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ENSAYO DE LA CALLE A HARVARD


Enviado por   •  15 de Julio de 2015  •  975 Palabras (4 Páginas)  •  777 Visitas

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Hay situaciones en la vida que la gente se deja llevar por los acontecimientos, a manera del espectador que requiere observar los hechos para poder hacerse un juicio cabal de lo que él quisiera representar en su rol de actor participante más adelante. Haciendo un símil, sería el “surfista” que menciona Jorge Bucay en su novela “Amar con los ojos abiertos”, sólo que en este caso, en vez de tomar las olas como venga la vida o la relación con el otro, hay veces que la ola es tan grande que, para recobrar el aliento hay que bajarse de la tabla para recuperarse y volver a tomar la ola más próxima, pero con una actitud más consciente y de réplica (retroalimentación), de tácticas y estrategias para poder responder al medio (o estímulo que desata su respuesta) y a sí mismo. Esto que suena tan lógico, no lo es, pues las situaciones vitales tienen sus vericuetos.

Aunque mucho se nos insiste en clase sobre que, en el fondo de la realidad, todo es un vacío, generalmente no hacemos consciencia de ello y mientras estamos inmersos en nuestra inconsciencia, creemos que la vida presenta estas contingencias como parte de su devenir normal y cotidiano. De facto, existen circunstancias en que dicha inconsciencia nos provoca una parálisis existencial, misma que puede ser debida a factores externos —suponemos en nuestra ignorancia— y que se encuentran arraigados en el sistema de vida que se viven con una clara tendencia patológica por inmovilizar a las personas (referido aquí como macrosistema que posteriormente se vé introyectado en un microsistema —por ejemplo: la costumbre de impedir el ascenso laboral en dependencias de gobierno, o peor aún, imposibilitar trabajar en el área de su competencia, asignándose puestos de subempleo—). Todo comienza con una impresión mental cualquiera a la que podemos llamar surgimiento dependiente, mismo al que le imputamos ciertas características positivas o negativas y que, conscientes o no, hacemos de ello una tendencia que en automático se convierten en un hábito, como sería el caso de ofrecerse a transcribir un texto por falta de apoyo secretarial y después darle esa base de designación al empleado calificado, quedando como su obligación hacerlo (sea aún un doctorado). Esto que no debiera conflictuar a nadie en otro ámbito o contexto (hablando en términos de vacío —donde no hay lugar a la denotación o connotación, referentes o referencias—), produce un gran malestar pues, retomando el ejemplo del sistema burocrático, conozco casos en que las estructuras de poder están tan firmes que, muchos de los puestos de trabajo especializados los cubren técnicos o profesionistas que no tienen el perfil indicado y quienes sí lo ostentan los dejan en segundo o tercer sitio, creándose una serie de escalada de descalificaciones mutuas por querer ocupar posiciones que se dan por decreto y no por competitividad.

El caso es que, se generaliza esta tendencia y como reza el dicho en esos ámbitos: “los hábitos hacen costumbres y las costumbres: Leyes”, siendo aquí el equivalente a la Ignorancia Activa[1] —que aún sabiendo que está mal, insiste y hasta legaliza el error— ya que actúa con intencionalidad de manera dolosa, es decir, se institucionaliza y validan “normas o leyes” como las del dedazo, amiguismo o compadrazgo, es decir, el influyentismo. Por lo tanto, no es de extrañar que muchos de estos trabajadores no cuentan con mecanismos de defensa ni reales (defensa de sus derechos humanos, laborales, económicos y sociales) ni virtuales (psicológicos y comunicacionales —salvo raras excepciones) y aunque se nieguen a formar parte de la burocracia anquilosada y deficiente, es tan fuerte la “Ley” que impera en estos sitios que, hacen acopio del humor característico del mexicano y en tono de broma ironizan sobre su situación diciendo: que en lugar de estar trabajando están “en el fingimiento del deber”, o “ellos hacen como que me pagan y yo hago como que trabajo”. Pero, ¿qué hacer cuando mucho del personal es consciente de que el sistema que les rige es la causa, circunstancia y consecuencia del perjuicio que afecta a la organización de manera pandémica?: El cambio consciente de actitud.

Para ello, se requiere de una hibernación y maduración de las ideas para poder hacer frente a tan gran entorpecimiento mental (mejor dicho: lavado de cerebro), que más pareciera alineación y enajenación. Es aquí cuando después de la inactividad o estancamiento, en vez de lamentarse por el “tiempo perdido”, se recobra el entusiasmo y se empiezan a agilizar las ideas y mecanismos de acción para emprender la contra respuesta: creando estrategias con varios planes de operación para tomar las diferentes disyuntivas y abandonar el papel pasivo que otrora tenía. Esto sólo es posible cuando se ha pasado por una especie de “depuración” (¿o valdría decir catarsis?) del individuo, al desaprender lo aprendido, es decir, su desmotivación y baja autoestima a fuerza de maltrato psicológico, tal como la conducta de respuesta condicionada del experimento de Pavlov pero en sentido inverso, sólo que en este caso, cuando el hartazgo por dicha injusticia o maltrato psicológico y laboral es sublimado y se rescata lo mejor de este estancamiento: ya que se conocen los vicios y fallos del sistema a fuerza de vivirlos en la cotidianidad (es decir, retomando la ola de la realidad de Bucay, se puede “surfear” mejor el oleaje en cualquier tiempo y circunstancia).

Esta es la famosa resilencia (—sacar lo mejor de lo peor—) de la que los psicólogos postmodernos nos hablan y que puede servir de ejemplo para resumir diciendo que, no toda inercia es una pérdida de tiempo o una apatía desinteresada en el medio en que uno vive sino que, así como el invierno mantiene cubierta de nieve la tierra en cuyas entrañas se encierra la promesa de una semilla que retoñará en primavera, así la gente, de manera aparentemente inmóvil espera su turno para potenciar su crecimiento y la verdadera esencia de su ser.

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