrollo de carácter metafísico, psicológico o

social. Más recientemente, la libertad aparece con una centralidad y

profundidad fundamental en los movimientos existencialistas del siglo XX. La

libertad aquí ocupa el fundamento mismo de la existencia humana; con diversos

matices y diferencias entre los proponentes de la concepción existencialista,

la libertad se propone como más radical y constitutiva, el hombre es

...

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