El Laberinto De La Soledad Ensayo
Alex_9021028 de Agosto de 2013
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El Laberinto de la identidad
Héctor Díaz-Polanco
Una de las orientaciones básicas de este libro es que la diversidad implica la tolerancia, y una no puede darse como plenitud humana sin la otra. El problema es que, aparte de las posiciones y prácticas que son una negación brutal de cualquier identidad, a menudo la intolerancia se viste de “tolerancia” o de una tolerancia que sólo funciona si el Otro renuncia a su particularidad que hoy inunda el mundo en trance de globalización, frente a formas diversas como, por ejemplo, el ámbito sociocultural islámico y de los pueblos indígenas.
Frente a ello, hay que rememorar las lecciones de auténtica diversidad tolerante, que marcan situaciones-metas a las que debemos volver una y otra vez, pues son prueba efectiva de que la convivencia respetuosa de creencias y modos de vida es socialmente posible. Un ejemplo que puedo dar es el templo de Santa María Blanca de Tolero, que funcionaba los jueves como sinagoga, los viernes como mezquita y los domingos como iglesia católica.
Creo que a partir de lo que para mí es un “tic liberal”, creo que la igualdad es precisamente lo que debe ser reivindicado frente a la diferencia. Así que no creo que sobre insistir en el enorme error que no se ve lo que hay de reivindicación de la igualdad precisamente en la defensa de la diferencia o la diversidad.
Esto es equivalente a decir que no hay contradicción alguna en defender ambas y , más aún, sostener que casi siempre la condición para que tal igualdad se pueda realizar es que la diversidad sea reconocida como un tipo de riqueza y no como instrumento u ocasión para el estigma de uso y la exaltación de otros.
Para mí después de haber mencionado que la diversidad podría considerarse una riqueza, es aquella que respeta la igualdad humana esencial. Creo que la verdadera riqueza humana estriba en nuestra semejanza fundamental y no en aquello que nos hace superficialmente distintos.
La riqueza es lo que tenemos en común más allá de culturas u otra cosa, aunque el listado de lo compartido se resuelva en los lugares comunes relativos a la posesión digamos de un lenguaje, alguna capacidad de simbolización u otros rasgos por el estilo. Nada que valga la pena se dice de esos rasgos si no se advierte la variedad de sus manifestaciones.
El problema creo yo que radica en otra parte digamos que recae en quien define esa semejanza y qué conclusiones nos propone como algo básico de lo humano esencial; y como esas conclusiones han significado casi siempre gato por liebre, afirmando una forma particular de ver lo humano, como si fuese lo humano universal; y cómo, finalmente, esta supuesta universalidad arrasa preconcepciones fundadas en una visión del mundo, construida desde la particularidad amada, y una voluntad de poder que inmediatamente coloca en posiciones subordinadas a quienes no suscriben la idea de lo humano supuestamente puesta por encima de las culturas.
También creo que no se deben olvidar las formas y modos e que se manifiesta nuestra humanidad, siempre y cuando dejemos en claro que no debemos anteponer a la humanidad misma que compartimos.
Tal vez pueda darse el caso que pensemos en admitir que es válido que se intente comprender lo humano desde el punto de vista de una franja de la gran diversidad de puntos de vista que constituye el universo humano; pero es al menos soberbio suponer que esa es la humanidad a partir de la cuál debe medirse cualquier manifestación cultural.
Otro aspecto o concepto importante para mí, es la razón ya que ésta no escucha ni responde a alguna cultura. Para mí esta razón ha sido objeto de una singular idolatría, sacrificando en su nombre la diversidad de lo humano. Por eso cito esa famosa frase que dice “La peor intolerancia es la de eso que llamamos razón”.
Me gustaría colocarme en la idea de que no hay motivo o fundamento para
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