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Cuarto Concurso de Ensayos “Caminos de la Libertad”

nashvilleTutorial24 de Noviembre de 2011

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Ensayo sobre Josefina

Sebastián García Díaz

Cuarto Concurso de Ensayos “Caminos de la Libertad”

Fundación Azteca - 26 de Febrero de 2009

Introducción.

Las democracias de Latinoamérica siguen puestas en jaque por los populismos. Los activistas de la libertad tenemos un desafío concreto: debemos forjar más ciudadanos dispuestos a honrar su libre albedrío.

Si logramos finalmente ser mayoría, entonces podrá realizarse una democracia liberal, en sentido pleno y además por la vía democrática. El objetivo es claro y simple. Y hacia allí deben estar dirigidos todos nuestros esfuerzos.

Así razonaba yo hasta que un día nació Josefina. Muy pequeñita entre mis brazos, juré que haría de ella una liberal “hecha y derecha”, como un aporte a la causa. Pero el tiempo transcurrió y finalmente el amor de padre le fue ganando terreno, en la cabeza y en el corazón, a varios metros cúbicos de dogmas libertarios.

No se trataba ya de cualquier ciudadano. Ni siquiera estaba configurando el programa para educar ciudadanos libres de la próxima generación (en la que, por supuesto, participaría ella). En este caso, era mi propia hija. Y eso convirtió lo abstracto en concreto, lo relativo en absoluto, el medio para lograr el fin, en el fin en sí mismo.

Durante todos sus años de crecimiento, Josefina me ha obligado a poner sobre la mesa los principios y las causas primeras, siempre inspiradas por la libertad, y revisarlos meticulosamente una y otra vez, antes de dárselos como comida y como bebida de su espíritu inquieto.

¿Cuán liberal se puede educar a una hija? Bonito tema para un ensayo. ¡Pero cómo se sufre cuando detrás, hay una novela de nuestra propia vida! Formar a una hija en el amor a la libertad es un conjunto de decisiones de encrucijada, que se presenta ya desde los primeros días, en los primeros pasos, en las primeras experiencias.

“Deja que se golpee, así aprenderá. Si en cambio le adviertes, jamás vivirá esa experiencia.” El que ha tenido la suerte de criar un hijo, sin embargo, no podrá negar que aquel primer golpe, hace sentir a uno completamente culpable y miserable por no haberle avisado. La sensación debe ser lo más parecido a la tentación de proteger que sienten los totalitarios y los dictadores, pues no podemos pensar que todos ellos sean -en todos los casos- personajes siniestros y malvados.

En este caso, el hecho de ser, durante los años de paternidad activa, el gendarme de las fronteras, el oráculo del no, el catálogo de los mil y un límites, a los fines de educarla lo mejor que se puede, es -hay que confesarlo- lo más lejano a una conducta liberal que haya podido uno imaginar a lo largo de su propia vida.

Sobre la base de esa experiencia tan rica y tan sufrida, me ha parecido fructífero desarrollar una reflexión serena sobre la base de diez situaciones paradigmáticas en la historia de la educación de Josefina, en donde el valor de la libertad ha debido ser contrastado con otros valores, principios, creencias y prejuicios, hasta lograr una sintonía muy fina, por la que transcurre finalmente la vida real.

Estas reflexiones pueden aparecer como mezclando, sin solución de continuidad, cuestiones que hacen al liberalismo político, al liberalismo económico y al liberalismo cultural. A su vez, en cada una de ellas, hago mención a distintas tradiciones liberales y en muchos casos sin diferenciar cuándo hablo de un liberalismo más social como, por ejemplo, el de John Rawls y cuándo de un planteo más libertario como podría ser el de Richard Rorty (por nombrar un pragmático-liberal extremo). Sin embargo, insisto en que, a la hora de ser padre, semejantes disquisiciones teóricas pierden sentido y las preguntas son más propias de una filosofía práctica (una filosofía del hacer)

En definitiva, si las recomendaciones sobre cómo educar a la próxima generación, logran pasar primero el tamiz de lo que se debe merituar al formar a nuestra propia hija, entonces habrán superado la prueba más dura.

Otro tanto respecto a la comparación que surge al observar cómo interactúan la libertad y la autoridad en el ámbito familiar y su paralelo en el ámbito de la política. Aunque como señala el mismo Aristóteles: “no tienen razón los que creen que es lo mismo ser gobernante de una ciudad, rey, administrador de su casa o amo de sus esclavos” sin embargo, no es posible negar que hay preguntas que son similares para ambos universos.

Sin embargo, debo anticipar que, al final del camino y a la hora de sacar las conclusiones, quedan más preguntas que respuestas y más perplejidades que certezas.

1. Josefina ¿tiene derecho a ser libre?

La primera cuestión a dilucidar es cuándo una persona tiene derecho a ser libre. Lo que ha sido tratado ampliamente por pensadores de todos los siglos, se convierte aquí en un asunto personal.

Hay dos comportamientos de los hijos que pueden generar en nosotros muy diferentes reacciones. El primero es cuando son en exceso timoratos frente a los pasos que deben dar en la vida. Allí uno les exige que asuman su libertad a pleno. Que no teman por avanzar y asumir los riesgos.

Sin embargo, cuando su libre albedrío es utilizado más allá de lo que nos parece correcto, haciendo peligrar nuestra tranquilidad, nos gana la tentación de aplicar toda la autoridad y limitar sus opciones. Las mismas reacciones ocurren, desde la política, con los ciudadanos.

En realidad, podría asegurarse que la libertad adquiere su verdadera dimensión cuando el protagonista que está por utilizarla no está preparado para hacerlo. En este sentido, una niña inmadura y un ciudadano tomando una decisión “libre”, se parecen irremediablemente. Cuando, en cambio lo hacen habiendo sufrido la experiencia de una de las opciones (o de ambas), el ejercicio libertario es, en realidad, una anécdota.

La pregunta es si esa necesaria adaptación del sentido y alcance de la autoridad sobre la libertad, según las personas y las circunstancias, es tan negativo como prima facie juzgaríamos los liberales. O si el poder, en el sentido más constructivo que pueda tener este concepto en la configuración del bien común, lleva implícito un margen relativamente amplio de discrecionalidad por parte del que lo detenta, a los fines de garantizar opciones valiosas e ir preparando a hombres libres capaces de ejercer su libertad.

En el caso de un hijo, hay un proceso muy interesante que debe ser analizado en forma parcializada. En una primera etapa, en general, ellos no reclaman libertad, sino que es uno como padre el que debe imponerla. Si fuera por ellos tal vez gatearían mucho más de lo aconsejable, utilizarían chupete o biberón, no se lavarían los dientes, o dormirían eternamente en nuestra cama, sin importar las consecuencias posteriores. Allí la pregunta de un padre liberal en ocasiones es si no “¿estaré forzando demasiado a mi hijo a ser libre? ¿No es demasiado pequeño?”

Las dudas se potencian si estamos ante un hijo con algún problema o deficiencia. A mi me ocurrió con Josefina, que debió usar anteojos desde muy pequeña. Varias veces tuve la tentación de darle excesiva cobertura paternal, para que nadie se burlara, o sobreactué mis felicitaciones ante un logro que no dejaba de ser normal para cualquier niña de su edad.

Si uno proyecta estas dudas a la autoridad que debe actuar sobre una población marginal, por ejemplo, o un sector de personas discapacitadas o hasta un conjunto de empresas tan pequeñas que no pueden competir con los grandes, la incertidumbre sobre qué hacer y cuánto intervenir para protegerlos seguramente es similar.

Por supuesto que un anarco-liberal en su rol de padre podría hacer una reflexión completamente distinta. ¿Qué pasa si dejo que mi hijo haga lo que verdaderamente le venga en gana y que luego aprenda por las consecuencias? La misma pregunta, llevada a su correlato político sería algo así como: ¿por qué tengo que decirle al señor marginado que no malgaste sus pocos recursos en alcohol si al final de cuentas eso es lo que verdaderamente quiere comprar?

Hay un segundo momento o etapa en la educación de una hija, que generalmente coincide con la adolescencia, donde los padres pasamos a la defensiva. Su rebeldía libertaria nos obliga a adoptar las posiciones más extremas en determinadas circunstancias.

A un niño es fácil demorarle el reconocimiento de la libertad plena. Pero en una adolescente que ya usa corpiños, que su cuerpo le permite tener hijos, que está cerca de votar a sus gobernantes, un liberal puede ser completamente desbordado en sus convicciones, cuando trata de fundamentar con razones de fondo sobre lo que es verdadero, bello y bueno para racionalizar las órdenes que está impartiendo.

En este sentido, me gustaría dejar al desnudo a todos los lectores, sin excepción. Porque si alguno puede llegar a ufanarse de ser muy “liberal” en la educación de sus hijos, ninguno resiste el argumento de la extensión hasta el extremo. A modo de ejemplo: puedes tolerar que tu hija adolescente se acueste y tenga sexo con cuanto chico conoce “si eso es lo que ella quiere hacer”. Puedes tolerar incluso que tu hijo haga manifiesto su tendencia homosexual sin mayor problema. Pero no tolerarías que estos seres tan queridos, te anuncien su suicidio

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