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Prudencia


Enviado por   •  11 de Junio de 2015  •  2.514 Palabras (11 Páginas)  •  228 Visitas

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PRUDENCIA

DicPC

I. INTRODUCCIÓN.

Desde el regazo cercano de la virtud, la prudencia se nos aparece como un hábito práctico de contención por un lado, y de actuación precisa por otro. Algo tendrá el agua de la prudencia, como para que todos la bendigan. Ya Platón define a la prudencia como sabiduría práctica1, y por eso la adscribe al gobernante; más tarde Aristóteles la redefinirá como «hábito práctico verdadero, acompañado de razón, con relación a las cosas buenas y malas para el hombre»2. No toca a la prudencia determinar teórica, abstracta o intelectualmente el fin, sino tan sólo los medios prácticos y concretos conducentes al fin, pues «la voluntad es del fin, la elección de los medios»3. En esto estaría de acuerdo Kant, el cual, en su Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres, habla de la prudencia como habilidad en la elección de medios para alcanzar el máximo bienestar o la propia /felicidad y, dado que la acción prudencial es medio para otro fin, el precepto de la prudencia no tiene el carácter de precepto categórico o absoluto, sino el de hipotético, esto es, condicionado. La prudencia aparece, pues, como faro y luz de la conducta circunspecta, ojo del alma, según la bella expresión aristotélica; pero su fuerza visual no le viene meramente de ser una /virtud intelectual, sino de la salud toda del organismo, esto es, de su habilidad práctica para comportarse ante la realidad. El mero saber moral no convierte a la persona en más prudente; contra la opinión intelectualista del viejo Sócrates, los buenos no son los que saben, por el mero hecho de que saben, pues muchas veces vemos lo mejor y lo aprobamos, pero seguimos decididamente lo que es peor.

Como dijera en sus Máximas Morales el Duque de la Rochefoucauld, «el mérito de un ser humano no debe juzgarse por sus buenas cualidades, sino por el uso que hace de ellas». Claro está que no por su condición de habilidad práctica ha de ser ciega intelectualmente; la prudencia es razón práctica, pero al fin y al cabo también ejercicio de la razón, pues sin ella no habría virtud. La prudencia, o mejor, la razón práctica perfeccionada por la virtud de la prudencia, lo es de las circunstancias particulares (prudencialismo, situacionismo), a diferencia de la sindéresis o conciencia de los principios genéricos, en donde se habrán de insertar luego, en concreto, los actos concretos de imperio de la conciencia de situación. En el paso de lo general a lo particular, asegura santo Tomás que la prudencia pasa por tres grados4: deliberación, juicio, mandato o imperio. Esto no impide que exista también, en mayor o menor grado, la facultad de captar de una sola ojeada la situación y tomar al instante la nueva decisión; lo cual constituye uno de los ingredientes de la prudencia perfecta, la solertia, esa visión sagaz y objetiva frente a lo inesperado y súbito. Pero en todo caso, si bien en la deliberación conviene demorarse lo que hiciera falta, afirma santo Tomás, la acción subsiguiente a la deliberación debe ser rápida.

La prudencia, pues, es una virtud compleja. Santo Tomás, tras las huellas de la Ética de Aristóteles, destaca dos virtudes concomitantes con la prudencia: la primera es la eubulía o buen consejo, hábito por el que nos aconsejamos bien. La segunda la synesis, el sosiego de la sensatez, el imperio del buen sentido, el despliegue de un buen juicio, el juzgar adecuado y correcto5. Ambas virtudes concomitantes resultan de todo punto necesarias, «pues parece evidente que la bondad del consejo y la bondad del juicio no se reducen a la misma causa, ya que hay muchos que aconsejan bien y no resultan sensatos, es decir, no juzgan con acierto. Lo mismo sucede en el orden especulativo: algunos son aptos para investigar, porque su entendimiento es hábil para discurrir de unas cosas a otras, y esto parece proceder de la disposición de su imaginación, que puede formar fácilmente imágenes diversas; a veces, sin embargo, esos mismos no saben juzgar bien por defecto de su entendimiento, fenómeno que ocurre sobre todo por mala disposición del sentido común, que no juzga bien. De ahí que, además de la eubulía, deba haber otra virtud que juzgue bien, y a esa virtud la llamamos /synesis»6. Pero además de la eubulía y de la synesis prudenciales, santo Tomás, aunque con más reparos y sin considerarla virtud, ponía junto a la prudencia a la gnome, esa perspicacia o agudeza de juicio que consiste en la capacidad para juzgar de algún modo las cosas que quedan fuera de las reglas comunes.

II. REFLEXIÓN SISTEMÁTICA.

Puede ser denominado prudente, en general, quien calcula meticulosamente: un mal cálculo podría dar en tierra con el proyecto y frustrar los mejores planes; así que no siempre debe hacerse ascos a la paradoja de Voltaire: «De las cosas más seguras, la más segura es dudar». Virtuoso es, pues, el prudente que al obrar piensa en las consecuencias posibles de la acción, el que previene las dificultades que podrían salirle más tarde al paso. Es prudente quien no manifiesta menosprecio por los pasos intermedios, quien madura los pasos intermedios señalando responsablemente la /pedagogía de la acción; en consecuencia, la prudencia se opone al «¡vive peligrosamente!», lema tan caro al fascismo, que nada tiene que ver con el otro lema, el ilustrado «¡atrévete a saber!», de algún modo siempre necesario para la maduración de las personas. Y así se entiende también que, a consecuencia de esa previsión del futuro próximo, así como del futuro remoto, el prudente haya de ser precavido, como señala Macrobio7.

Los mismos positivistas, tan poco afectos a las virtudes humanas y tan entregados al mero cálculo de rendimientos, subrayaron desde su óptica eficacista esta dimensión, en que la prudencia se hace previsión y providencia, bajo el lema «ver para prever para proveer», pues el buen calculador sabe manejar el tiempo y actuar flexiblemente y con circunspección en el momento adecuado, ni antes ni después del día y de la hora, en el cruce de la exacta oportunidad, a la que nada sobra ni falta; lo cual –antítesis de la rigidez– nada tiene que ver con falta de /carácter. Obra prudentemente, pues, quien actúa sin demasías, ni por exceso ni por defecto; de ahí que la acción prudencial conlleve una cierta negación del despilfarro y de la exuberancia. Nada demasiado, la inmoderación pondría de relieve la imprudencia del exceso comprometedor, y por eso afirma Baltasar Gracián: «Siempre hay tiempo para soltar las palabras, pero no para retirarlas. Hay que hablar como en los testamentos: cuantas menos palabras, menos pleitos»8.

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