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Educar la mente sin educar el corazón no es educación en lo absoluto


Enviado por   •  6 de Mayo de 2014  •  Ensayos  •  1.867 Palabras (8 Páginas)  •  545 Visitas

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Instituto de Educación Superior N° 6024 República de Colombia

ENSAYO

Valorar la Afectividad

Catalán, Luis Carlos

Educación Sexual Integral

4to Año P.E.P

Profesora: Mariana Zoloaga

Rosario de la Frontera, 20 de noviembre de 2013

Introducción

Educar la mente sin educar el corazón no es educación en lo absoluto. (Aristóteles).

Esta frase, tan simple, así como podemos ver, nos invita a pensar y reflexionar lo importante que resulta valorar la afectividad. Es sabido que la afectividad es una necesidad de los seres humanos que permite establecer lazos con otras personas. De hecho, una afectividad positiva garantiza estabilidad emocional y seguridad tanto en uno mismo como en los demás. Y para que un niño la desarrolle es determinante la actitud de los docentes, los cuales, deben mostrar una buena determinación para colaborar en la educación afectiva de sus alumnos.

Anteriormente se hizo mención a un elemento fundamental de este proceso, la “actitud”. La actitud tomándola desde un punto psico – biológico, es la predisposición que tienen las personas para actuar de una manera estipulada ante cualquier experiencia, y la forma en que se afronta y valora. Ésta va variando continuamente a lo largo de la vida. Los factores que modifican las actitudes son: la información que recibimos del entorno a través de interacciones verbales y no verbales, los pensamientos, los sentimientos, los comportamientos y sus consecuencias.

De esta manera podemos señalar que para educar, desarrollar, estimular y valorar la afectividad, los docentes debemos potenciar y desarrollar actitudes positivas a la hora de llevar a cabo el proceso de enseñanza – aprendizaje.

Desarrollo

Niñas y niños juegan a ser novios, se enamoran, tienen amigas, amigos y viven una vida de relaciones con sus pares, en las que se involucran de distintas maneras. ¿Qué hacemos en la escuela con las emociones? ¿Con las de los chicos y las chicas y con las propias? ¿Creemos posible incluirlas y trabajarlas? ¿Se puede aprender y enseñar sobre cuestiones vinculadas a afectos y sentimientos? ¿Damos por sentado que se trata de cuestiones que se aprenden espontáneamente, con la madurez que va brindando la experiencia? ¿O creemos que es posible desarrollar capacidades emocionales como la empatía, la solidaridad y la expresión de los sentimientos en el marco del respeto por los demás?

Durante el paso por la escuela, los niños se manifiestan de diferentes maneras ante las situaciones que se viven diariamente. Sean buenas o malas, al final de cada situación ellos van incorporando elementos que luego definirán su personalidad. Personalmente pienso que es necesario actuar siempre en base a las emociones propias y ajenas. Antes no se tenía mucho en cuenta al otro, siempre el docente fue el protagonista en el proceso enseñanza – aprendizaje, y hoy es distinto, el que ocupa ahora el primer lugar es el alumno, pero eso no quiere decir que los docentes sean menos importantes. De hecho, al reflexionar esta nueva postura, podemos decir que ésta, es una de las causas de por qué los docentes han perdido la imagen que se tenía de ellos hace unas pocas décadas; pero esto es otro tema y no sería propicio retomarlo ahora.

Gracias a las nuevas corrientes del conocimiento, hoy es posible descubrir y desarrollar capacidades y aptitudes emocionales en los niños. Entonces, el deber de los maestros, consiste en trabajar para sacar el máximo provecho de ellas.

¿Para qué enseñamos?

Fundamentos generales

Los besos, las caricias, las palabras amorosas denotan un vínculo afectivo cercano. Muchas veces, los chicos y las chicas toman iniciativas y producen impulsivamente acercamientos físicos sin tener en cuenta los sentimientos de sus pares. A veces, estas actitudes pueden provocar rechazo en quien las recibe. Reflexionar sobre este tipo de situaciones, considerándolas malentendidos, puede permitir un trato más respetuoso de los demás y de uno/a mismo/a.

La escuela es un ámbito propicio para aprender límites entre el propio cuerpo y el de los demás y reflexionar sobre la importancia tanto de poder expresar lo que se siente y desea, como de respetar los deseos de otras y de otros. No se trata de alertarse ante todos los acercamientos físicos (besos, caricias, abrazos), sino en la medida en que estos se constituyen en una imposición de unos o unas sobre otras u otros. Específicamente, podemos promover la generación de acuerdos sobre formas respetuosas y cariñosas de demostrar amor entre pares, límites que pueden ponerse cuando no se comparten los sentimientos, o cuando no se desea un acercamiento físico. Plantearemos la conveniencia de que estos límites se expresen en palabras.

Como todos sabemos, la escuela reúne a diversos grupos de niños y niñas y a muchos y muchas docentes: esta situación hace necesaria la especial atención a las relaciones que entre todos se generan. El desarrollo de vínculos de afecto, de confianza y de respeto requiere plantear espacios específicos para pensar en el otro; requiere “hacer” un lugar para los otros, para todos los otros. Esta es una situación que de algún modo se presenta como un telón de fondo en el escenario de la escuela: todo el tiempo estamos construyendo vínculos; es algo permanente que nos atraviesa a todos y todas, desde el saludo inicial hasta la despedida…

Por otro lado, para dedicarse a aprender, se requiere un clima propicio: que todos y todas puedan expresarse, que la palabra circule en el grupo y la escucha sea atenta y respetuosa. Es así como se logran aprendizajes con otros. En esta construcción de un espacio común, con reglas armadas grupalmente, no podemos pasar por alto ni ignorar las situaciones o los conflictos interpersonales o grupales. Es necesario estar permanentemente atentos, con la mirada puesta en lo que sucede; detenerse

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