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Sermon Mayordomia


Enviado por   •  12 de Noviembre de 2013  •  3.018 Palabras (13 Páginas)  •  509 Visitas

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“RECUERDA, Y NO OLVIDES”

Por

Armando Miranda, Vicepresidente

Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día

Oseas 12:13 dice: “Y por un profeta Jehová hizo subir a Israel de Egipto, y por un profeta fue guardado”. Hoy veremos una parte de la experiencia de Moisés, el profeta que el Señor usó para sacar a su pueblo de Egipto, y escucharemos el consejo que nos dejó al término de su vida. Luego, consideraremos brevemente otro profeta que Dios usó para llevar y preservar a su pueblo.

Era el mes decimoprimero del cuadragésimo año del peregrinaje del pueblo de Israel en el desierto. Estaban acampando en un valle en las planicies de Moab, al este del río Jordán (Deut.1:1). Jericó se encontraba al otro lado del río.

Allí a las afueras de la tierra prometida, Moisés el gran líder, estaba llegando al final de su vida, porque Dios le había dicho que no entraría en la tierra a la que les había llevado tanto tiempo llegar. Pero Moisés no se resignó a su destino, le rogó a Dios que le diera el gozo de poner sus pies sobre la tierra de sus sueños, pero Dios reafirmó su decisión de no dejarlo entrar.

El mensaje fue fuerte y claro: “Basta, no me hables más de este asunto.

Sube a la cumbre del Pisga y alza tus ojos al oeste, y al norte, y al sur, y al este, y mira con tus propios ojos; porque no pasarás el Jordán. Y manda a Josué, y anímalo, y fortalécelo; porque él ha de pasar delante de este pueblo, y él les hará heredar la tierra que verás” (Deut. 3:16-28).

¡Qué terrible noticia para Moisés! Él la vio como una gran injusticia. Había renunciado al mundo de la comodidad, el lujo, y poder de Egipto, y había sacrificado todo confiando en el Dios de sus padres, lo había dejado todo para cumplir una misión. Había soñado con establecerse en la tierra prometida, pero ahora por su pecado, todas sus esperanzas se desvanecieron.

¿Cuántas veces creemos que Dios es injusto con nosotros, y como Moisés, nos aferramos a nuestros sueños y deseos, olvidándonos que Dios tiene un sueño y un plan mucho mejor que el nuestro? Tal vez ahora no lo entendemos, pero tenemos que aprender a vivir por fe, tenemos que aprender a confiar en Dios, porque todo lo malo que Satanás hizo con nosotros, Dios lo convertirá en bueno, mucho mas allá de lo que nosotros podemos imaginar.

Sí, Moisés murió allí, a las afueras de la tierra prometida (Deut. 34:1-5), pero fue resucitado, aunque Santas luchó para que eso no sucediera (Jud. 9). Cientos de años más tarde, Moisés apareció con Elías en el Monte de la Transfiguración para acompañar y animar a Jesús en su trabajo de redención (Mat. 17:3). Así, en vez de vivir algunos años en la tierra prometida, Moisés ahora vive eternamente en el Reino de Dios, representando a los que murieron y serán levantados para recibir vida eterna cuando Jesús vuelva.

Deuteronomio, los recuerdos de Moisés

Allí a las afueras de la tierra prometida, Moisés escribió y predicó las cosas en las que se basó el libro de Deuteronomio, el que significa la “repetición de la ley” o segunda legislación.

Como un comandante retirado escribiendo sus memorias, el gran líder y profeta recuerda y revisa los incidentes más importantes del largo peregrinaje a la tierra de la promesa. Así, el libro de Deuteronomio nos recuerda la historia interesante de cómo los hebreos dejaron la esclavitud y fueron guiados a través del desierto, pudiendo presenciar manifestaciones increíbles del poder de Dios. Bajo la inspiración del Espíritu Santo, la historia del pueblo de Israel se reproducía en la memoria de Moisés como una película.

Cuando leemos el libro de Deuteronomio, podemos pensar al menos en dos razones por las que fue escrito:

Primero, la generación que salió de Egipto había muerto, y la generación nueva no solo necesitaba saber la historia, sino que también tenía que experimentar la presencia de Dios en sus vidas. Así, bajo la dirección de Dios y sus profetas, podrían enfrentar su futuro con éxito.

Segundo, Romanos 15:4 nos dice: “Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza”. Las experiencias de Israel nos hablan hasta hoy, amonestándonos, guiándonos y animándonos a seguir en los caminos de Dios.

Como adventistas del séptimo día, nosotros también fuimos rescatados de la esclavitud de “Babilonia”, la confusión del pecado, y estamos viajando a través del desierto de la vida hacia la Canaán Celestial. Necesitamos la guía de la Palabra de Dios a través de sus profetas. Así, vemos la importancia del Libro de libros, la Palabra de Dios, en la que podemos aprender a ser guiados y a no cometer los mismos errores que llevaron a Moisés y tantos otros israelitas a quedarse fuera de Canaán, y que pueden dejarnos fuera del país que Jesús fue a prepararnos (Juan 14:1-3).

RECUERDA, Y NO OLVIDES

Ya que la historia de Israel es muy parecida a nuestra historia, es necesario que hagamos una pausa y meditemos en una parte del libro de Deuteronomio, porque Dios tiene un mensaje para nosotros mientras continuamos hacia adelante en nuestro viaje a la Tierra Prometida.

Los invito a leer el capítulo 8 de Deuteronomio, del versículo 1 al 3: “Cuidaréis de poner por obra todo mandamiento que yo os ordeno hoy, para que viváis, y seáis multiplicados, y entréis y poseáis la tierra que Jehová prometió con juramento a vuestros padres. Y te acordarás de todo el camino por donde te ha traído Jehová tú Dios estos cuarenta años en el desierto, para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu corazón, si habías de guardar o no sus mandamientos. Y te afligió, y te hizo tener hambre, y te sustentó con maná, comida que no conocías tú, ni tus padres la habían conocido, para hacerte saber que no sólo de pan vivirá el hombre, mas de todo lo que sale de la boca de Jehová vivirá el hombre”.

Aquí encontramos algunas cosas que son vitales para nuestra experiencia espiritual:

Primero, vemos que Dios nos invita a obedecer sus mandamientos. Algunos ven a Dios como severo y duro, que demanda alabanza, sumisión y obediencia para sentirse satisfecho. Esta idea no puede estar más alejada de la realidad. Dios es Dios, y él no necesita a ninguno de nosotros para ser Dios. Nosotros somos los que lo necesitamos.

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