El Valor De Educar
kristtakremer26 de Enero de 2013
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El valor de educar: Fernando Savater.
Ensayo
Lic. Pedagogía, Primer Semestre
Capitulo 1
El aprendizaje humano
En alguna parte dice Graham Greene que “Ser humano también es un deber”, refiriéndose a los atributos como la compasión por el prójimo, la solidaridad o la benevolencia hacia los demás suelen considerarse rasgos propios de las personas “muy humanas”.
Desde luego, en la cita de Greene y en el uso común valorativo de la palabra se emplea “humano” como una especie de idea y no sencillamente como la denominación específica de una clase de idea.
Nuestra humanidad biológica necesita una confirmación posterior, algo así como un segundo nacimiento en el que por medio de nuestro esfuerzo y de la relación con otros humanos se confirme definitivamente el primero. Hay que ser humano, pero solo llegamos a serlo plenamente a serlo cuando los demás nos contagian su humanidad a propósito con nuestra complicidad. Llegar a ser humano del todo es siempre un arte. A este proceso peculiar los antropólogos lo llaman neotenia, esto quiere decir que los humanos nacemos aparentemente demasiado pronto, y al mismo tiempo, permanece hasta el final de sus días inmaduros, tanteantes y falibles.
A esta neotenia, los pedagogos la llaman educabilidad, y también implican una trama de relaciones necesarias con otros humanos. La posibilidad de ser humano solo se realiza efectivamente por medio de los demás, de los semejantes es decir de aquellos a los que el niño hará enseguida todo lo posible por parecerse. Lo específico de la sociedad humana es que los miembros no se convierten en modelos para los más jóvenes de modo accidental, sino de forma intencional y conspicua. De hecho por medio de los estímulos de placer o dolor, prácticamente todo en la sociedad humana tiene una intención decididamente pedagógica. Otra característica que al parecer solo se da entre los humanos es la ignorancia, ya que los humanos no solo saben lo que saben, sino que también perciben y persiguen corregir la ignorancia de los que aun no saben o de quienes creen saber erróneamente algo. La enseñanza voluntaria y decidida no se origina en la constatación de conocimientos compartidos en la evidencia de que hay semejantes que aun no lo comparten.
Enseñar es siempre al que no sabe y quien no indaga, constata y deplora la ignorancia ajena no puede ser maestro por mucho que sepa: tan crucial en la dialéctica del aprendizaje es lo que saben los que enseñan como lo que aun no saben los que deben aprender.
El proceso educativo puede ser informal (mediante los padres o cualquier adulto dispuesto a dar lecciones) o formal, es decir efectuado por una persona o grupo de personas socialmente designadas para ello. Algo vital para poder enseñar es la vivencia. Los grupos con mayor índice de supervivencia siempre han debido ser los más capaces de educar y preparar bien a sus miembros jóvenes, mas afectuosas y comunicativas, y probablemente ha sido la necesidad de educar la causante de lazos sociales que van más allá del núcleo procreador.
Puede afirmarse verosímilmente que no es tanto la sociedad quien ha inventado la educación sino el afán de educar y de hacer convivir armónicamente maestros con discípulos durante el mayor tiempo posible, lo que ha creado finalmente la sociedad humana, y el amor posibilita y sin duda potencia el aprendizaje pero no puede sustituirlo.
Antes de ser educado no hay en el niño ninguna personalidad propia que la enseñanza avasalle sino solo una serie de disposiciones genéricas fruto del azar biológico y solo a través del aprendizaje se fraguará su identidad personal irrepetible.
El hombre llega a serlo a través del aprendizaje. Pero ese aprendizaje humanizador tiene un rasgo distintivo que es lo que más cuenta en el. Si el hombre fuese solo un animal que aprende, podría bastarle aprender de su propia experiencia y del trato con las cosas. Porque lo propio del hombre no es tanto el mero aprender como el mero aprender de otros hombres, ser enseñado por ellos.
A veces el entusiasmo por la cultura como acumulación de saberes tiende a pasar por alto lo siguiente afirmado por Michael Carrithers: “Sostengo que los individuos interrelacionándose y el carácter interactivo de la vida social son ligeramente más importantes, mas verdaderos, que esos objetos que denominamos cultura. Según la teoría cultural, las personas hacen cosas en razón de su cultura; según la teoría de la sociabilidad, las personas hacen cosas con, para y en relación con los demás utilizando medios que podemos describir, si lo deseamos, como culturales.” El destino de cada humano no es la cultura, ni siquiera estrictamente la sociedad en cuanto institución, si no los semejantes.
El hecho de enseñar a nuestros semejantes y de aprender de nuestros semejantes es más importante para el establecimiento de nuestra humanidad que cualquiera de los conocimientos concretos que así se perpetúan o transmiten.
La verdadera educación no solo consiste en enseñar a pensar, sino también en aprender a pensar sobre lo que se piensa y este momento reflexivo exige constatar nuestra pertenencia a una comunidad de criaturas pensantes. Todo puede ser privado e inefable menos aquello que nos hace partícipes de un universo simbólico y a lo que llamamos “humanidad”
La principal asignatura que se enseñan los hombres unos a otros es en qué consiste ser hombre, y esa materia, por muchas que sean sus restantes diferencias, la conocen mejor los humanos mismos que los seres sobrenaturales o los habitantes hipotéticos de las estrellas. Cualquier pedagogía que proviniese de una fuente distinta nos privaría de la lección esencial, la de ver la vida y las cosas con ojos humanos.
CAPITULO 2
Los contenidos de la enseñanza
Lo primero que la educación transmite a cada uno de los seres pensantes es que no somos únicos, que nuestra condición implica el intercambio significativo con otros parientes simbólicos que confirman y posibilitan nuestra condición. Lo segundo es que no somos iniciadores de nuestro linaje, que aparecemos en un mundo donde ya está vigente la huella humana de mil modos y existe una tradición de técnicos, mitos y ritos de la que vamos a formar parte en la que vamos a formarnos.
En el medio social sus capacidades y aptitudes biológicas cuajaran en humanidad efectiva, que solo puede venirnos de los semejantes; pero también aprenderá que esos semejantes no están todos de hecho presentes, que muchos ya murieron y que sin embargo sus descubrimientos o sus luchas siguen contando para él como lecciones vitales, lo mismo que otros aun no han nacido aunque ya le corresponde a él tenerlos en cuenta para mantener o renovar el orden de las cosas.
El tiempo es nuestro invento más característico, más determinante y también el más intimidatorio. La panorámica temporal es el contrapeso de nuestra conciencia de la muerte inexorable, que nos aísla aterradoramente entre todos los seres vivos. Nosotros a través del tiempo ampliamos los márgenes de una existencia que conocemos efímera y precedemos nuestro presente de mitos que lo hipotecan o enfatizan y de un más allá que nos consuela.
La enseñanza está ligada intrínsecamente al tiempo, como transfusión deliberada y socialmente necesaria de una memoria colectivamente elaborada, de una imaginación creadora compartida. No hay aprendizaje que no implique conciencia temporal y que no corresponda directa o indirectamente a ella, aunque los perfiles culturales de esa conciencia sean enormemente variados.
Por lo común los adultos y los viejos poseen este requisito frente a los muy pequeños, sobre todo en las sociedades más apoyadas en la memoria oral que en la escritura, pero la sabiduría tiene su propia forma de temporalidad y la experiencia crea un pasado de descubrimientos que siempre podemos transmitir a quien no lo comparte, aunque sea alguien en la cronología biológica anterior a nosotros. De aquí que todos los hombres seamos capaces de enseñar algo a nuestros semejantes.
Siendo así las cosas y el mutuo aprendizaje algo generalizado y obligatorio en toda comunidad humana, parecería a primera viste innecesario que se instituya la enseñanza como dedicación profesional de unos cuantos. En efecto, gran parte de los grupos humanos primitivos carecieron de instituciones educativas específicas: los más experimentados enseñaban a los inexpertos, sin constituir para ello un gremio de especialistas en la docencia. Y todavía muchas enseñanzas se transmiten así en nuestros días, aun en las sociedades más desarrolladas: por ejemplo en el seno de la familia, de pares a hijos, justo como aprendemos el lenguaje.
En líneas generales la educación, orientada a la formación del alma y el cultivo respetuoso de los valores morales y patrióticos, siempre ha sido considerada de más alto rango que la instrucción, que da a conocer destrezas técnicas o teorías científicas. A partir de entonces se empieza a considerar que los conocimientos que brinda la instrucción son imprescindibles para fundar una educación igualitaria y tolerante, capaz de progresar críticamente más allá de los tópicos edificantes aportados por la tradición religiosa o localista.
Dejemos de lado por el momento la dicotomía falsa entre educación e instrucción. Puede haber otras intelectualmente más sugestivas, como son las capacidades abiertas y cerradas.
Las capacidades cerradas son estrictamente funcionales, como andar, vestirse o lavarse; lo característico de estas habilidades sumamente habilidades sumamente útiles y en muchos casos imprescindibles
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