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Administracion Del Siglo 21


Enviado por   •  27 de Junio de 2013  •  1.023 Palabras (5 Páginas)  •  270 Visitas

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Tengo una gran torpeza manual y lo deploro. Me sentiría mejor si mis manos supiesen trabajar. Manos capaces de hacer algo útil, de sumergirse en las profundidades del ser y alumbrar en él un manantial de bondad y de paz. Mi padrastro (al que llamaré mi padre, pues él me educó) era obrero sastre. Era un alma vigorosa, un espíritu realmente mensajero. Decía a veces, sonriendo, que el primer fallo de los clérigos se produjo el día en que uno de ellos representó por primera vez un ángel con alas: hay que subir al cielo con las manos.

A despecho de mi torpeza, logré un día encuadernar un libro. Tenía a la sazón dieciséis años. Era alumno del curso complementario de Juvisy, en el barrio pobre. El sábado por la tarde podíamos elegir entre el trabajo de la madera o del hierro, el modelaje o la encuadernación. En aquella época leía yo a los poetas, especialmente a Rimbaud. Sin embargo, me impuse la obligación de no encuadernar Une Saison en Enfer. Mi padre poseía una treintena de libros, alineados en el estrecho armario de su taller, junto con las bobinas, los jaboncillos, las hombreras y los patrones. Había también, en aquel armario, millares de notas escritas con caracteres menudos y aplicados, sobre un ángulo del tablero, durante las incontables noches de labor. Entre aquellos libros, había yo leído Le Monde avant la Création de l'Homme, de Flammarion y estaba entonces descubriendo Oú va le Monde, de Walter Rathenau. Y fue esta obra de Rathenau la que me puse a encuadernar, no sin trabajo. Rathenau fue la primera víctima de los nazis, y estábamos en 1936. Cada sábado, en el pequeño taller del curso complementario, hacía mi trabajo manual por amor a mi padre y al mundo obrero. Y el día primero de mayo, hice ofrenda del Rathenau encuadernado, al que acompañé con una brizna de muguete.

Mi padre había subrayado con lápiz rojo, en este libro, un largo párrafo que he conservado siempre en la memoria:

«Incluso la época del agobio es digna de respeto, pues es obra, no del hombre, sino de la Humanidad y, por lo tanto, de la naturaleza creadora, que puede ser dura, pero jamás absurda. Si es dura la época en que vivimos, tanto más debemos amarla, empaparla de nuestro amor, hasta que logremos desplazar las pesadas masas de materia que ocultan la luz que brilla al otro lado.»

«Incluso la época del agobio...» Mi padre murió en 1948, sin haber dejado nunca de creer en la naturaleza creadora, sin haber dejado nunca de amar ni de empapar con su amor el mundo dolorido en que vivía, sin haber perdido jamás la esperanza de ver brillar la luz detrás de las pesadas masas de materia. Pertenecía a la generación de los

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El Retorno de los Brujos Louis Pauwels y Jacques Bergier

socialistas románticos que tenían por ídolos a Víctor Hugo, a Romain Rolland y a Jean Jaurés, los cuales llevaban grandes chambergos y guardaban una florecilla azul entre los pliegues de su bandera roja. En la frontera de la mística pura y de la acción social, mi padre, atado

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