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Resumen La misericordia


Enviado por   •  11 de Noviembre de 2022  •  Resúmenes  •  5.610 Palabras (23 Páginas)  •  51 Visitas

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CAPITULO 9: La misericordia.

La misericordia, en el sentido en el que tomo esta palabra, es la virtud del perdón —o más bien, y mejor dicho—, su verdad.

¿Y qué es perdonar? Si por perdonar se entiende, como nos invita una cierta tradición, el hecho de cancelar la falta, de considerarla como si no fuera nada y no hubiera sucedido, es un poder que nosotros no tenemos, o una tontería que más vale evitar. El pasado es irrevocable, y toda verdad es eterna: incluso Dios, señalaba Descartes, no puede hacer que lo que ha sido hecho no haya sido hecho[305]. Nosotros tampoco podemos hacerlo, y nadie está obligado a hacer lo imposible. En cuanto a olvidar la falta, además de que en muchos casos sería faltar a la fidelidad en lo que se refiere a las víctimas (¿hay que olvidar los crímenes del nazismo?, ¿hay que olvidar Auschwitz y Oradur?), sería casi siempre una tontería y faltaríamos también a la prudencia.

Así pues, es la virtud que perdona, pero no suprimiendo la falta o la ofensa, ya que no se puede, sino dejando de estar resentido con quien nos ha ofendido o perjudicado. No es la clemencia, que sólo renuncia a castigar (se puede odiar sin castigar, y castigar sin odiar), ni la compasión, que sólo simpatiza en el sufrimiento (se puede ser culpable sin sufrir, y sufrir sin

ser culpable), ni por último la absolución, si por ella se entiende el poder —que sólo podría ser sobrenatural— de anular los pecados y las faltas. Así pues, es una virtud singular y limitada, pero lo bastante difícil y lo bastante loable como para ser una virtud. Cometemos demasiadas faltas los unos contra los otros y somos demasiado miserables y demasiado débiles como para que no sea necesaria.

Volvamos         brevemente         a         su diferencia con la compasión. Esta última tiene como objeto el sufrimiento, lo hemos visto, y la mayoría de los sufrimientos son inocentes. La misericordia tiene como objeto las faltas, y muchas de ellas son indoloras.

Así pues, la misericordia y la compasión son dos virtudes diferentes, que, en lo que se refiere a sus objetos, son bastante claras. Sin embargo, es verdad que se perdona más fácilmente a quien sufre, aunque su sufrimiento no tenga nada que ver con su falta (y, sobre todo, no sea arrepentimiento). La misericordia es lo opuesto al rencor, y el rencor es odio. Ahora bien, hemos visto, a propósito de la compasión, que es imposible odiar a quien vemos sufrir atrozmente: la piedad deja de lado el odio, decía yo, y de ese modo la compasión, sin confundirse con ella, puede conducirnos a la misericordia.

Así pues, es necesario que haya algo más aparte de la identificación, ¿pero qué? ¿El amor? Cuando éste existe, y cuando subsiste, después del descubrimiento de la falta, conlleva evidentemente la misericordia, pero también la deja sin objeto. Perdonar es dejar de odiar, es renunciar a la venganza, y el amor no puede perdonar, porque lo ha hecho siempre, porque lo hará siempre, porque sólo existe bajo esta condición. ¿Cómo se puede dejar de odiar cuando no se odia en absoluto? ¿Cómo se puede perdonar, cuando uno no tiene ningún rencor que vencer? El amor es misericordioso, pero eso es algo natural en él, y, por lo tanto, no es una virtud específica de él. «Se perdona mientras se ama», decía La Rochefoucauld[309]. Pero perdonar cuando se ama no es misericordia: es amor. Los padres lo saben y los niños también a veces. ¿El amor infinito? Tampoco, porque no se puede. Pero sí incondicional, y superior a toda posible falta, a toda posible ofensa. «¿Qué es lo que no me perdonarías?», pregunta el niño a su padre. Y el padre no encuentra nada, ni siquiera lo peor. Los padres no tienen que perdonar a sus hijos: el amor hace las veces de misericordia.

¿Cómo podríamos amar a nuestros enemigos, o incluso soportarlos, sin perdonarles primero? ¿Cómo podría resolver el amor un problema que sólo se plantea debido a su ausencia? Porque no sabemos amar, y mucho menos amar a los malvados. ¡Por eso necesitamos tanto la misericordia! No porque el amor esté ahí, sino porque no está, porque sólo hay odio, ¡porque sólo hay cólera! ¿Cómo podemos amar a los canallas? En cuanto a los buenos, no necesitan para nada nuestra misericordia, ni nosotros la necesitamos en nuestra relación con ellos. La admiración es suficiente.

Así pues, de nuevo es necesario que exista otra cosa, pero no un sentimiento; por eso la misericordia resulta más difícil que la compasión. Cuando nuestro cuerpo se proyecta en el sufrimiento del otro, y quiere tratar con indulgencia a quien sufre, tenemos piedad. Cuando nuestro cuerpo quiere castigar, quiere vengar, sentimos cólera, rencor y odio. Quizá pudiera renunciar a estos sentimientos si el adversario sufriera, si la piedad viniera en ayuda de la misericordia. ¿Y si no fuera así? Es necesario algo más o algo menos que una sensación, algo más o algo menos que un sentimiento: es necesario una idea. Al igual que la prudencia, la misericordia es una virtud intelectual, al menos intelectual en un principio y por mucho tiempo. Se trata de comprender algo. ¿El qué? Que el otro es malvado, si lo es, o que se equivoca, si se equivoca, o que es un fanático o se halla dominado por las pasiones, si las pasiones o las ideas le dominan; en resumen, que en todos los casos le resultaría muy difícil actuar contrariamente a lo que es (¿por qué milagro iba a poder hacerlo?) o convertirse de pronto en bueno, amable, razonable y tolerante… Perdonar es aceptar. No para dejar de luchar, por supuesto, sino para dejar de odiar. «Muero sin sentir ningún odio hacia el pueblo alemán[310]». ¿Sin sentir odio hacia sus propios verdugos? Eso es más difícil y, por otra parte, la historia no lo dice. ¿Cómo no ver, sin embargo, que él fue más libre que ellos? Incluso encadenado, fue más libre que sus asesinos, que eran unos esclavos.

. Nadie es malo involuntariamente, y sólo los malvados pueden depender del perdón. El perdón sólo se dirige a la libertad, del mismo modo que sólo puede nacer de la libertad: es una gracia libre para una falta libre.

Sí, ¿pero qué libertad? La libertad de actuar, por supuesto: sólo la voluntad es culpable, y una acción sólo es culpable a condición de que sea voluntaria. Si un bailarín nos pisara sin querer, no lo hace por maldad, sino por torpeza. Si nos pide disculpas y las aceptamos, no le estamos perdonando, sólo estamos siendo educados. Sólo se puede perdonar a quien lo ha hecho aposta, como se dice, a quien, por lo tanto, ha hecho lo que él quería, a quien, dicho de otra manera, ha actuado libremente. Libertad de acción: ser libre, en este sentido, es hacer lo que uno quiere. En cuanto a saber si esta persona era libre, no solamente de hacerlo, sino también de quererlo, si hubiera podido, por tanto, querer otra cosa, es una cuestión imposible de dilucidar, pues no se basa en la libertad de acción, que todos podemos constatar, sino en la libertad de la voluntad (el libre arbitrio), que está fuera de demostración (ya que sólo se podría experimentar a condición de querer otra cosa que lo que se quiere) y fuera de experiencia. Los Antiguos, salvo a veces Platón, apenas se preocuparon de esta libertad, porque no buscaban un culpable absoluto para un castigo eterno.

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