De Ves En Cuando La Muerte

De vez en cuando la muerte.

Autor y contexto social. Novela de posguerra: violencia, predominio de la individualidad sobre la social. Ironía y desencanto. Aspectos ideológicos y económicos.

Biografía del autor.

Rafael Menjívar Ochoa, (San Salvador, 1959). Escritor, periodista y traductor. Tiene estudios de música y letras inglesas. Vivió fuera de El Salvador de 1973 a 1999, especialmente en México. Ha obtenido premios nacionales e internacionales de literatura, historieta y video. Una parte de sus novelas se ha publicado en francés, y sus cuentos aparecen en antologías en Francia, Alemania, Italia, España y México. Ha publicado: Historia del traidor de nunca jamás(Costa Rica, 1985; Francia, 1989), Algunas de las muertes (México, 1986), Los años marchitos(Costa Rica, 1990), Terceras personas (México, 1996; Francia, 2004), Los héroes tienen sueño (El Salvador, 1998), Manual del perfecto transa(México, 1999), Del amor de la muerte (México, 1999), De vez en cuando la muerte (El Salvador, 2002), Instrucciones para vivir sin piel (Francia, 2005, inédito en español), Un buen espejo(México, 2005), Trece (México, 2003; Francia, 2006), Tiempos de locura. El Salvador 1979-1981(FLACSO, El Salvador, 2006).

De vez en cuando la muerte’, forma parte de la trilogía que inició con Los años marchitos (EDUCA, 1990), y Los héroes tienen sueño (DPI, 1998), del mismo autor.

Menjívar Ochoa retrata –a través de esas líneas– a un periodista, sin nombre ni futuro, quien tiene a su cargo las notas rojas de un periódico de provincia y cuya fuente informativa es lo judicial.

El periodista se enfrenta a la muerte a diario y a veces tiene que investigar esos crímenes para recabar información que le ayuden en sus notas rojas. Pero un crimen de rutina hace que el comunicador se vea envuelto en una maraña de situaciones, donde se desborda la corrupción, la infedilidad, los arribismos, como también la desconfianza.

Son asesinatos a sangre fría, con personajes que no se andan con medias tintas para desaparecer a quien pretenda destruir sus intereses.

“El lunar en la mejilla izquierda saltaba a la vista. Ni el lodo ni las manchas de sangre ni las heridas habían logrado taparlo. Un par de días antes quizá hubiera sido un lunar agradable”, Pág. 11.

De los crímenes se culpa a un octogenario, cuyo oficio es carnicero, y quien tiñe de sangre a un estado azteca.

“El forense, un tipo pequeñito y muy serio, dijo que nunca había visto un corazón tan bien seccionado. El cuchillo había pasado entre las costillas sin rozar el hueso”, Pág. 20.

Mauro C. es el octogenario y supuesto asesino, quien 25 años atrás fue acusado de los asesinatos, los acepta y aduce que lo hizo porque su esposa tenía celos de sus antiguas novias.

“Por supuesto que recordaba a Mauro C. 25 años atrás, cuando yo era adolescente. Era el asesino de moda. Pero no sólo mató a su mujer. Durante todo un mes, fue visitando a todas las novias que había tenido –unas doce– y las degolló con precisión y sangre fría”, Pág. 39.

Así se desata una serie de hechos que la policía va archivando. “No. A mí no me mató –dijo la anciana–. Yo soy su esposa legítima”, Pág. 75.

Corrupción

“Matilde C. estaba tan muerta como puede estar un cadáver de dos días y más fría aún: había estado en el refrigerador de la morgue desde que la encontraron bajo un paso a desnivel”, Pág. 87.

Toda esa gama de situaciones dan vida a una novela impregnada de mutismo, de zonas virulentas, espacios que aprovecha el jefe de poca monta para mostrar sus instintos de arribismo.

Al no recibir las llamadas “mentas”, provoca la cólera del jefe de prensa del órgano judicial, Gonzalo Tuero, quien busca la manera de persuadirlo de que tome los sobres a toda costa.

Sin embargo, al no lograr su objetivo usa el chantaje ante el jefe del rotativo donde labora el periodista, Ricardo Puente, quien acostumbra a recibir dádivas

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