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EL LIBERALISMO Y NEOLIBERALISMO

Rooh ArtigasMonografía6 de Noviembre de 2015

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LIBERALISMO Y NEOLIBERALISMO

Autores Varios.

La crisis del internacionalismo liberal

Por Stanley Hoffmann

Política Extranjera, primavera de 1995

Traducción: Noemí E. Soneyro – Mayo 2009

El Comunismo está muerto, pero está muriendo también otra gran ideología post guerra, el internacionalismo liberal? Un libro reciente del científico político Tony Smith como así también varias conferencias del Consejero en Seguridad Nacional Anthony Lake han recordado a los americanos que el “internacionalismo democrático liberal, o Wilsonianismo, ha sido la contribución más importante y distintiva de los Estados Unidos a la historia internacional del siglo veinte,” como afirma Smith. Lake, presentando la política extranjera de la administración de Clinton como Wilsonianismo pragmático, ha explicado que tiene como objetivo expandir la democracia y el libre comercio, defender la democracia de sus enemigos, aislar a los estados parias y represivos, y proteger y promover los derechos humanos.

Después de dos años, sin embargo, el pragmatismo es más visible que el Wilsonianismo. En un discurso en Harvard, Lake afirmó que la promoción de la democracia y la defensa de los derechos humanos deberían implicar el uso de la fuerza, entre otras salvedades, solamente si hubiera intereses americanos claramente definidos. También sugirió  que la expansión del liberalismo no era un interés americano ipso facto: una concesión inadvertida pero admirable al realismo tradicional. Como en los años de Carter, los diferentes elementos de la agenda liberal están otra vez en competencia unos con otros- los derechos humanos versus la expansión del mercado libre, por ejemplo. Sea que la agenda liberal deba ser llevada a cabo por medios multilaterales o, en caso de necesidad, solo por los Estados Unidos, ha vuelto a ser nuevamente una fuente de confusión y sufrimiento, como en Bosnia. Mientras tanto, el entusiasmo de las naciones por sobrellevar los costos  humanos y financieros de llevara cabo una política de internacionalismo liberal, ha decaído. En tanto que la contención ha provisto una base razonablemente clara para la política y un respaldo para movilizar el apoyo público, el neo-Wilsonianismo parece un lineamiento  hecho de goma y ha dejado al público americano profundamente ambivalente.

Esto no es nuevo. Como establece Tony Smith en La Misión de América, las eras de oro del internacionalismo democrático liberal fueron los periodos que siguieron a dos guerras mundiales, y, hasta cierto grado, los años 80, cuando la Guerra Fría estaba siendo ganada por Occidente y tenia lugar la “tercera ola “ de democratización. Esto no es coincidencia, sugiere que para entender las dificultades actuales del liberalismo en el escenario mundial se necesita ir mucho más allá de la demasiado familiar y depresiva letanía de lo que está mal con la política extranjera de Bill Clinton. Un examen de la complicación del internacionalismo liberal debe llevarnos a los defectos y limitaciones del liberalismo mismo.

El liberalismo, en sus varios aspectos filosóficos, fue y es un (ram) contra los regímenes autoritarios. Trata de liberar individuos de la tiranía  dándoles el derecho a consentir con sus instituciones políticas y alas políticas que estas persiguen en el marco de estas instituciones, como así también con una serie de libertades protegidas de intrusiones y restricciones gubernamentales. Sea que el liberalismo de Immanuel Kant estuviera basado en el concepto de autonomía moral, el liberalismo utilitario de Jeremy Bentham basado en el análisis de placer-dolor, o la variante de fines del siglo veinte- “el liberalismo del miedo”- sugerido por Judith Shklar en un tiempo en que las ideas de progreso del siglo diecinueve parecían vacías e increíbles debido a los horrores totalitarios, la esencia del liberalismo sigue siendo la protección de la libertad individual, la reducción de poder del estado, y la convicción de que el poder es legitimo solo si está basado en el consentimiento y respeta las libertades básicas.

La dimensión internacional del liberalismo nunca fue una idea tardía: Kant, Bentham, y John Stuart Mill, por no mencionar a Woodrow Wilson, eran cosmopolitas en contraste con Jean Jacques Rousseau, cuyo ideal era de comunidades democráticas pequeñas, independientes e introvertidas. Pero la dimensión internacional del liberalismo fue poco más que la proyección del liberalismo doméstico  a escala mundial. El liberalismo fue y es, en gran parte, una expresión de repulsa contra la violencia ilegítima: la de los tiranos en casa y de agresores en el extranjero. Sostenía y aun sostiene la creencia en que la eliminación de las guerras de agresión resultará  de la propagación de regímenes democráticos liberales, como en el proyecto de Kant para la Paz Perpetua, de los acuerdos que tales regímenes firmen para prohibir la guerra y reducir armamentos. La visión de un orden mundial legítimo es así el orden que finalmente establecerían los estados liberales viviendo en armonía. Lo que haría inofensiva a la inevitable competencia entre estados  sería el efecto externo de dos “revoluciones” liberales fundamentales. La primera es el triunfo de los gobiernos representativos, constitucionales, basados en el consentimiento y la discusión racional- gobiernos que serían mucho menos propensos a recurrir a la guerra que los regímenes autoritarios. La segunda es la emancipación de los individuos en el hogar, y la resultante formación de una opinión pública y una sociedad económica transnacional de libre industria y comercio conectando a la gente a través de las fronteras (y creando intereses estatales fuertes en cooperación y paz). Así, las restricciones puestas a los gobiernos en casa se expandirían como restricciones sobre poderes estatales extranjeros.

Contrario a los cargos realistas, el liberalismo no fue sino ingenuo acerca del poder estatal, cuya reducción y domesticación fueron estimadas esenciales para la preservación de la paz en el extranjero y de la libertad en el interior. De todas maneras, la cara internacional de la moneda liberal estaba mucho menos pulida que la doméstica. En particular, quedaban dos preguntas sin contestar. Una era ‘¿Cómo se haría realidad la visión de armonía entre estados liberales con poder reducido?’ Es decir, ¿deberíamos confiar en la propagación irresistible de formas de gobierno liberales (y de ser así, las relaciones internacionales en un mundo dividido entre estados liberales y no liberales no continuaría siendo la clase de ‘estado de guerra’ que habían descrito Tucídides, Maquiavelo, Thomas Hobbes y Rousseau? ¿O los estados liberales deberían intervenir activamente en la propagación del liberalismo  o en su defensa cuando estuviera en riesgo? El programa doméstico de liberalismo contaba  o con la reforma o con la revolución: la primera, cuando fuera posible, a través de los efectos combinados del esclarecimiento y el nuevo capitalismo; la última, cuando la reforma fue bloqueada (aunque la Revolución Francesa enseñó una sombría lección sobre las desviaciones –desliz- en el cual podía tomarse un curso revolucionario) El lado internacional del liberalismo ofrecía una visión pero no realmente un programa, y el asunto de la intervención por liberalismo llegó a ser profundamente decisivo. El plan de Kant era resueltamente no intervencionista- entre los estados liberales. Mill vio una diferencia fundamental entre las intervenciones por gobierno autónomo (que él rechazaba) y las intervenciones por autodeterminación (a las cuales adhería). La gama variaba desde lo que hoy nosotros llamaríamos aislacionismo por un lado, a las cruzadas morales por el otro.

La otra gran pregunta sin respuesta por el liberalismo tradicional fue sugerida por la distinción de Mill. El liberalismo, una filosofía de los siglos XVII y XVIII, discutía las relaciones de estado y sociedad en términos de obligaciones mutuas entre los individuos y los gobernantes – una relación racional (a menudo simbolizada por la idea del contrato social). Pero como la gente, o gran parte de la gente, empezó a jugar un rol en el manejo de sus asuntos, surgió una nueva cuestión: la de lealtad, de los lazos emocionales de fidelidad que atan a la sociedad al estado. Esta fue la cuestión del nacionalismo: una nueva conciencia colectiva que podría evolucionar de un simple sentimiento a una pasión y una ideología capaces de ser injertados en cualquier otro credo político concebible. La Revolución Francesa y sus guerras, el huracán Napoleónico, y las rebeliones de 1848 obligaron a todas las ideologías a lidiar con el fenómeno nacionalista. El liberalismo adoptó el principio de autodeterminación nacional porque vio en él la dimensión externa del principio de consentimiento. Un régimen era legítimo si estaba basado en el consentimiento. Un estado era legítimo (y viable) si reflejaba el deseo de los individuos para formar una nación, libre de toda opresión o intrusión de otras naciones. Jules Michelet, Giuseppe Mazzini y Mill se convirtieron en los campeones intelectuales del nacionalismo liberal, siendo Mill el más explícito y convincente en explicar por qué los estados multinacionales tendrían grandes problemas  siendo liberales, dada la demanda de cada componente nacional para auto gobernarse. Así, la autodeterminación fue vista como el corolario necesario del autogorbierno liberal, y fue esta convicción la que rediseñó la visión de la armonía internacional final en una visión de naciones-estados con regímenes liberales: el sueño de Wilson.

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