Crisis Dela Modrenidad
orlinma9 de Mayo de 2012
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Hacia un nuevo paradigma historiográfico*
Carlos Barros
Universidad de Santiago de Compostela
A finales del siglo XX se habla, y con razón, de la crisis de la historia. El diccionario de la Real Academia Española dice que la palabra ‘crisis’ viene a significar dos cosas juntamente: una mutación importante y una situación difícil. Es decir que hay crisis cuando hay dificultades pero se está produciendo un cambio, y seguramente lo segundo explica lo primero. No se suele ver así: cuando se alude a una crisis se piensa más en problemas y complicaciones que en soluciones y facilidades, lo cual dificulta la salida.
La historia en crisis
Pero cuando hablamos de la crisis de la historia algunos pueden estar pensando, también con razón, que hay quien cree en la crisis de la historia y quien no. Sin embargo, nuestra disciplina vive su crisis independientemente del grado de conocimiento que cada colega tenga de ella. Cuando en octubre de 1917 explotó la revolución en la Rusia zarista, podía haber gente que estaba haciendo calceta mientras sucedían esos hechos, que no dejaban por ello de ser históricamente extraordinarios1. ¿No estamos acaso los científicos sociales para eso, para ir más allá de la apariencia y de la cotidianidad de las cosas, tratando de ver lo que pasa en las profundidades de los momentos históricos, y en las profundidades de nuestra disciplina doblemente histórica?
La crisis de la historia como disciplina forma parte de una crisis general, ideológica, política, de valores, que afecta al conjunto de las ciencias sociales y humanas. Mucho de lo que vamos a hablar de crisis y salidas podría aplicarse, mutatis mutandis, a la antropología o a la sociología, pero nos vamos a referir a aquello que conocemos y que nos interesa más: la historia como oficio en la transición entre los dos siglos.
El carácter general de esta crisis deriva de la simultaneidad de la crisis de la historia y la crisis de la escritura de la historia, y atañe a todas las dimensiones de la profesión de historiador, y de su relación con la sociedad. Vivimos, por consiguiente, una crisis, una dificultad/mutación que es global porque afecta a la práctica de la historia (la manera de investigar y escribir la historia), a la teoría de la historia (los conceptos y planteamientos teóricos que subyacen en nuestro trabajo), y a la función social de la historia (devaluada en un mundo futuro que todavía algunos quieren sin alma, tecnocrático).
La primera víctima de la crisis historiográfica ha sido el paradigma economicista, determinista y estructuralista que ha identificado a los nuevos historiadores a partir de la Segunda Guerra Mundial2. Pero no se ha parado ahí, como ha puesto en evidencia Georg Iggers3, concierne también a la propia definición científica de nuestra disciplina, cuyo origen se remonta al positivismo decimonónico. Críticos de la historia-ciencia propugnan la equiparación de la historia con la literatura por la vía de su emparentamiento con la ficción, la narración, la hermenéutica o el "giro ligüístico", propuesto desde Estados Unidos. Relaciones epistemológicas productivas en su versión moderada pero destructivas cuando nos retrotraen, lo quieran o no sus defensores más extremistas, al siglo XIX, cuando la historia era una disciplina pre-paradigmática, anulando buena parte del capital acumulado por nuestra disciplina durante más de un siglo. Por este camino la vertiente de dificultad que tiene nuestra crisis toca fondo, y es entonces cuando tiende a imponerse la vertiente del cambio paradigmático, imprescindible para proporcionar respuestas a las anomalías que cuestionan nuestra vieja identidad (la nueva historia).
Vamos a explicar en tres fases cómo se fue manifestando esta crisis finisecular de la historia4, tomando como referencia las décadas de los años 70, 80 y 90 (las tendencias que analizamos se muestran con claridad en el final de cada periodo cronológico).
Paralelamente, debemos dejar claro que nos refiriendo a la evolución de la historiografía internacional, en general, más que a un país en concreto, salvo que el argumento lo precise. Todos sabemos que España y América Latina han recibido el impacto de las historiografías más avanzadas con un desfase cronológico que nos obligaría a introducir variaciones temporales en el supuesto de nuestras historiografías nacionales. Desfase que, hay que decirlo, cada vez es menor. En la última década del siglo, la globalización historiográfica está acortando la distancias entre las historiografías nacionales, se trasmiten más rápidamente los cambios: en el siglo XXI viviremos todavía más simultáneamente las evoluciones de la historia y de la historiografía.
Primer retorno del sujeto
El contexto sociopolítico e ideológico que caracteriza los años 70 está marcado por el retroceso de todo lo que supuso Mayo del 68 en la historia, y en su escritura. En ese contexto de repliegue acusa su primer golpe el paradigma estructuralista, economicista y determinista, imperante en nuestra disciplina, y en otras ciencias sociales, durante los años 60. La primera reacción historiográfica al objetivismo rampante, que nos auguraba un futuro feliz merced al desenvolvimiento ineluctable de las contradicciones estructurales, fue el retorno del sujeto inscrito virtualmente, pero jamás desarrollado, en las matrices de la nueva historia, sea annaliste sea marxista. La historia descubre, pues, el sujeto antes que la sociología y que la filosofía5: casi veinte años antes de que los sociólogos se pongan a investigar y reflexionar sobre el actor social, la elección racional o la acción colectiva, o de que se pusiera de moda la filosofía del sujeto...
De manera que la historiografía europea avanza, en los años 70, más allá de la historia económica y estructural: la historiografía francesa desarrollando lo que se llamó la historia de las mentalidades, y que desplegó después como historia del imaginario, antropología histórica, nueva historia cultural...6; y la historiografía inglesa impulsando un nuevo tipo de historia social, no estructuralista.
En el primer caso hablamos del paso de los segundos a los terceros Annales, del redescubrimiento del sujeto mental ya presente en la obra y la reflexión de los fundadores de esta escuela. En el segundo caso se trata de un desarrollo original del materialismo histórico, con una buena base empírica y antropológica, centrado en el estudio histórico de las revueltas y del cambio social.
Empero, el redescubrimiento inglés del sujeto social tuvo lugar demasiado tarde y demasiado pronto. Nos explicamos. Demasiado tarde porque el paradigma común, esos consensos que compartían los historiadores en las décadas centrales del siglo, había evolucionado claramente, en los años 60, hacia un planteamiento economicista, estructuralista y determinista, que dominó también la lectura académica (y no académica) del marxismo. Hay que recordar que la reacción de los historiadores marxistas frente a los excesos del estructuralismo marxistas es muy tardía. 1978 es la fecha de edición de ese magnífico libro -aunque a su vez criticable como demostró Perry Anderson, entre otros- de E.P.Thompson, Miseria de la teoría, donde se defiende un marxismo con sujeto frente al marxismo objetivista, sin conciencia y sin historia, de los seguidores del estructuralismo althusseriano. Y también demasiado tarde porque, cuando se manifiesta en Gran Bretaña esta lectura cultural y humanista de Marx que entendía la historia como la historia de la lucha de clases, el contexto ideológico y político había cambiado tanto que el marxismo, cualquiera que fuese su versión, había dejado de interesar, lo cual arrastró consigo a las tesis doctorales sobre conflictos, revueltas y revoluciones, que dejaron de hacerse. Y, por último, llegaba demasiado pronto si consideramos que el interés por la historia social "dura" se reproduce en los años 90, según hemos analizado en otro lugar7, y sólo ahora se empiezan a darse las condiciones para el tránsito a un nuevo paradigma que pueda incorporar el sujeto (social y mental).
Estos avances historiográficos que han devuelto hace veinte años el sujeto al centro de la historia son, por tanto, una referencia indispensable para las discusiones en curso sobre el nuevo paradigma que tiene como reto capital la integración, en un sólo enfoque, de la historia objetiva y de la historia subjetiva (tanto nos refiramos al agente histórico como al mismo historiador): entre ambas osciló pendularmente la historiografía del siglo XX. El futuro de la historia de las mentalidades y de la historia del cambio social está, en consecuencia, en el cambio global de paradigmas.
La fragmentación
En los años 80 cambia de raíz el contexto político- ideológico en el mundo, principalmente en USA y en Gran Bretaña. Son los años del neoconservadurismo, lo que después se llamó neoliberalismo o pensamiento único, y son los años de la difusión del postmodernismo como propuesta filosófica de moda. La historiografía occidental se fragmenta entonces en temas, métodos y escuelas, hasta un límite anteriormente inimaginable, colegas franceses llamaron a eso el desmigajamiento de la historia8.
La primera gran fisura fue el retorno del sujeto en los años 70, mental y/o social, porque hasta ese momento importaban mayormente la historia económica y la historia de las estructuras sociales9. Desde entonces tenemos una historia objetiva y una historia subjetiva, y ahí comienza la diversificación y el alejamiento de unas especialidades de otras: raramente la historia económica contempla el sujeto; raramente la historia de las mentalidades incluye lo socio-económico.
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