Carnavales, Tradición, Identidad, Fiesta. Patrimonio Inmaterial De La Región De Arica Y Parinacota. Pamela Figueroa Pizarro

Carnavales, Tradición, Identidad, Fiesta.

Patrimonio Inmaterial de la Región de Arica y Parinacota (1)

Pamela Figueroa Pizarro

Un pueblo que festeja tiene identidad, un pueblo que festeja no olvida lo que lo une a la historia.

La fiesta es un acontecimiento fundamental para la identidad y vida de un pueblo que se arraiga en las fibras más íntimas de la trascendencia del ser humano, posibilitando los espacios de acontecer, de alteridad, de sincronía y simpatía entre quienes celebran. Es el encuentro del ser humano con su identidad, con sus identidades otras y con la de los otros, encarnando las cosmovisiones, que se hacen comunes permitiendo soslayar los propios mundos y los de los demás

El carácter comunitario que la fiesta posee, aporta también un indiscutible valor educativo, donde lo antiguo y lo nuevo se encuentran en el horizonte común de lo que depara el destino. Nos instruye respecto de la comprensión de entender el tiempo en que se vive, del valorar el significado y sentido de salirse de la rutina para abrirse al “sentir-comprender” del tiempo que nos ha tocado vivir, al valorar la presencia de la historia como recuperación y reafirmación de la identidad entrañada en lo individual y lo comunitario.

La fiesta es la expresión simbólico-trascendente de la identidad, es el sentido de pertenencia a una comunidad, punto de contacto entre las múltiples intrahistorias personales e íntimas, que se revelan en el acontecer de las transhistorias que se entrecruzan.(2) Es el encuentro con lo originante a través de los cantos, de las actividades comunitarias, la comida compartida, el juego, la visita a las casas de los vecinos acompañados de músicos que animan el ritual, a través de las danzas y los bailes.

Como herencia de los ancestros, la fiesta tradicional sigue patrones culturales explícitos que son manifestación del origen de la vida, de todo lo que lo rodea, donde el individuo todo es sentido, es condición sinestésica, abierto a la búsqueda de lo mejor de su identidad, en constante verificación del canal que lo pone en contacto con los elementos de la naturaleza y que lo aleja del ninguneo, porque todo es canto que interpela a que el receptor asuma su papel activo en la experiencia desbordante del festejo, porque le devuelve a cada integrante de la comunidad el sentido vital que restituye la memoria del pasado que es siempre vigente y siempre presente. Renueva la experiencia de la alegría, del entusiasmo de la preparación, de la planificación, de la colaboración comunitaria, de la preocupación cuando algo no sale bien, de la petición a los ancestros a no demostrar enojo por el olvido, la desorganización o la falta de algo esencial para la fiesta.

Herencia identitaria, celebra el mensaje originario y originante del pasado, conservando el instante del rito, el sentido de la celebración que ha mantenido aquello que es esencial en el reencuentro con la vida, con la trascendencia.

En el contexto de la fiesta, la comida es, sin duda, la mejor manera de descubrir la identidad de un pueblo, conocemos aquello que ha adquirido una jerarquía de “comible”, una marca registrada de identidad. Luis Castro, dice al respecto: “Es por eso que muchos de los gustos alimenticios de los otros nos chocan, pues tendemos a transformar estos elementos culinarios en formas identitarias externas, en representaciones colectivas de nuestra propia identidad, ya que para sentirnos como un todo, para tomar conciencia de que somos una familia, una tribu, un pueblo o una nación, necesitamos saber que tenemos ciertas cosas en común que nos representan, que las identificamos como propias y que, visiblemente, nos indican el sentido de pertenencia a nuestra colectividad.”(3)

La comida constituye al cuerpo, lo forma, lo modela como

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