Calculo Socialista
KiusseOjeda21 de Febrero de 2014
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El cálculo socialista
Sin algo de ese control central de los medios de producción, la planificación en el sentido en que hemos empleado el término deja de ser un problema. Se convierte en impensable. En esto estarían probablemente de acuerdo la mayoría de los economistas de todos los campos, aunque la mayoría del resto de otra gente que cree en la planificación siga pensando en ello como algo que podría intentarse racionalmente dentro del marco de una sociedad basada en la propiedad privada.
Sin embargo si de hecho “planificación” significa la dirección real de la actividad productiva por prescripción autoritaria o bien de los cantidades a producir, los métodos de producción a usar o los precios a fijar, puede demostrarse fácilmente que eso es imposible, pues cualquier medida aislada de este tipo causaría reacciones que acabarían con su propio fin y cualquier intento de actuar coherentemente necesitará cada vez más medidas de control hasta que toda la actividad económica quede bajo una autoridad central.
Por Friedrich A. Hayek.
Es imposible dentro del ámbito de esta explicación del socialismo ir más allá en este problema independiente de la intervención estatal en una sociedad capitalista. Se menciona aquí sólo para decir explícitamente que está excluido de nuestras consideraciones. En nuestra opinión un análisis aceptable demuestra que no ofrece una alternativa que pueda ser elegida racionalmente y que pueda esperarse que ofrezca un solución estable o satisfactoria de cualquier de los problemas los que se aplica.[1]
Pero aquí de nuevo es necesario guardarse ante la incomprensión. Decir que la planificación parcial del tipo al que estamos aludiendo es irracional no es sin embargo equivalente a decir que la única forma de capitalismo que pueda defenderse racionalmente sea la del laissez faire completo en el sentido antiguo. No hay razón para suponer que las instituciones legales históricamente dadas sean necesariamente las más “naturales” en ningún sentido.
El reconocimiento del principio de propiedad privada no implica en modo alguno necesariamente que la delimitación particular de los contenidos de este derecho como están determinados por las leyes existentes sea la más apropiada. La cuestión acerca de cuál es el marco permanente más apropiado que asegurará el funcionamiento más suave y eficiente de la competencia es de la mayor importancia y algo que, debe reconocerse, ha sido tristemente olvidado por los economistas.
Pero, por otro lado, admitir la posibilidad de cambios en el marco legal no es admitir la posibilidad de otro tipo de planificación en el sentido que hemos venido usando hasta ahora. Hay aquí una distinción esencial que no debe obviarse: la distinción entre un marco legal permanente ideado para proveer todos los incentivos necesarios a la iniciativa privada para generar las adaptaciones requeridas por cualquier cambio y un sistema en el que dichas adaptaciones las produce la dirección centralizada. Lo importante es esto, y no la cuestión del mantenimiento del orden existente frente a la introducción de nuevas instituciones.
En cierto sentido ambos sistemas pueden describirse como producto de la planificación racional. Pero en un caso esta planificación se refiere sólo al marco permanente de las instituciones y pude obviarse si estamos dispuestos a aceptar las instituciones que han crecido en un lento proceso histórico, mientras que en el otro hay que ocuparse con los cambios diarios de todo tipo.
No puede haber ninguna duda de que la planificación de este tipo implica cambios de un tipo y magnitud hasta ahora desconocidos en la historia humana. A veces se teme que los cambios ahora en progreso sean meramente una vuelta a las formas sociales de la era preindustrial. Pero es un temor infundado. Incluso cuando el sistema de gremios medieval estaba en su apogeo y cuando las restricciones al comercio era más extensas, no se usaban realmente como medios para dirigir la actividad individual. No eran ciertamente el marco permanente más racional para la actividad individual que podrían idearse, sino que eran esencialmente sólo un marco permanente dentro del cual la actividad actual de la iniciativa privada funcionaba libremente.
Con nuestros intentos de usar el viejo aparato del restriccionismo como un instrumento de ajuste al cambio casi diario, ya hemos ido mucho más lejos en la dirección de la planificación central de la actividad actual de lo que nunca se ha intentado antes. Si seguimos por ese camino que hemos iniciado, sin duda no embarcaremos en un experimento que hasta hace poco no tenía paralelo en la historia. Pero incluso en esta etapa hemos ido muy lejos.
Si hemos de juzgar correctamente las potencialidades, es necesario apreciar que el sistema bajo el que vivimos, atragantado con intentos de planificación parcial y restriccionismo, está casi tan lejos de cualquier sistema de capitalismo que pueda defenderse racionalmente como es diferente de cualquier sistema coherente de planificación. Es importante darse cuenta en cualquier investigación de las posibilidades de planificación que es una falacia suponer que el capitalismo tal y como hoy existe sea la alternativa. Estamos sin duda tan lejos del capitalismo en su forma pura como de cualquier sistema de planificación central. El mundo de hoy nos es más que un caos intervencionista.
La economía política clásica se desmoronó principalmente porque fracasó en basar su explicación del fenómeno fundamental del valor en el mismo análisis de las fuentes de la actividad económica que había aplicado con tanto éxito al análisis de los fenómenos más complejos de la competencia. La teoría del valor trabajo fue el producto de una búsqueda de alguna sustancia ilusoria del valor en lugar de un análisis del comportamiento de sujeto económico.
El paso decisivo en el progreso de la economía se produjo cuando los economistas empezaron a preguntarse cuáles eran exactamente las circunstancias que hacían que las personas se comportaran ante los bienes de una manera concreta. Hacer la pregunta de esta forma lleva inmediatamente al reconocimiento de que atribuir un significado o valor definido a las unidades de diferentes bienes era un paso necesario en la solución del problema general que aparece en todas partes cuando una multiplicidad de fines compite por una cantidad limitada de medios.
La omnipresencia de este problema del valor siempre que hay acción racional era el hecho básico a partir del que podía procederse a una exploración sistemática de las formas, bajo el cual aparecería bajo diferentes organizaciones de la vida económica. Hasta cierto punto, desde el mismo principio, los problemas de una economía dirigida centralizadamente encontraron un lugar preeminente en las exposiciones de la economía moderna. Era evidentemente mucho más sencillo explicar los problemas fundamentales de la suposición de la existencia de una sola escala de valores seguida de forma consistente que la suposición de una multiplicidad de individuos siguiendo sus escalas personales que como un dispositivo explicativo en los primeros episodios de los nuevos sistemas la suposición de un estado comunista ha usado frecuentemente (y usado con considerables ventajas).[2]
Pero se usó sólo para demostrar que cualquier solución necesariamente daría lugar a esencialmente los mismos fenómenos de valor (renta, salarios, intereses, etc.) que observamos realmente en una sociedad competitiva y los autores luego generalmente procedían a mostrar cómo la interacción de actividades de los individuos produjeron espontáneamente dichos fenómenos, sin preguntarse además si podrían haberse producido en una sociedad moderna compleja por cualquier otro medio.
La mera ausencia de una escala de valores comúnmente acordada parece privar a ese problema de cualquier importancia práctica. Es verdad que algunos de los primeros escritores de la nueva escuela no sólo pensaban que habían resulto realmente el problema del socialismo sino que también creían que su cálculo de utilidad ofrecía un medio que les hacía posible combinar una escala de utilidad individual en una escala de fines objetivamente válidos para la sociedad en su conjunto. Pero ahora se reconoce generalizadamente que esta última creencia era sólo una ilusión y que no hay criterios científicos que nos permitan comparar o evaluar la importancia relativa de las necesidades de distintas personas, aunque las conclusiones que implican esas ilegítimas comparaciones interpersonales de utilidades siguen pudiéndose encontrar en explicaciones especiales.
Pero es evidente que, a medida que el progreso del análisis del sistema competitivo revelaba la complejidad de los problemas que resolvía espontáneamente, los economistas se volvieron cada vez más escépticos acerca de resolver los mismos problemas por decisión deliberada.
Quizá merezca la pena advertir que ya en 1854 el más famoso entre los predecesores de la escuela moderna de la “utilidad marginal”, el alemán Herman Heinrich Gossen, había llegado a la conclusión de que la autoridad económica central proyectada por los comunistas pronto descubriría que se había impuesto una tarea que excede con mucho los poderes de los hombres individuales.[3] Entre los posteriores economistas de la escuela moderna, aquello en lo que Gossen había basado su objeción, la dificultad de un cálculo racional cuando no hay propiedad privada, se daba frecuentemente a entender.
Estuvo puesto particularmente en claro por el Profesor Edwin Cannan, que destacaba el hecho de que los objetivos
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