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Logoterapia Centrada En La Persona

Bifo8931 de Enero de 2012

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Para muchos la palabra "libre" es algo así como una niebla en la cual nada Llegan a distinguir con precisión. Sin embargo, en este asunto urge ver claro. Por tanto, vamos a remover y dejar un lado toda palabrería y sentimentalismo.

Visión aguda y distinción exacta. No para suscitar problemas, que en esta cuestión precisamente no es este el método indicado para llegar muy lejos. Queremos más bien ponemos ante los ojos, vitalmente, quién es libre. Cuándo tiene derecho uno a llamarse libre. Buscamos el dechado del hombre verdaderamente libre.

Quizá el trabajo nos exija muchas menudencias. No queremos molestarnos por ello. Las obras "gigantescas" no son siempre auténticas; de ordinario causan vértigo. Queremos realizar un trabajo fino, un trabajo manual, que es el más honrado y perdurable.

Comencemos por lo más inmediato: se dice de un hombre que es libre cuando puede hacer lo que quiere; cuando tiene libertad exterior para decidir y moverse. Uno, por ejemplo, que hace a la fuerza lo prescrito por su superior, no es libre, naturalmente. Quisiera pasear y no puede; agregarse a un grupo, pero le está prohibido; con gusto emprendería un trabajo para realizarlo a su gusto y, sin embargo, tiene que acomodarse a una orientación extraña; se siente inclinado hacia una profesión determinada, pero no puede abrazarla... Todo esto es no libertad y puede oprimir agobiadamente.

Se torna todavía más penosa esa no libertad, cuando en la circunstancia impera un distinto modo de pensar que el nuestro.

Esto afecta siempre y en todas partes. No se nos comprende, se nos refuta, quiere imponérsenos otra ideología. Es tomado a broma lo que a uno interesa y se ridiculiza lo que uno ambiciona. Se nos fuerza a una reunión de sociedad que nos repugna: se nos imponen formas de trato, diversiones, modas que uno no puede... Causa de esto puede ser la sociedad, el ambiente profesional, la familia o el internado, o cualquier otra entidad. Puede llegar la cosa a una verdadera tiranía, siendo con frecuencia mal mirados quienes reclaman para sí la libertad. Si resulta que uno es por naturaleza acomodadiza o fácilmente intimidable, entonces es muy posible que pierda toda autonomía. La critica implacable arrebata a uno la confianza en sí mismo. No se piensa desde el punto de vista propio, sino desde el ajeno. Se acomoda uno a todo, encontrando bien o mal, hermoso o fe, noble o despreciable, no lo que el propio corazón dice, sino aquello a que los demás impelen. Hasta el punto de llegar a perder no sólo la voluntad exterior, sino también la interior.

Semejante no libertad se da en gran escala. Unos se hunden en ella profundamente; otros no tanto. En algún modo todos participamos de ella, pues todos nos amarramos con lazos que no se pueden romper. Nos encontramos en una familia y tenemos superiores que hemos de aceptar sean como sean. En la escuela no puede uno escogerse compañeros, maestros, instrumentos de trabajo..., sino que tiene que contentarse con lo que haya. Cada uno está situado en una profesión, en una oficina o taller, en determinadas relaciones sociales, y con eso tiene que tratar.

He ahí cómo todos experimentamos en nosotros, de algún modo, la opresión de la no libertad.

¿Cuándo nos veremos completamente libres? Cuando podamos ir y venir a nuestro antojo; cuando podamos trabajar en lo que estimemos conveniente; cuando podamos ordenar la vida a nuestro gusto; cuando nos hallemos en una circunstancia que respete nuestras opiniones... En una palabra, cuando seamos dueños de nuestros movimientos y nuestras resoluciones.

Esto sería libertad, y bien vale la pena luchar por ella. Es cierto que hay situaciones en las que nada se puede cambiar. Relaciones de familia, de escuela, profesionales... a las cuales hay que acomodarse. Pero esto siempre en el recto sentido de que queden a salvo el respeto y amor al prójimo. También aquí se puede conseguir mucho. Ante todo es precise que cada uno permanezca fiel a sí mismo. Si quiere uno, por ejemplo, seguir una determinada profesión y encuentra resistencia, debe ponerse en claro a sí mismo: ¿que es lo que quiero? ¿Por qué? Y luego. repetir constantemente una palabra apropiada que, sirva de tema. Al mismo tiempo, debe entregarse afanosamente al trabajo y al hogar, para que vean sus padres y superiores que ha sabido escoger lo recto; ha de esforzarse en el tono y en toda su actitud para superar toda resistencia con el poder de sus buenas intenciones.

Quizá objete alguien que esto es "diplomacia" y engaño; que se debe manifestar claramente lo que se pretende y nada más.

¡Ah, no! La voluntad que se proporciona medios aptos para una causa, es una voluntad racional y consciente de su misión. Con rudos procederes, con exigencias incondicionales, con rebeliones impetuosas no se consigue ningún bien; sí. mayor descontento y fastidio.

Hay ciertamente ocasiones en que se trata de nuestra alma, de la santidad interior de nuestra vida; de nuestra profesión y medios de subsistencia... Entonces, puede hacerse necesario oponer abierta resistencia. Pero ha de poder decirse uno a sí mismo con la conciencia tranquila, que se adopta ese preceder por un bien superior, que se han ensayado ya sin provecho todos los medios. Es necesario entablar semejante lucha con un corazón puro y sincero. Muchas veces, una cosa que nos pareció tremendamente importante, es pura pasión o un capricho. Creía uno a lo mejor que toda su vida dependía de cierta cosa y, al poco tiempo, esa cosa se le torna indiferente. Pensaba que ya no podía resistir más, que tenía que retirarse, y luego descubre que lo que pretendía era evadirse de obligaciones incómodas. Se dan cases que ponen a prueba nuestras fuerzas; más. Por lo general, habremos adelantado mucho permaneciendo impávidos, aprovechando todas las ocasiones para ensayar nuevas tentativas. Cumpliendo al mismo tiempo con esmero todos nuestros deberes y moderándonos en el trato. Llegamos ciertamente con esto a unos límites donde empieza el ámbito de lo inmutable. Pero es ésta la actitud auténtica de estructurarse en esa dimensión.

La lucha se hace especialmente necesaria cuando es precise proteger nuestras convicciones de un ambiente subyugador. Aquí una cosa sobre todo: no dejarse desviar. Condiscípulos. Compañeros de taller y fábrica, colegas en el negocio u oficio... por más que presionen: ¡No se dejen desviar! Se trata de la libertad. Examinemos lo que nos sea impugnado; repensémoslo mas, profundamente, para comprenderlo mejor; purifiquémoslo de exageraciones y falsas apreciaciones. Pero luego abracémoslo con toda el alma, más profunda y aferradamente. ;Tomémoslo firmemente! Cursos enteros han hecho burla de un joven; se han levantado contra un hombre talleres y oficina, círculos y tertulias. Pero se ha mantenido firme, en la paz de su corazón, en la luz de su voluntad y todo ha quedado destruido.

Tal libertad exterior es preciosa, sobre todo si se ha conseguido en la lucha. Pero no es más que el primer paso hacia el país de la libertad. Cualquiera ha podido observar que tiene esta libertad exterior quien, al menos, puede aspirar a 16 que a él le parece racional. Tiene que mantenerse en un orden; mas por lo demás, ningún obstáculo le ha sido lanzado al camino. Puede hacer y dejar de hacer lo que quiera; puede ir con sus amigos, dedicarse a lo que guste. Es muy posible que se preocupe muy poco del orden doméstico y que haga únicamente lo que se le acomode. Lee cuanto llega a sus manos; nadie intenta disuadirlo de sus convicciones. En suma: es libre en el hacer y no hacer. Se introduce una expresión. En su clase y grupo la dicen todos; ¡pues él con ellos! Se pone de moda una nueva corbata, un nuevo modo de dar la mano, de saludar... Quizá no vea del todo claro por qué ha de ser necesaria tal cosa; pero él quiere pasar por elegante o por estar al día como se diga y... ¡Hace lo mismo!

¿Qué decir de semejante libertad?

Se pone de moda un libro. No quiero dar ningún título: ya conoces tu hartos, que han pasado de mano en mano. Algo hay en la obra que repugna. Llega a él quemando innatural. Oye que dentro resuenan grandes palabras, pero sin ningún contenido de verdad. Sospecha que una híbrida amalgama de cosas puras y no tan puras está allí dentro. Pero el libro está bien presentado, todos hablan de él, y él lo lee y lo encuentra magnifico.

Es ridiculizado un individuo, un condiscípulo, un profesor u otro cualquiera. El sujeto de que vamos hablando cae en la cuenta de la grosería. Tú no sabes que cuando Guillermo Raabe quería demostrar la extraordinaria nobleza de un hombre, decía: "¡Este hombre jamás se ha burlado de nadie!" Nuestro hombre, pues, siente la grosería; pero todos ríen, por tanto él también se ríe. En el grupo alguien manifiesta su opinión. Los demás están en contra. Quizá perciba algo de razón en la opinión rechazada. Pero "se'' está en contra: no va a ser él una excepción y se va con ellos.

Y así, sucesivamente. Siempre lo mismo. No se atreve uno a manifestar sus convicciones en la reunión, por temor a los miles de ojos. Por no ser tenido por mojigato, se ríe de un chiste contra el que se subleva todo lo puro y bello de su corazón; se avergüenza de un modo sencillo y limpio de vida, porque los otros hombres de "experiencia"- se le ríen.

¿Es esto libertad?

¡Ciertamente que no! Puede uno ser exteriormente tan libre como un pájaro y por dentro, un siervo. ¿Siervo de quién? De la opinión pública. No vamos a despreciarla demasiado,

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