APRENDER A APRENDER ENSAYO
scid10 de Octubre de 2012
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APRENDER A APRENDER.
GUILLERMO MICHEL.
La difícil tarea de enseñar y de aprender van tan estrechamente relacionadas que tal vez caeríamos en el famoso dilema de “que fue lo primero, el huevo o la gallina”, tal vez por esta razón, Guillermo Michel, entre otros muchos estudiosos de la enseñanza, intentan introducir al individuo ya con raciocinio, en la fase de “aprender a aprender” con una serie de técnicas como herramientas para obtener mayor capacidad cognoscente y/o mejorar su sistema de aprendizaje.
Metido entonces en un conflicto de idea, recurro a mi argumento sobre lo que “aprendemos de recién nacidos”: existen habilidades que todo ser viviente (incluido el humano), hacemos por un impulso o propensión natural e indeliberada, y que las venimos practicando hasta que “la aprendemos”; así aprendimos a encontrar el pecho de nuestra madre, pero también “le enseñamos” con tremendo berrido el horario para alimentarnos.
De aquí que el proceso de aprendizaje nos involucra en la dinámica “enseñar-aprender-enseñar” o “aprender-enseñar-aprender”, de tal suerte que de todo el conocimiento que hemos venido adquiriendo en el transcurso de nuestra vida viene moldeando la manera de comportarnos y convivir en sociedad.
Sin embargo el conocimiento o lo que aprendemos no lo obtenemos únicamente de las circunstancias o acontecimientos vividos (experiencias), sino del inconmensurable interés por saber lo que queremos aprender voluntariamente utilizando cualquier medio necesario para excavar en algún tema; uno de los medios seria entonces la formulación de preguntas inteligibles.
Para ello, aparte del interés, es necesario disponer del ánimo suficiente para proceder de un determinado modo con el propósito de lograr el objetivo planteado; si no se cuenta con la motivación orientada inteligentemente, seguro queda como un mero impulso, de buena intención, pero frustrante, solo en eso.
Querer saber, en ocasiones nos provoca miedos, miedo a “no poder” o “no saber” enfrentarnos a realidades; como ejemplo: sentimos remordimientos por haberle gritado a nuestro pequeño hijo quien con su carita de interrogación y pánico quedó pasmado asimilando ese trauma que le acompañará toda su vida. Pero aunque tenemos esa inquietud, ese pesar interno que queda después de haber ejecutado aquella mala acción, no orientamos inteligentemente nuestra motivación, o no le damos la fuerza suficiente para hurgar en nuestro pasado y encontrar las razones que nos impiden dominar esos impulsos irreflexivos que lesionan los sentimientos de quien decimos que amamos.
Nunca he podido aceptar que se pretenda “cambiar” la forma de ser de un individuo; estoy seguro que los humanos por su propia naturaleza no cambiamos, simple y sencillamente aprendemos a adecuarnos a las circunstancias para constituirnos en verdaderos hombres, en el “ser-yo-mismo” en dignificar nuestras conciencias, misma que guiará con cierta justicia, nuestros actos cotidianos.
Del lector suplico su amable comprensión si insisto en que los humanos no tenemos la capacidad de cambiar, pero entre otros muchos, uno de mis mayores defectos es la necedad (y no he podido cambiar), me justifico con lo que mi padre dice: “Dios nos hizo tan perfectos que hasta defectos nos puso”. De ahí que procuro sincerar mi afirmación con el siguiente ejemplo: en un fingido acto de bondad aseguramos que ya perdonamos a quien “injustificadamente” nos abandonó por otro (a), pero da el caso que se sienten, ¡¡que “mariposas”!!, ¡¡“murciélagos”!! en el estomago cuando les vemos muy felices tomados de la mano, aunque ya haya transcurrido mucho tiempo. Pero para no quedar en mal con nuestro “acto de perdón”, mostramos indiferencia, es decir, demostramos que nos hemos adecuado, hemos aprendido a vivir con esa situación que aunque fuera tarde, comprendimos
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