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El deporte: una experiencia integral e integradora


Enviado por   •  23 de Junio de 2019  •  Ensayos  •  2.290 Palabras (10 Páginas)  •  55 Visitas

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El deporte: una experiencia integral e integradora  

La práctica deportiva se puede definir como una vivencia, pero también como una experiencia. Mientras uno ejerce su modalidad deportiva, tiene vivencias interiores, pero también goza de experiencias. La vivencia es lo que acaece en el interior de la persona; mientras que la experiencia se refiere a la relación que se establece con lo que está fuera del ser humano. El deportista, a lo largo de su ejercicio, siente sensaciones distintas, tiene pensa- mientos de índole muy variada, siente una gama muy plural de emociones. Siente frío, calor; tiene pensamientos positivos, también pensamientos negativos; experimenta emociones como la euforia, la alegría, el entusiasmo, pero también la decepción, la pena, la desesperación. La práctica deportiva es una fuente de vivencias.

La experiencia, a diferencia de la vivencia, tiene que ver con la relación, con la interacción. Exige siempre la alteridad. El deporte, incluso el que se desarrolla solitariamente, no es una actividad solipsista o autorreferencial, que el deportista desarrolla encerrado en su mundo interior, encajonado en su conciencia. Es, por el contrario, apertura, conexión, relación, vinculación con otros seres humanos, con elementos naturales, con objetos técnicos. La experiencia es un concepto que indica, siempre, esta salida hacia lo otro, esta apertura hacia lo desconocido. La experiencia vivida deja rastro en la memoria y esta memoria es clave para emprender nuevas actividades en el futuro.

El deporte, cuando se vive auténticamente, es una experiencia integral e integradora. Integral porque afecta al conjunto del ser humano, a todas sus dimensiones, a todas las capas de su ser, las pone en relación; integradora porque permite entrar en relación con elementos distintos del cuerpo social, cohesionar orgánicamente individuos que están aislados. Sobre la base de unas reglas compartidas y reconocidas por todos, una pléyade de individuos se ponen a hacer algo juntos, aunque cada uno desarrollará un rol distinto en este conjunto. En este sentido, es una experiencia integradora, porque permite unir realidades individuales distintas desde muchos puntos de vista, pero sin disolver su singularidad. El deporte no yuxtapone a los individuos; los integra y los relaciona. Es el pretexto que permite que fluya la comunicación entre esos individuos, porque entre ellos existe algo en común, un reto compartido. Desde este punto de vista, la práctica deportiva, especialmente en las grandes urbes y en las sociedades muy fragmentadas y atomizadas, desempeña una función cohesionadora decisiva. Personas de distinta edad, de distinto género, de distinta etnia, de distinto nivel adquisitivo, cultural y social se ponen a correr juntos con un objetivo: llegar a la línea de meta. Este evento crea, provisionalmente, una unidad orgánica, una red de significado con un horizonte común, y pone en comunicación a estos ciudadanos anónimos.

Habitar el propio cuerpo  

A través de la práctica deportiva, el deportista se siente especialmente vinculado a su cuerpo. Este deja de ser algo extraño, ajeno, separado de su vida, para ocupar un lugar central. Lo descubre como un don, como una realidad que le permite moverse, saltar, pedalear, remar, correr, desarrollar un sinfín de destrezas. Es conocedor, a la vez, de sus límites, de sus insuficiencias y de sus necesidades. En este sentido, el deporte es una actividad que hace más lúcido al ser humano, le permite habitar su propio cuerpo, experimentarlo como un bien, reconocerlo y cuidarlo como algo valioso por sí mismo, pero, a la vez, frágil y vulnerable. Una cosa es tener un cuerpo; otra cosa es habitarlo. Uno lo habita cuando toma conciencia de él y se siente estrechamente afectado por su bienestar o malestar. La práctica deportiva, como la experiencia de la enfermedad, pone en jaque al dualismo antropológico. Cuando uno sufre una patología o está luchando para superar una marca, se da cuenta de que su ser forma una unidad total con su cuerpo, de que este no es un elemento accidental a la identidad personal, sino uno de sus elementos configuradores. Aunque intente abstraerse y meditar al margen de lo que sufre el cuerpo,

el caso es que no puede, porque aquel punctum dolens centra su atención y afecta su estado emocional. Contra el dualismo, resulta esencial reconocer que el ser humano es una unidad orgánica, articulada por distintas dimensiones, pero una uni- dad corporal y espiritual.

Placer y dolor. Deporte y ascética  

Practicar deporte implica sentir placer y dolor al mismo tiempo. Parece una incongruencia, pero lleva implícitas ambas sensaciones. ¿Cómo se explica eso? Por un lado, el ejercicio físico provoca que el cuerpo segregue una serie de sustancias que hacen que se tenga una sensación placentera al haber terminado. Por otra parte, el hecho de hacer trabajar al corazón propicia una mayor llegada de oxígeno a los músculos y a los pulmones, lo cual genera un bienestar físico. Sin em- bargo, durante el entrenamiento hay inevitablemente sufrimiento y dolor. Cuanto más duro sea el entrenamiento y mayor sea el dolor que hay que sopor- tar, más se ampliará nuestra zona de confort, nuestra tolerancia al dolor y nuestra capacidad de sufrimiento. Habituarse a este dolor y sufrimiento forma parte de la vida de un deportista y su carrera dependerá, en gran medida, de la manera como lo gestione. El deporte va unido también irremediablemente a llevar una vida ascética. El deportista trata de sacar el máximo rendimiento a su cuerpo y ello requiere una entrega total para lograrlo. Su vida debe ser muy básica y esencial, tratando, de este modo, de cuidarse lo más posible y de ahorrar energía que luego necesitará en sus

entrenamientos. La práctica deportiva reporta todo tipo de sensaciones, agradables y desagradables, placenteras y dolorosas, también vivencias cumbre, para decirlo con la expresión de Abraham Maslow, que van del éxtasis a la desesperación.

Friedrich Nietzsche afirmaba que lo que subleva al ser humano no es el dolor,

sino su falta de sentido. Cuando uno sufre para conseguir una meta, para superar un registro, para obtener una victoria, aunque no logre su propósito, no interpreta su sufrimiento como estéril, porque tiende a un para qué. Lo que realmente hunde psicológica, emocional y espiritualmente a la persona es el sufrimiento gratuito y estéril que emerge sin sentido y desaparece sin sentido.

La estimulación de las facultades mentales

La actividad deportiva activa lo que los filósofos clásicos denominaban las facul- tades del alma, esto es, la memoria, la imaginación, el intelecto y, tal como hemos descrito, la voluntad. El deportista planifica, anticipa futuros. Este ejercicio de preparación, de anticipación de riesgos, de programación estratégica es una forma de actividad mental. Cuanto mejor programe uno, más controlado estará el margen de incertidumbre.

El desarrollo mental empieza, pues, mucho antes del momento en el cual uno empieza a moverse. Dependiendo del deporte que se practique, se necesita una menor o mayor coordinación y velocidad de movimientos, lo cual requiere atención y concentración. Posteriormente llega el momento de la estrategia, de la elec- ción y de la decisión, es decir, uno se encuentra ante el momento de saber qué movimiento realizar, cómo hacerlo y cuándo llevarlo a cabo. De ello dependerá el rendimiento y el resultado final. Finalmente, llega el momento de la observación y de la reflexión. Una vez obtenido el resultado, uno comprueba que podría haberlo hecho mejor y que necesita mejorar. Para ello reflexiona y piensa en la manera de hacerlo. Todo este proceso conlleva un continuo de la mente, que es la que da las órdenes al resto del cuerpo para que las ejecute. Es por ello que el deporte es un gran estimulador de las facultades mentales. Cuanto mejores resultados uno quiera obtener, más concentración tendrá que tener y más deberá desarrollar su penetración intelectual.

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