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Unidad 3: “La novedad del Cristianismo”

Catalina VillalobosEnsayo19 de Junio de 2023

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PROGRAMA DE BACHILLERATO

Prueba N°3 – Historia de Occidente

Unidad 3: “La novedad del Cristianismo”

Nombre: __________________________________________________

Instrucciones:

Hemos seleccionados textos relacionados con los contenidos y actividades desarrollados en clases, LEA con atención y responda las preguntas que se plantean a continuación. -      

Tiempo:    1°45´        

Resultados de aprendizaje medidos en esta evaluación:

1.Define y demuestra la importancia que tiene la cultura en la vida y en el cultivo del hombre, el Cristianismo y el Judaísmo, de acuerdo con lo conversado en clases.

3.Juzga de forma argumentada la importancia del Cristianismo en la formación de Occidente.

5.Utiliza categorías de pensamiento histórico (causalidad, pasado/presente, empatía, punto de inflexión) para hacer juicios históricos.

6.Demuestra mediante argumentos la importancia Dios en la vida del hombre

7.Utiliza la información seleccionada para hacer juicios históricos fundamentados, en los contenidos desarrollados

Instrucciones:

Lea los fragmentos de la “Apología” de san Justino que se presentan a continuación y responda las preguntas que se plantean a partir de la materia estudiada en clases sobre el Cristianismo y de la información que aparece en la fuente. Para que pueda comprender mejor el contenido del texto, revise la biografía de su autor que se presenta a continuación:

San Justino y el contexto histórico en el que escribe:

San Justino, filósofo y mártir, nació, alrededor del año 100 en la antigua Siquem, en Samaría, en Tierra Santa; fue hijo de paganos de origen griego o romano, siendo criado en sus costumbres. Durante mucho tiempo buscó la verdad, peregrinando por las diferentes escuelas de la tradición filosófica griega -estoica, peripatética, pitagórica-, pero, según la misma cuenta, sólo la halló en el Cristianismo, religión a la que se convirtió.

Fundó una escuela en Roma, donde enseñó gratuitamente a los alumnos, iniciándolos en la nueva religión, a la que consideraba como la verdadera filosofía, pues en ella había encontrado la verdad y, por tanto, el arte de vivir de manera recta. Por este motivo fue denunciado y decapitado en torno al año 165, en el reinado de Marco Aurelio, el emperador filósofo a quien había dirigido una de sus Apologías. Como murió dando testimonio de su fe, ante la petición que le hicieron los magistrados romanos de renegar de esta y de adorar a los dioses del politeísmo, la Iglesia Católica lo considera mártir, esto es, testigo de la fe.

San Justino fue uno de los principales apologistas de los primeros tiempos de la historia cristiana.

(Adaptado a partir de http://www.fecatolica.org/catolico/santos/justino.htm)

Apología de San Justino:

 “Al Emperador Tito Elio Adriano Antonino Pío, Augusto, César[1] (…), en nombre de aquellos hombres de todos estados, víctimas de un aborrecimiento[2] injusto y de una cruel persecución, Justino, hijo de Prisco Bacchio, natural de Flavia en Palestina, y uno de aquellos perseguidos, presenta esta súplica.

La razón nos enseña que los que son verdaderamente piadosos y filósofos no aman ni hacen aprecio sino de la verdad, y abandonan resueltamente las opiniones de los antiguos cuando son falsas y contrarias a las buenas costumbres. Esta misma razón, oráculo del Sabio, no solamente nos impide imitar a los que hacen o enseñan alguna cosa contraria a la justicia, sino que también pone al amante de la verdad en el empeño de decir y hacer, por la salvación de su alma, lo que le prescribe la ley de la obligación, y en el provocar, si fuere necesario, las amenazas y la muerte. Todos los días oís que se os llama piadosos, Filósofos, celosos de la justicia y amantes de la ciencia. Pero ¿lo sois efectivamente? Las acciones lo han de manifestar, porque el objeto de esta súplica que os presentamos no es adularos[3] ni granjearnos[4] vuestro favor, sino únicamente pedir que se nos juzgue según las reglas de la más exacta justicia. (…)

Y para que no se crea que estas son bravatas[5] y palabras sin fundamento, pedimos con la mayor instancia que se haga averiguación de los delitos que se nos imputan, y que, si se prueban, sean castigados como merecen y aun con mayor rigor. Pero si ninguno puede probarse, la razón y la equidad deben hacer que despreciéis las habladurías calumniosas y que no pronunciéis contra hombres inocentes unas sentencias que recaerán sobre vosotros mismos, por haber sido dictadas por la pasión y no por la justicia. Todo hombre sensato convendrá, sin duda, en que la única forma legítima de los juicios consiste, por lo que respecta a los súbditos, en dar una cuenta fiel de su vida y de sus discursos, y por lo que respecta a los Príncipes,[6] en juzgar no como tiranos sino según los consejos de la piedad y de la Filosofía. (..)

Nosotros, pues, debemos presentar a la vista del público nuestra vida y nuestra doctrina, para no hacernos reos de los crímenes que, o por ignorancia o por ceguera, cometen nuestros perseguidores; pero vosotros también, por vuestra parte, después de habernos escuchado como la equidad lo pide, debéis hacernos ver que sois buenos jueces, lo que, si no cumpliereis, seréis inexcusables en el tribunal de Dios. (…)

Los que adoran a los demonios[7] nos llaman ateos y nosotros debemos confesar que los somos, por lo que respecta a semejantes divinidades, mas no por lo que toca al único verdadero Dios, Padre de la justicia, de la templanza y de todas las virtudes, Ser infinitamente perfecto. Adoramos con Él a su Hijo, que nos ha enseñado todas estas verdades, y al Espíritu profético;[8] honramos a los ángeles buenos, sometidos a Dios y hechos a imagen suya, y nos complacemos en comunicar nuestra doctrina a cuantos desearen instruirse en ella. (…)

Nuestro Dios es invisible e incomprensible para el hombre. Hemos recibido de su mano todo cuanto tenemos, y aunque no necesita de nuestros dones, sabemos, sin embargo, con certidumbre, que las ofrendas para Él más agradables son las de las virtudes, que reúne en sí en un grado eminente y que nosotros nos proponemos por modelo.

Hemos llegado a saber que este ser infinitamente bueno lo ha creado todo para los hombres, y que, si estos con sus obras se hacen dignos de Él y obedecen a su divina voluntad, se dignará admitirlos en su compañía y los hará reinar eternamente, impasibles e inmortales. Supuesto, pues, que ha trabajado por nosotros cuando todavía no existíamos y que nos ha sacado de la nada, con más justa razón debemos esperar que nos recompense cuando hubiéramos cumplido su voluntad. (…)

Cuando vosotros oís hablar del Reino de Dios, objeto de nuestras esperanzas, os imagináis al punto que se trata de un reino terreno, pero os engañáis torpemente, porque no se trata sino del Reino del mismo Dios. Bien lo prueba nuestra conducta, pues cuando nos preguntáis si somos cristianos, lo confesamos resueltamente. Si nuestras esperanzas se limitasen a un reino de la tierra, lo negaríamos y nos ocultaríamos para evitar la muerte y llegar al término de nuestra ambición; pero como nuestras esperanzas no están aquí abajo, no tememos la muerte, tanto más en la medida en que sabemos que es inevitable para todos.

Nosotros somos sin duda muy del caso[9] para concurrir con vosotros a mantener la paz y la tranquilidad del Estado, puesto que enseñamos que ni el malo, ni el avaro, ni el traidor, ni el hombre de bien, nadie en una palabra puede guardarse de que Dios le vea, y que cada uno, según sus acciones, camina a un suplicio o a una felicidad eterna. Si todos los hombres estuvieran poseídos de esta doctrina, ninguno habría que por tan corto tiempo se abandonase a crímenes que deben ser expiados con fuego eterno, sino que todos se contendrían a cualquier costa, y se revestirían de los atractivos de la virtud, para obtener los bienes que Dios les promete (…).

Antiguamente no conocíamos otros placeres que los de la gula; ahora la castidad[10] es la base de todas nuestras delicias; recurríamos al arte mágico: ahora nos abandonamos enteramente a la bondad de Dios; antes nos comía el deseo de enriquecernos por toda especie de medios: ahora ponemos en común todo lo que tenemos, para repartirlo con los pobres. Nosotros nos aborrecíamos, nos degollábamos mutuamente; no teníamos comercio alguno con los extranjeros: pero desde que creemos en Jesucristo vivimos con la mayor unión, oramos por nuestros injustos enemigos y procuramos persuadirles de que vivan conforme a los admirables preceptos de Jesucristo, para que así tengan derecho a esperar del Dios del universo las mismas recompensas que nosotros.

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