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Constitucion


Enviado por   •  8 de Febrero de 2014  •  897 Palabras (4 Páginas)  •  226 Visitas

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Los que acusan a los hombres de marchar constantemente con la boca abierta en pos de las cosas venideras, y nos enseñan a circunscribirnos a los bienes presentes y a contentarnos con ellos, como si nuestro influjo sobre lo porvenir fuera menor que el que pudiéramos tener sobre lo pasado, tocan el más común de los humanos errores, si puede llamarse error aquello a que la naturaleza nos encamina para la realización de su obra, imprimiéndonos como a tantos otros, la falsa imaginación, más celosa de nuestra acción que de nuestra ciencia.

No estamos nunca concentrados en nosotros mismos, siempre permanecemos más allá: el temor, el deseo, la esperanza nos empujan hacia lo venidero y nos alejan de la consideración de los hechos actuales, para llevarnos a reflexionar sobre lo que acontecerá, a veces hasta después de nuestra vida. Calamitosus est animus futuri anxius74.

El siguiente precepto es muy citado por Platón: «Cumple con tu deber y conócete.» Cada uno de los dos miembros de esta máxima envuelve en general todo nuestro deber, y el uno equivale al otro. El que hubiera de realizar su deber, vería que su primer cuidado es conocer lo que realmente se es y lo que mejor se acomoda a cada uno; él que se conoce no se interesa por aquello en que nada le va ni le viene; profesa la estimación de si mismo antes que la de ninguna otra cosa, y rechaza los quehaceres superfluos y los pensamientos y propósitos baldíos. Así como -8- la locura con nada se satisface, así el hombre prudente se acomoda a lo actual y nunca se disgusta consigo mismo. Epicuro dispensa a sus discípulos de la previsión y preocupación del porvenir.

Entre las leyes que se refieren a las defunciones, la que juzgo más fundamentada es aquella por virtud de la cual se examinan las acciones de los príncipes y soberanos después de su muerte. Ellos son los compañeros, si no los dueños de las leyes: lo que la justicia no ha podido vencer en su vida, justo es que lo pueda sobre su reputación y los bienes de sus sucesores, cosas que a veces ponemos por cima de la propia existencia. Es una costumbre que lleva consigo ventajas singulares para las naciones en que se observa y digna de ser deseada por todos los buenos príncipes que tienen motivos de queja de que su memoria se trate como la de los malos. Debemos sumisión y obediencia igualmente a todos los reyes, pero tanto la estima como la afección la debemos únicamente a su virtud. Concedamos al orden político el sufrirlos pacientemente, aunque sean indignos; ayudemos con nuestra recomendación sus acciones indiferentes, mientras que su autoridad ha menester de nuestro apoyo; pero una vez acabadas nuestras relaciones, no es razón el negar a la justicia y a nuestra libertad la expresión de nuestros verdaderos sentimientos, y principalmente el rechazar a los buenos súbditos

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