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Ensayo De Maquiavelo


Enviado por   •  21 de Octubre de 2014  •  2.230 Palabras (9 Páginas)  •  162 Visitas

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DIALOGO VIGECIMOQUINTO

Maquiavelo.- Reinaré diez años en estas condiciones, sin modificar ni un ápice mi legislación; solo a este precio se logra el éxito definitivo. Durante este intervalo, nada, absolutamente nada, deberá hacerme variar; la tapa de la caldera será de hierro y plomo; es durante este lapso cuando se elabora el fenómeno de destrucción del espíritu de rebeldía. Creéis quizá que la gente es desdichada que se lamentará. ¡Ah!, si así fuese, y no tendría perdón; sin embargo, cuando los resortes de la violencia estén tensos al máximo, cuando agobie con la carga más terrible el pecho de mi pueblo, entonces se dirá: No tenemos más que lo que merecemos, sufrámoslo.

Montesquieu- Ciego estáis si tomáis esto por una apología de vuestro reinado; si no comprendéis que lo que estas palabras expresan es una intensa nostalgia del pasado. Una frase estoica que os anuncia el día del castigo.

Maquiavelo.- Me angustiáis. Ha llegado la hora de distender los resortes, voy a devolver las libertades.

Montesquieu- Mil veces preferibles son los excesos de vuestra opresión; vuestro pueblo os responderá: quedaos con lo que nos habéis quitado.

Maquiavelo.- ¡Ah!, cómo reconozco en vuestras palabras el implacable odio de los partidos. No conceder nada a sus adversarios políticos, nada, ni siquiera las buenas obras.

Montesquieu- No, Maquiavelo, de vos, ¡nada! L víctima inmolada no acepta favores de su verdugo.

Maquiavelo.- ¡Ah!, qué fácil me sería adivinar el pensamiento secreto de mis enemigos. Se forjan ilusiones, confían que la fuerza de expansión que reprimo, tarde o temprano me lanzará al vacío. ¡Insensatos! Solo al final sabrán quién soy. ¿Qué es lo que se requiere en política para prevenir cualquier peligro dentro de la mayor represión posible? Una apertura imperceptible. La tendrán.

No restituiré por cierto, libertades considerables; ved, no obstante, hasta qué punto el absolutismo habrá penetrado en las costumbres. Puedo apostar al primer rumor de esas libertades, se alzarán a mi alrededor gritos de espanto. Mis ministros, mis consejeros exclamarán que he abandonado el timón, que todo está perdido. Me suplicarán, en nombre de la salvación del Estado, en nombre de mi país, que no haga nada; el pueblo dirá: ¿en qué piensa? Su genio decae; los indiferentes dirán: está acabado; los rencorosos dirán: está muerto.

Montesquieu- Y todos tendrán razón, pues un publicista moderno (Benjamín Constant.(Nota del Editor.) ha dicho una gran verdad: “Se quiere arrebatar a los hombres sus derechos? No debe hacerse nada a medias. Lo que se les deja les sirve para reconquistar lo que se les quita. La mano que queda libre desata las cadenas de la otra”.

Maquiavelo.- Muy bien pensado; muy cierto; ya sé que es mucho lo que arriesgo. Bien veis que se me trata injustamente, que amo la libertad mucho más de lo que se dice. Me preguntabais hace un momento si era capaz de abnegación, si estaría dispuesto a sacrificarme por mis pueblos, de descender del trono si fuese preciso; ahora os doy mi respuesta: puedo descender del trono, sí, por el martirio.

Montesquieu- ¡Qué enternecido estáis! ¿Qué libertades restituís?

Maquiavelo.- Permito a mi Cámara legislativa que todos los años, el primer día del año, me testimonie, en mi discurso, la expresión de sus más caros deseos.

Montesquieu- Mas si la inmensa mayoría de la Cámara os es adicta, ¿qué podéis recoger sino agradecimientos y testimonios de amor y admiración?

Maquiavelo.- Claro que sí. ¿No son acaso naturales esos testimonios?

Montesquieu- ¿Son estas las libertades?

Maquiavelo.- Por mucho que digáis, esta primera concesión es considerable. Sin embargo, no me limitaré a ello. Hoy en día se observa en Europa cierto movimiento espiritual contra la centralización, no entre las masas sino en las clases esclarecidas. Descentralizaré el poder, es decir, otorgaré a mis gobernadores provinciales el derecho de zanjar pequeñas cuestiones locales anteriormente sometidas a la aprobación de mis ministros.

Montesquieu- Si el elemento municipal no entra para nada en esta reforma, no hacéis más que volver más insoportable la tiranía.

Maquiavelo.- La misma precipitación fatal de quienes reclaman reformas: en el camino hacia la libertad es preciso avanzar con prudencia. Sin embargo, no me limito a eso: otorgo libertades comerciales.

Montesquieu- Ya habéis hablado de ellas.

Maquiavelo.- Es que el problema industrial me preocupa siempre: no quiero que se diga que mi legislación, por un exceso de desconfianza hacia el pueblo, llega a impedirle que provea por sí mismo a su subsistencia. Por esta razón hago presentar ante las Cámaras leyes que tienen por objeto derogar en partes las disposiciones prohibitivas del derecho de asociación. Por otra parte, la tolerancia de mi gobierno tornaba tal medida perfectamente inútil, y como, en resumidas cuentas, no hay que deponer las armas, nada cambiará en esta ley, salvo la fórmula de la redacción. Hoy en día, en las Cámaras, hay diputados que se presten de buena gana a estas inocentes estratagemas.

Montesquieu- ¿Y eso es todo?

Maquiavelo.- Sí, porque es mucho, quizá demasiado; sin embargo, creo poder tranquilizarme; mi ejército es entusiasta, mi magistratura fiel, y mi legislación penal funciona con la regularidad y la precisión de esos mecanismos omnipotentes y terribles que ha inventado la ciencia moderna.

Montesquieu- ¿Así que no modificáis las leyes de prensa?

Maquiavelo.- No podéis pedir semejante cosa.

Montesquieu- ¿Ni la legislación municipal?

Maquiavelo.- ¿Es posible acaso?

Montesquieu- ¿Ni vuestro sistema de protectorado del sufragio?

Maquiavelo.- No.

Montesquieu- Ni la organización del Senado, ni la del cuerpo legislativo, ni vuestro sistema interior, ni vuestro sistema exterior, ni vuestro régimen económico, ni vuestro régimen financiero.

Maquiavelo.- No modifico nada más que lo que os he dicho. Si he de hablar con propiedad, diré que salgo del período del terror para entrar en el camino de la tolerancia; puedo hacerlo sin riesgo alguno; hasta podría restituir libertades reales, porque se necesitaría estar desprovisto de todo espíritu político para no comprender que en la imaginaria que he supuesto, mi legislación habrá dado todos sus frutos. He cumplido el propósito que os había anunciado; el carácter de la nación se ha transformado; las leves facultades que

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