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Escuela Y Empresa

fegsft18 de Junio de 2013

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Escuela-empresa: un vínculo difícil y necesario

María Antonia Gallart

Artículo extraído del Boletín Educación y Trabajo

Red Latinoamericana de Educación y Trabajo CIID - CENEP

Año 7 - Nº1 - Buenos Aires - Junio 1996

Introducción

La vinculación con las realidades del mundo laboral siempre ha sido

considerada fundamental en la formación para el trabajo, particularmente la relación

entre los centros educativos y de formación y las unidades productivas que ocupan a

sus egresados. Sin embargo, implementar esta relación no ha sido fácil; iniciativas

tales como los comités de vinculación o los consejos con participación de docentes y

empresarios suelen fracasar. La escasez de vínculos entre los centros educativos y las

empresas es una de las causas de las frecuentes críticas a la educación técnica y la

formación profesional, señalándose la tendencia de las organizaciones educativas a

responder a esquemas a priori, provenientes de la estructura de las disciplinas

académicas; a definiciones superadas de oficios o puestos de trabajo; a la visión de

docentes alejados por largo tiempo del mundo de la producción; o, peor aún, a las

necesidades de preservación de estructuras institucionales obsoletas. En el mismo

sentido se encamina el rechazo actual a la formación de "oferta", señalándose que si

la formación se articulara más directamente con la "demanda", la actualización

permanente tan necesaria en épocas de cambio tecnológico, globalización y mercados

de trabajo complejos sería mejor.

Por otro lado, si se aborda esta cuestión desde la educación formal en general,

se reconoce que la falta de relevancia de mucho de lo enseñado en las escuelas, la

tendencia al enciclopedismo y a la memorización descontextuada, los altos índices de

deserción o la heterogeneidad de los resultados del aprendizaje, plantean la necesidad

de una mejor inserción de la educación escolar en el mundo que la rodea, y la

posibilidad de aprovechar las oportunidades de aprendizaje presentes en el ambiente

externo, que permitan superar esos problemas.

La articulación entre unidades formativas, sean escuelas o centros de

formación profesional, y

centros de trabajo (tales como empresas industriales o de servicios, municipalidades,

etcétera) suele señalarse como una solución "mágica" que permite la realimentación

entre el mundo del trabajo y las políticas educativas. Esto hace que sea conveniente

explorar esta relación, indagar acerca de por qué esta colaboración puede ser útil, por

qué es tan difícil, cuáles son sus limitaciones y cuáles son las formas en que ha sido

implementada en la vida real.

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Las razones de la vinculación

Las razones de la conveniencia de la articulación pasan por las potencialidades

y limitaciones que cada una de estas realidades organizacionales -la institución

educativa y la organización productiva- tienen para el proceso formativo de una

persona. La escuela y, en general, toda institución organizada para desarrollar un

programa formativo a lo largo de un período de tiempo prolongado, tiende a una

permanencia organizativa que adquiere formas pseudo-burocráticas; su división del

trabajo toma características especiales alrededor de la relación pedagógica educador-

alumno; su estructura curricular tiene una fuerte impronta académico-disciplinaria;

el encadenamiento vertical -en el caso de la educación formal- hace que los niveles

superiores influyan en los objetivos de los niveles intermedios, aunque para muchos

estudiantes estos sean terminales. Todas estas características favorecen el

vaciamiento de contenidos significativos en la educación media en paises en los que la

misma está fuertemente orientada hacia los estudios universitarios.

La empresa, si bien es por definición el locus de las tareas productivas y por lo

tanto del aprendizaje en el trabajo, tiene dificultades para adaptarse a un rol educativo

más amplio, y esto fundamentalmente por dos razones. La primera es que sólo le

conviene dar una formación que sea específica, es decir que sea útil sólo en esa

empresa concreta, como por ejemplo la utilización de máquinas exclusivas o el

aprendizaje del desempeño en esa organización particular. Si la empresa invierte en

gastos y tiempo de su personal para dar una formación más general, utilizable por

empresas de la competencia, el capital humano que incorpora el trabajador puede ser

expropiado por otra empresa, con lo que la empresa original pierde su inversión. Los

anglosajones denominan poaching a esta práctica, que suele ser muy utilizada por las

empresas grandes que tienen posibilidades de pagar mejores salarios para contratar a

los trabajadores formados en las PYMES. Lo anterior lleva a que algunos autores

lleguen a decir que la formación general debe ser pagada por el propio trabajador

mediante un descuento de su salario. Los subsidios a las empresas para programas

de formación están basados en el reconocimiento de este problema y en los efectos

más amplios de la capacitación de la fuerza de trabajo sobre la productividad. Sin

embargo, es claro que la formación profesional en la empresa tiende a ser más

estrecha que lo necesario para responder a la demanda de nuevas competencias.

La segunda razón es que la adquisición de calificaciones laborales tiene dos

elementos esenciales y muy difícilmente implementables en los centros de trabajo: la

fundamentación teórica para las competencias intelectuales y técnicas necesarias para

la organización postfordista del trabajo, y los mecanismos de ensayo-error en la

adquisición de habilidades que perturban el proceso productivo y exigen una

organización ad-hoc.

Por todo esto, para implementar un proceso de enseñanza-aprendizaje en una

empresa, además de la buena voluntad y el convencimiento de quienes tienen

capacidad de decisión, es necesario que existan ambientes complementarios que

faciliten la adquisición de competencias más amplias, necesarias hoy más que nunca

dada la polivalencia y la flexibilidad del mercado de trabajo. Estos ambientes

complementarios son, normalmente, los centros educativos.

Sin embargo, para que esta relación sea posible debe partir de una búsqueda

común y del respeto a las diferencias. Existe un miedo mutuo a la invasión de

espacios propios, una diferencia en los tiempos -más lentos en lo escolar- y un

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desconocimiento mutuo. Es fácil ver, entonces, por qué esta relación entre

instituciones educativas y organizaciones productivas es tan difícil y paradójicamente

tan necesaria (Castro, 1996). Se pueden, también, apreciar algunas condiciones para

que la colaboración sea real y no sólo una enunciación de buenos propósitos. Del lado

de las instituciones educativas, requiere cierta humildad para reconocer que no

pueden hacer todo, ya que las carreras ocupacionales no dependen mecánica-mente

de la currícula educativa, sino que se entrelazan en trayectorias en las que los

cambios tecnológicos y socio-económicos son claves. También exige reconocer que el

campo insustituible de lo escolar es el de la educación general, entendida como

transmisión y adquisición de paradigmas intelectuales que permitan aprehender una

realidad cambiante, cotidiana y externa al aula. Finalmente, es necesario percibir la

necesidad de activar la relación con el mundo externo, y en particular con el mundo del

trabajo, como lugar del saber hacer y el saber ser, e introducir en la educación escolar

el aporte vivencial de la experiencia de quienes no son ni estudiantes ni docentes.

Del lado de las empresas, conviene reflexionar sobre la experiencia de los

paises en los que se ha reconocido a la formación un rol protagónico en su proceso de

desarrollo, desde Singapur hasta Alemania. En todos ellos las empresas han invertido

en la educación más de lo que justificaba el beneficio individual, reconociendo de

hecho las externalidades de la formación. En todos ellos, además, se valora la

permanencia de los trabajadores en la empresa y las carreras internas, lo que permite

implementar estrategias, tanto del lado del trabajador como de la

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