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Amor Comprado 1


Enviado por   •  7 de Febrero de 2015  •  1.930 Palabras (8 Páginas)  •  209 Visitas

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Janet Evanovich

Título original: WIFE FOR HIRE Copyright © 1990 by Janet Evanovich Copyright © Editorial Atlántida, 1995 Derechos reservados. Primera edición publicada por EDITORIAL ATLANTIDA S.A. Azopardo 579, Buenos Aires, Argentina, por acuerdo con Héctor Ernesto Sandler (Utilísima). Hecho el depósito que marca la ley 1 1.723. Impreso en Brasil. Printed in Brazil. Esta edición se terminó de imprimir en el mes de mayo de 1995, en los talleres gráficos de la Companhia Mclhoramentos de Sao Paulo Rua Tito 479, Sao Paulo, Brasil.

I.S.B.N. 950 08 141 I 0

Distribuido por Editorial Atlántida S. A.

CAPITULO 1

A fines de siglo, la empresa Bigmount Brick contrató a inmigrantes recién llegados de Europa oriental, para trabajar en las minas de arcilla de Nueva Jersey. Instalados en Bigmount, ciudad donde la compañía tenía su sede, y en otro pueblo aledaño, llamado Riverside, construyeron modestas casas de ladrillos y de madera sobre lotes pequeños. Mantuvieron impecables las calles y las ventanas de sus viviendas; construyeron bares en cada esquina y distrajeron parte de su tiempo y de su dinero para edificar sus iglesias.

Cinco generaciones después, la población se había americanizado hasta cierto punto, pero Riverside seguía siendo un pueblo obrero de ventanas limpias. Las mujeres rusas ortodoxas conservaban siempre la costumbre de llevar el pan a la iglesia para ser bendecido, y las bodas todavía se celebraban en el Salón Nacional Polaco.

Desde su infancia, Maggie Toone siempre había soñado con festejar la suya en el Salón Nacional Polaco. Si bien el club campestre de Jarnesburg era mucho más bonito y en la zona había varios restaurantes más cómodos, el Salón Nacional Polaco contaba con una pista de baile encerada muy pulida, aunque bastante polvorienta, que susurraba con las melodías suaves y retumbaba como un corazón agitado cada vez que las enérgicas mujeres salían a bailar la polca. Era un lugar ideal para bodas, fiestas navideñas y aniversarios de plata; que formaba parte de la niñez de Maggie tanto como las trenzas, la sopa crema de tomates y el bullicio del tren de carga que despertaba al pueblo a medianoche.

Con el paso de los años, el Salón no perdió para Maggie ninguno de sus encantos. Pero no podía decirse lo mismo respecto del matrimonio. Y no porque ella se opusiera a esa institución, sino porque no tenía el tiempo necesario para procurárselo. Encontrar un marido era como padecer de tortícolis, especialmente en esos momentos en que su vida estaba en una encrucijada.

Sentada a la cabecera de la mesa del picnic, con los ojos fijos en el pastel de chocolate, Maggie dejó escapar un gemido ahogado. Julio recién empezaba y la temperatura ya ascendía a casi treinta y tres grados. Las veintisiete velitas, más una para la buena suerte, convertían el pastel en una hoguera; la cobertura de claras de huevo y azúcar comenzaba a derretirse. La cera fundida de las velas resbalaba por la superficie del pastel en tibias corrientes rojas, amarillas y azules que se derramaban por los costados formando pequeñas lagunas sobre la fuente que lo contenía. Por lo general, a Maggie le encantaban las fiestas de cumpleaños, sobre todo si eran en su honor. Pero ese día en particular tenía demasiadas cosas en qué pensar. De modo que, inspiró profundamente y sopló las velitas sin mucha ceremonia.

¿No es hermoso? dijo Mabel, la madre de Maggie . Un día perfecto para un picnic de cumpleaños. La mujer había comprado unos panecillos en la panadería de la calle Ferry. Había preparado ensalada de atún, huevos rellenos y hasta había cortado los rabanitos en forma de flores. ¿Has formulado algún deseo, querida?

Sí. Lo hice.

No habrás pedido ninguna locura, ¿verdad?

Maggie sintió que el ojo empezaba a latirle. Puso el dedo sobre el párpado para detener el tic y respondió a su madre.

Por supuesto que mi deseo fue una locura. Jamás lo decepcionaría. Ni a tía Marvina. Sonrió porque aquélla era una tradicional broma familiar. Su madre y tía Marvina elevaron los ojos al cielo y suspiraron con gesto cómplice, rito que repetían invariablemente cada vez que Maggie bromeaba sobre sus locuras.

Era una niña conflictiva. Siempre lo había sido y siempre lo sería. Aunque ese día cumpliera veintisiete años, nunca dejaría de ser una constante frustración para su familia, un trastorno para su ostentoso abuelo irlandés el único irlandés en Riverside.

Veintisiete años dijo tía Marvina . ¡Cómo pasa el tiempo! Recuerdo todavía cuando era una beba. Le encantaban las fiestas de cumpleaños, sobre todo si eran en su honor. Pero ese día en particular tenía demasiadas cosas en qué pensar. De modo que, inspiró profundamente y sopló las velitas sin mucha ceremonia.

Mabel cortó el pastel.

Incluso desde bebé fue muy independiente.

Se negaba a comer arvejas evocó tía Marvina . ¿Te acuerdas?

Mabel meneó la cabeza.

Lo de las arvejas es como una constante. No importa lo que le convenga ella siempre hará lo que quiera.

Tía Marvina agitó su tenedor en el aire.

Cuando Maggie tenía nueve años, dije que jamás se casaría. ¡Era tan marimacho! ¿No tenía razón? Dime ¿no tenía razón?

Sí, tenías razón. Debió haberse casado con Larry Burlew, ese muchacho tan agradable. O con Jimmy Molnar. Ése también se habría casado con ella. Mabel miró fijo a su hija, que estaba sirviéndose café en la otra punta de la mesa. Ahora se le ha ocurrido renunciar a su empleo. ¿De qué va a vivir, sin hombre y sin trabajo? Seis años de universidad. Un doctorado. ¿Para qué? Dos años de docencia tirados a la basura.

El ojo de Maggie latía peor que nunca. Pensó que había pasado demasiadas tardes con su madre e y con tía Marvina. Si escuchaba

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