El colegio como tecnologia de epoca

SIBILIA, P. Redes o paredes, Cap1: El colegio como una tecnología de época.

El colegio como tecnología de época

La escuela está en crisis y para descubrir sus causas iremos a su genealogía. Se la puede ver como una tecnología, un dispositivo, una herramienta o un intrincado artefacto destinado a producir algo. Se vuelve incompatible con los cuerpos y subjetividades de los chicos del siglo XXI.

La brecha esta marcada sobre todo en la primera década del nuevo milenio. Entre los cuerpos y subjetividades de la actualidad, por un lado, y un nuevo tipo de maquinaria: la tecnología de los aparatos móviles de comunicación e información. Estos últimos ensancharon la fisura ya abierta por la televisión hace más de medio siglo. Hay, al día de hoy, diversas tentativas de funcionar el mundo escolar del mediático.

También estas justificativas comprenden factores económicos y políticos, además de importantes cambios sociales, culturales y morales, que fueron desencadenándose en las últimas décadas con una brusca aceleración en los años más recientes.

Se inició probablemente en los años 60 la germinación de esos procesos pero ahora sus frutos cristalizan con un triunfalismo que no deja lugar a dudas. Por un lado, entonces, tenemos a la escuela con todo su clasismo a cuestas; por otro, la presencia cada vez más incontestable de esos “modos de ser” típicamente contemporáneos.

Al fin y al cabo, estamos aludiendo a una transición entre ciertos modos de ser y estar en el mundo -que, sin duda, eran más compatibles con el colegio tradicional y con las diversas tecnologías adscriptas al linaje escolar- y estas nuevas subjetividades que florecen actualmente y que manifiestan su flagrante disconformidad con dichas herramientas mientras se ensamblan alegremente con otros artefactos.

Queda claro que la escuela es una tecnología de época que no siempre existió. Fue inventado en el seno de una cultura bien definida. Fue ideada con el fin de responder a un conjunto de demandas específicas del proyecto histórico que la diseñó y se ocupó de ponerla en práctica: la modernidad. Philippe Ariès cuenta que al principio de los tiempos modernos se convirtieron en un medio de aislar cada vez más a los niños durante un período de formación tanto moral como intelectual, de adiestrarlos gracias a una disciplina más autoritaria y separarlos de la sociedad de los adultos. Esa evolución del siglo XV a XVIII no se dio sin resistencias.

Entre las exigencias históricas a las cuales buscaba responder la creación de esa curiosa entidad figuraban los desmesurados compromisos de la sociedad moderna, que se pensó a sí misma al menos como igualitaria, fraterna y democrática. Y por consiguiente, asumió la responsabilidad de educar a todos sus ciudadanos para que estuviera a la altura del proyecto, desplegando los potentes recursos de cada estado nacional. Hacía falta alfabetizar a cada uno de los habitantes de la nación en el uso correcto del idioma patrio, mediante la lectura y la escritura. Además, había que instruirlos para que supieran hacer cálculos. En suma, un conjunto de aprendizajes útiles y prácticos que fueron desplazando a una multitud de dogmas y mitos sin aval científico o cuya inutilidad se tornó flagrante; es decir, todo aquello que ya no servía para nada tras haber perdido el substrato cultural que antes le diera sentido. Así también era necesario educarlos en la “moral laica” enarbolada por la burguesía triunfante: un menú inédito de valores y normas que se impuso junto con ese inmenso proyecto político, económico y sociocultural.

Kant deja sentado en 1803 que el objetivo prioritario de la educación sería la disciplina, que “convierte la animalidad en humanidad”. La escuela es entonces para crear buenos ciudadanos. Luego de esa primer meta era necesario que los hombres desarrollaran otras habilidades (leer, escribir…). Esa tarea solo podría consumarse a partir del trabajo civilizador previamente realizado sobre la naturaleza cruda de los alumnos, la

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