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Etica Medica Laica


Enviado por   •  26 de Abril de 2013  •  3.753 Palabras (16 Páginas)  •  294 Visitas

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Francesco Alberoni, los envidiosos

Editorial Gedisa, México D.F. 1991.

Deseamos lo que vemos. Ser como los demás, tener todo lo que tienen los demás. Pero esta incesante actividad deseosa encuentra inevitablemente frustraciones. No siempre logramos obtener lo que han obtenido aquellos que nos han servido de modelo. Entonces nos vemos obligados a dar un paso atrás. Este retroceso puede asumir varias formas: cólera, tristeza, renunciamiento. O bien, un rechazo del modelo con el cual nos habíamos identificado. A fin de contener el deseo, rechazamos a la persona que nos lo ha suscitado, la desvalorizamos, decimos que no tiene méritos, que no vale nada. Esta es la primera raíz de la envidia.

La otra raíz de la envidia surge de la exigencia de juzgar. A fin de saber cuánto valemos nos confrontamos con algún otro.

Si no tenemos éxito, si la confrontación nos pone en situación desventajosa, nos sentimos disminuidos, desvalorizados, vacíos. Entonces, procuramos proteger nuestro valor. Y podemos hacerlo de muchas maneras diferentes: renunciando a nuestras metas, volviéndonos indiferentes, o bien tratando de desvalorizar el modelo rebajándolo a nuestro plano. Este mecanismo de defensa, este intento de protegernos mediante la acción de desvalorización, es la envidia. Por consiguiente, la envidia es un retroceso, una retirada, una estratagema para sustraernos de la confrontación que nos humilla. DESEAR y JUZGAR son dos pilares de nuestro ser, pero también son la fuente de la envidia.

La envidia es perversidad hacia los demás cuando pensamos que la sociedad, el mundo, no son suficientemente buenos para con nosotros. Es un veneno que esparcimos y con el cual intoxicamos el ambiente. Pero también cuando somos nosotros los envidiados sentimos ese clima maléfico, de inquina. La envidia de los demás nos hiere, envenena nuestra vida.

Primero aparece la confrontación, la impresión devastadora de empobrecimiento, de impotencia, y, luego, la reacción agresiva. La envidia es, además, un "vicio", algo que la sociedad condena y que nosotros condenamos en nosotros mismos. No es solamente un sentimiento o una conducta, es también un juicio, una prohibición.

El primer movimiento del proceso envidioso es la comparación negativa, la pérdida dolorosa del propio valor. Le sigue un impulso de odio, y por último, la condena social y su internalización. Pero, ¿de qué se acusa al envidioso? De tres culpas: REBELARSE al juicio social, ponerlo en duda o negarlo es la primera culpa del envidioso. Sólo entonces aparece la segunda culpa. La AGRESIVIDAD. El envidioso desvaloriza al otro, trata de disminuirlo, de dañarlo. Violencia que resulta tanto más culpable porque está dirigida contra una persona que la sociedad aprecia, estima.

Por consiguiente, la acusación es doble: te rebelas contra el juicio de valor de la sociedad y atacas a aquel que la sociedad tiene en consideración. Se abren paso, entonces, en nosotros sentimientos nuevos: el sentimiento de CULPA por haber experimentado envidia y la vergüenza por haber sido descubiertos. Pero eso no es suficiente. En la palabra envidia hay una tercera acusación. "¿QUÉ MAL TE HIZO?", nos dicen.

No hemos sido agredidos por nadie. Vivimos la experiencia devastadora de resultar destruidos por otro, sin poder siquiera acusarlo. La frase "¿Qué te hizo?" sirve para condenarnos. No te hizo nada malo y tú lo atacas. Por lo tanto eres malvado. La envidia es, pues, un daño que has sufrido pero que nadie te ha infligido.

La envidia es un sentimiento vergonzoso. Es algo que no le decimos a nadie y que nos cuesta admitir incluso frente a nosotros mismos. Solamente estamos dispuestos a hablar de nuestra envidia en situaciones en las cuales suponemos que podremos desembarazarnos de ella.

Hablar de nuestra envidia significa hablar de nuestras esperanzas más secretas, de nuestros sueños más íntimos y de nuestros fracasos, de nuestra incapacidad, de los límites insuperables que encontramos dentro de nosotros mismos. Significa hablar de las injusticias que consideramos que hemos sufrido y que no osamos confesar porque, se trataba realmente de injusticias o de nuestra incapacidad? La envidia se lleva en el interior de nosotros mismos, allí adonde debería estar la plenitud del ser y donde en cambio descubrimos imprevistamente un vacío doliente y rencoroso. La envidia habla de las mentiras que nos decimos para consolarnos y de las que les decimos a los demás para hacer buena figura.

Con la envidia, al observar al otro, nos sentimos disminuidos y, por consiguiente, dañados. La envidia ha generado en nosotros un deseo que no hubiéramos querido tener. Sin él hubiéramos vivido en paz, contentándonos con lo que teníamos. Pero todas estas consideraciones no pueden decirse, no pueden gritarse.

La envidia nace de la prohibición de la violencia, una violencia que se manifiesta, furiosa, en el niño cuando advierte que le han dado a su hermano algo y a él no. Una violencia capilar, difusa, cotidiana, que la sociedad no puede permitirse, porque resultaría desgarrada por una cadena insaciable de venganzas. Por eso, la sociedad obliga a los individuos a hacerla desaparecer, a esconderla o a expresarla de manera deformada, desviada. Nos enseñaron que desear el mal de los demás porque tienen más que nosotros es una culpa, un pecado, un vicio.

En las sociedades guerreras la cólera envidiosa suscitada por la llegada de otro campeón se canalizaba en la institución del reto, del torneo, del duelo. El resultado era la expulsión o la muerte del recién llegado o su inserción en un punto preciso de la jerarquía social. Algo análogo ocurre en las comunidades deportivas. La competencia, la carrera, ya sea ésta un duelo, un concurso de belleza o el juicio de Dios, son formas diferentes de dirimir una incertidumbre envidiosa.

La sociedad capitalista, por ejemplo, elogia a quien tiende a elevarse, a quien intenta superar al competidor, aprecia a quienes se sienten motivados para alcanzar el éxito. La sociedad no condena la agresividad, no condena el intento de derrotar a los demás. Sino únicamente la manera en que se obtiene esa victoria. La sociedad quiere que la confrontación se realice según sus reglas, quiere la competencia, quiere que haya un vencedor y un vencido, y que se acepten las jerarquías. El envidioso está fuera de juego. Como se siente derrotado no entra en la arena, se sustrae a la humillación y trata de desvalorizar la meta o al adversario. La envidia es un rechazo de las reglas de la sociedad. Al envidiar, nos rebelamos contra sus valores, los

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