Desperté, arrumbado en un pequeño cuarto de un hotel sucio y descuidado en el centro de la ciudad, sin poder recordar lo que había hecho debido a la pesadez de la mente.
Mauricio Olv Diaz Trabajo 1 de Abril de 2016
3.415 Palabras (14 Páginas) 316 Visitas
Encuentros.
Desperté, arrumbado en un pequeño cuarto de un hotel sucio y descuidado en el centro de la ciudad, sin poder recordar lo que había hecho debido a la pesadez de la mente.
-¿Cuánto tiempo había pasado desde que llegué?-
<
-¿Por qué había escogido este lugar que está abandonado por la gracia de Dios?-
<<¡Por favor!, pensé con desdén, si dios en realidad existiera yo no estaría aquí, solo y víctima de la indiferencia del resto del mundo>>
Con trabajo, mis sentidos me alertaban de la presencia de más gente en el edificio, una portadora de una dulce fragancia cruzaba el pasillo, justo frente a la puerta de mi habitación, aparentemente descalza ya que no oía el golpeteo de los zapatos contra el duro suelo de cemento desnudo, por lo mismo no descubrí a donde se fue, poco a poco sólo desapareció, dos pisos más abajo, una pareja ardía en llamas, no de amor, sólo lujuria, podía sentirlo, podía olerlo, pero no estaban solas, claramente una tercera voz de un hombre con sumo interés acompañaba a la de las dos mujeres, diciéndoles que hacer y cómo, y aún más abajo, en la entrada, otro hombre entregaba unas llaves al encargado del lugar, para después despedirse y retirarse cautelosamente, con miedo a que alguien conocido lo descubriese saliendo de tan mísero lugar.
Miedo, que aroma tan agradable y es exquisito cuando va acompañado del hedor de la desesperación y la sorpresa.
<
Poco a poco mi mente se fue despejando, pudiendo recordar las horas de la mañana que había pasado en la alameda observando el lento caminar de la gente, la risa de los niños que felizmente corrían por el
pasto hasta llegar a las fuentes de agua verde, donde despreocupadamente se zambullían y chapoteaban.
-¿A cuántas parejas de novios vi?-
<
Todos andaban abrazados o tomados de la mano, tal pareciera que el uno no quería separarse del otro, hombres, mujeres, niños, perros, hasta un par de caballos pertenecientes a la policía montada pude ver.
Y entonces recordé porque había entrado a éste hotel. Entré por hambre, un hambre atroz que me llevó al desfallecimiento, y mejor perder la conciencia dentro de esta sucia pero privada habitación a quedar tirado en medio de la calle, donde todos quieren ayudar y nadie sabe cómo hacerlo. Al final sólo es hambre y el hambre es pasajera, ya tendré tiempo después de saciar el apetito.
Pero la sed, esa es diferente, esa sí me enloquece y esa también me está atacando. Lentamente me levanté de la cama y fui al baño, este estaba un tanto más limpio que el resto del lugar, aún que de igual forma podría ser más higiénico, ignorando mi asco, abrí el grifo y un endeble chorro de agua cayó al lavabo llevándose consigo toda la suciedad que tocaba, juntando mis manos formé un cuenco justo donde el agua caía, cuando se acumuló lo suficiente del turbio líquido lo acerqué a mis labios y bebí.
Un asqueroso sabor de agua estancada llenó mi boca de inmediato, aun así repetí tres veces más, sin importarme las consecuencias que pudiesen existir al tomar agua de tal calidad, una quinta vez dejé que el agua se acumulara en mis manos, sólo que esta vez la lancé a mi rostro para quitarme el resto de la pesadez que mi sueño me había heredado. El hambre aun me aquejaba, pero nada podía hacer al respecto, sólo esperar y aguantar.
Bajé cuatro pisos desde mi habitación para encontrarme de frente a la persona que buscaba, el encargado, un hombre de edad media, tan reluciente y pulcro como el lugar, tanto que su imagen personal parecía salida de la misma capa de polvo que cubría el mueble de la recepción, una perfecta armonía entre establecimiento y dueño, su
cara sucia y mal humorada combinaba con las paredes que sin gracia ni gloria nos rodeaban, sé que Dios no voltea hacia todos lados, pero ¿Cómo pudo olvidar de esta forma a un simple mortal y a su hotel? Pobre hombre aquel, que su presencia no causa desconfianza ni miedo, pero si una sensación de rechazo hacia él y hacia las manchas de su ropa.
Prometiéndole una buena propina para cuando me fuera, le di varias instrucciones que él debería de seguir al pie de la letra, sin dudar, ni cuestionarme. Tomé un pedazo de hoja y anoté un número de teléfono, puse el papel en su mano y dije:
-Marca a este número y pregunta por Adriana, únicamente puedes hablar con ella, en caso de que no esté, pregunta donde puede estar y encuéntrala, cuando la encuentres, dale la dirección de tu hotel, el número de mi habitación y dile que la espero ésta noche, ella sabrá quién manda el mensaje y también sabrá qué hacer.-
Cuando terminé de hablar, el hombre repitió para mí todo el proceso y sonrío por que no se le había olvidado ningún detalle. Después le pedí que me cambiara de habitación.
-Quiero estar en el último piso y del ala oriente.- Dije.
-También que, pasara lo que pasara, nadie podía entrar, ni siquiera tocar la puerta, nadie ni nada tiene que irrumpir con mi privacidad.-
Fui muy enérgico al decirle esto, sólo para intimidarlo y asegurarme que se cumpliera mi orden.
-Sólo Adriana tiene derecho de entrar.- Continué. -Única y solamente ella.-
Al final le encargué que me consiguiera algo de comida.
-Lo que sea está bien, no importa, sólo déjalo frente a mi puerta, cuando llegue el momento yo saldré a buscarla.-
El escuchó atentamente mis indicaciones, repitiéndolas para memorizarlas y luego con una mirada como si supiera mis pretensiones, aceptó sin cuestionar en nada, tal como le había instruido. Me llevó a mi nueva habitación, tres pisos más arriba que la anterior, abrió la puerta con la llave y extendió su mano para dármela, me negué, le dije que esa se la diera a mi visita cuando llegara, así ella podría entrar sin necesidad de tocar a la puerta, una vez más, él aceptó mis órdenes y se fue dejándome de pie en el pasillo.
Al entrar al cuarto vi a mi derecha una cama grande, gastada, sucia, vieja, pesada, gruesa y fea, frente a mí una enorme ventana que abrí de par en par, dejando así pasar frescas corrientes de aire que arrastraban los malos olores acumulados por el tiempo. Para mí ya todo estaba arreglado, caería la noche y tarde o temprano Adriana estaría aquí, conmigo.
Sentado en la cama mi mano buscó la caja con cigarros, de ésta retiré uno de los últimos que aguardaban pacientemente, al guardar la cajetilla mi mano fue en búsqueda de mi encendedor, uno pequeño y azul que fácilmente lo identifique por su frio y metálico tacto, abrí la tapa y con el pulgar giré la piedra, una ráfaga de chispas causo que en la mecha se creara una llama que bailaba alegremente. Puse el cigarro en mis labios y sin prisa lo encendí dándole la primera bocanada de humo, la cual siempre la más deliciosa y la que dura menos, fumando, me recosté en la cama pensando en Adriana, mi dulce Adriana una mujer encantadora, sólo un año menor que yo, ella mi razón de ser feliz, la única por la cual siento un amor puro y sincero, una niña de estatura baja, delgada y delicada como una encantadora hada salida de la más bella historia mitológica, su tez tan clara como las alas de los ángeles, un haz de belleza etérea cuando se le mira bajo la luna, de hermosos ojos brillantes, donde pareciera que los antiguos dioses erigieron un monumento de gloria hacia las estrellas, con mirada tierna y cautivante, cada vez que está a mi lado, me deleita su sutil fragancia de azares cortados a la luz de la media noche, sólo de pensar en su lindo e inocente rostro se desmorona mi alma, recordar su cálida voz acongoja mi corazón, el tiempo que he estado lejos de ella son días que se traducen en una tortura sin precedentes de la cual me urge escapar.
Sin haberlo notado mi cigarro se había consumido y apagado, sin siquiera haberle robado otra insignificante calada. Me sentía triste y sin vida, sólo por haber pensado en Adriana y no sentir su presencia cerca de mí, es en estos momentos cuando en realidad me percato de que la distancia que nos separa se convierte en un abismo que supera las dimensiones del infinito, lo cruel es que solo así noto cuanto la necesito y de cuán importante es en mi vida, la amargura se drena en mis lágrimas de soledad.
-¿Qué hora será?-
Me pregunté al ver el reflejo del sol que se proyectaba en lo alto de la ventana, esa que está justo enfrente de la mía, sólo sabía que medio día ya había transcurrido, un día muy largo que pareciera no tener fin, una noche tan deseada que tardará más en llegar, pues cuando alguien espera con ansias un evento, éste parece retrasarse para nunca aparecer y así, con eso en mente, me dormí una vez más en este largo, tedioso y horrible día.
Una vez más el tiempo había corrido, las manecillas del reloj cedían ante la presión de mis ansias, para cuando desperté, el sol había caído y cedido el paso a la bóveda nocturna, y por fin, después de tanto esperar, mi íntima amiga estaba ahí, frente a mí, viéndome desde la ventana que seguía abierta, tan seductora como en la primera vez que nos encontramos, ella tan tranquila y paciente, yo nervioso y emocionado.
...