HISTORIA DE DRAGONES
rodmar197616 de Octubre de 2012
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El dragón del mar de caramelo
—Bueno, Billy —le dijo su tío—. Ya tienes edad
para empezar a ganarte la vida, así que te voy a
buscar trabajo en una oficina, y no volverás al colegio.
Billy se quedó de una pieza al oír esto. Miró por
la ventana hacia Claremont Square, donde vivía su
tío, y sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas.
Y es que, aunque su tío pensase que él era lo bastante mayor como para ganarse la vida, el niño se
consideraba lo bastante pequeño como para que le
horrorizase la idea de trabajar en una oficina, donde nunca podría ver nada interesante, ni crear
nada, ni hacer nada más que sumar números y
más números durante años y años.
—Me da igual —dijo Billy para sus adentros—,
porque pienso escaparme. Ya encontraré un trabajo que sea interesante. A lo mejor me meto a capitán pirata o a salteador de caminos.
Y a la mañana siguiente, Billy se levantó muy
temprano, antes que nadie en la casa, y se escapó.
Estuvo corriendo hasta que se quedó sin aliento, y entonces se puso a andar, y estuvo andando
hasta que se le acabó la paciencia, y entonces se
puso a correr otra vez. Y así, entre andar y correr, y
correr y andar, llegó hasta una puerta, que tenía
arriba un letrero que decía: «Agencia de colocaciones para cualquiera que necesite un empleo».
—Yo necesito uno —dijo Billy. Y entró.8 E. Nesbit
Al lado de la puerta había una ventana pintada
de verde, y en una de las hojas de la ventana había
tarjetas clavadas con chinchetas donde estaban escritos los empleos que la agencia ofrecía. Y justo en
la primera tarjeta estaba su apellido: Rey.
—Parece que he venido al lugar indicado —dijo
Billy, y leyó el resto de la tarjeta:
Se necesita rey. Imprescindible que esté familiarizado con el asunto.
«Me temo que esto no es para mí —pensó
Billy—, porque, sea cual sea el asunto a que se refiere, yo no estoy familiarizado con él».
La siguiente tarjeta decía:
Se necesita rey estable. Imprescindible rapidez,
voluntad y afición al trabajo.
—Bueno, yo tengo voluntad y soy bastante
rápido —dijo Billy—, pero no sé qué es eso de rey
estable.
Y buscó otra tarjeta:
Se necesita rey respetable que se haga cargo de todo
el Parlamento, que asista a los Consejos para la
Reforma del Ejército, para inaugurar Tómbolas de
Caridad y Escuelas de Arte, y, en general, para
que sea de utilidad.
Billy meneó la cabeza.
—Este debe de ser un trabajo muy duro.
Y miró la siguiente tarjeta:
Se necesita reina competente, que tenga sentido
de la economía y que sea buena administradora.
Competente:
Cualificado,
experimentado.—Lo que es seguro es que yo no soy una reina
—dijo Billy tristemente, y ya estaba a punto de
irse, cuando vio una tarjeta pequeña, justo en la esquinita de la ventana:
Se necesita rey que trabaje duro; no importa que
no tenga experiencia.
—Bueno, puedo probar —dijo Billy, y abrió la
puerta de la agencia y entró.
Dentro había varias mesas. En la primera, un
león, con un lápiz en la oreja, le estaba dictando a
un unicornio, que escribía afanosamente con su
cuerno. Billy se fijó en que el cuerno estaba afilado, afilado, como cuando el maestro, como un favor especial, te saca punta al lápiz con su sacapuntas.
—He oído que necesitan ustedes un rey —dijo
tímidamente.
—No, nada de eso —dijo el león, y se volvió hacia él tan deprisa que Billy se arrepintió de haber
hablado—. El puesto está cubierto, joven, y no necesitamos nada más.
Billy dio media vuelta, descorazonado, pero el
unicornio le dijo:
—Prueba en otra mesa.
Y Billy se fue a otra mesa, donde había una rana
que le miraba tristemente, pero allí solo querían
Presidentes de República, y en la mesa siguiente
un águila le dijo que solo necesitaban Emperadores, y eso muy de vez en cuando.
Cuando llegó al final de la habitación se encontró con un rollizo cerdo con gafas que estaba leyendo atentamente un libro de cocina.
—¿Necesita usted un rey? —dijo Billy—. No
tengo experiencia.
Unicornio: Animal
fabuloso con figura
de caballo y con un
cuerno recto en
mitad de la frente.
El dragón del mar de caramelo 910 E. Nesbit
—Entonces eres el rey que necesitamos —dijo el
cerdo, cerrando el libro de golpe—. Vendrás dispuesto a trabajar, me imagino, como indica el
anuncio.
—Creo que sí —dijo Billy, y, en un rasgo de
honradez, añadió—: Especialmente si me gusta el
trabajo.
El cerdo le dio un pergamino plateado, y le dijo:
—Esa es la dirección.
En el pergamino ponía:
Reino de Plurimiregia. Billy Rey. Monarca respetable. Sin experiencia.
—Más vale que vayas por correo —dijo el cerdo—. Puedes coger el de las cinco.
—¿Por correo? ¿Cómo? —preguntó Billy.
—No tengo ni idea —dijo el cerdo—. Pero en
Correos lo saben todo. Así que te atas una etiqueta
al cuello con la dirección, y te echas al buzón que
tengas más cerca.
Cuando Billy estaba empezando a copiar la dirección, se abrió la puerta despacito y entró una
muchachita que se quedó mirando al león y al unicornio y a los otros animales, y como no le gustó
su aspecto, se dirigió directamente a Billy:
—Vengo a por lo del empleo de reina. Decía en
la ventana que no se necesitaba experiencia.
Tenía la cara redonda y sonrosada, su vestido
era bastante pobre y, desde luego, se veía a la legua que no tenía la menor experiencia como reina.
—Yo no trabajo aquí —dijo Billy.
Y el cerdo dijo:
—Pregunta en la mesa de al lado.
En la mesa de al lado había un lagarto tan grande que más parecía un cocodrilo, solo que no tenía
Pergamino:
Material empleado
para escribir,
encuadernar libros,
etc., que se fabrica
a partir de piel de
reses limpia, seca,
adobada y estirada.El dragón del mar de caramelo 11
en la boca esa expresión tan desagradable que tienen los cocodrilos.
—Díselo a él —dijo el cerdo, y el lagarto se inclinó hacia delante, como los dependientes de las
tiendas cuando preguntan: «¿Qué se le ofrece?».
—No quiero —dijo la muchachita.
—No seas tonta, que no va a comerte —dijo
amablemente Billy.
—¿Estás seguro? —dijo la niña, muy seria.
Entonces Billy dijo:
—Vamos a ver: yo soy rey. Me acaban de dar el
puesto. ¿Eres tú por casualidad reina?
—Bueno, yo me llamo Elisa Reina, que me figuro que viene a ser por el estilo.
—Bien —dijo Billy, volviéndose al lagarto—.
¿Le parece a usted que sirve?
—Yo diría que a las mil maravillas —dijo el lagarto con una sonrisa forzada que no le iba nada—.
Aquí está la dirección.
Y le dio una tarjeta donde ponía:
Reino de Allexanassa. Reina sin experiencia. Voluntariosa, trabajadora y deseosa de aprender.
—Tu reino está al lado del de él —puntualizó.
—Qué bien, así nos podremos ver de vez en
cuando —dijo Billy—. Anda, anímate, que a lo mejor hasta podemos hacer el viaje juntos.
—No —dijo el cerdo—, porque las reinas van
en tren. Pero, venga, ya os estáis marchando. Mi
amigo os acompañará hasta la puerta.
—¿Estás seguro de que no me comerá? —volvió
a preguntar Elisa, y Billy la tranquilizó, aunque no
las tenía todas consigo. Y le dijo:
—Adiós. Espero que te vaya bien en tu nuevo
empleo.12 E. Nesbit
Y allá que se fue Billy, sin pérdida de tiempo, a
comprar una etiqueta barata en una papelería que
había dos calles más abajo. Una vez que escribió
las señas en la etiqueta, se la ató al cuello y se metió ceremoniosamente en el buzón de la Oficina
Central de Correos.
Se estaba tan blandito y tan calentito encima de
las otras cartas que Billy se quedó dormido. Cuando se despertó vio que había entrado en el primer
reparto y que le llevaba directamente al Parlamento de la capital de Plurimiregia, que justamente tenía sesión ese día.
El aire de Plurimiregia era puro y transparente,
bien distinto del de Claremont Square. El Parlamento estaba situado en una colina en el centro de
la ciudad, y alrededor había otras colinas, rodeadas de frondosos bosques.
Era una ciudad pequeña y muy bonita, como
una estampa de colores, y tenía naranjos todo alrededor. Billy se preguntó si estaría permitido coger
las naranjas.
Cuando el ujier abrió las puertas del Parlamento, Billy se le acercó y le dijo:
—Usted perdone. Yo venía a...
—¿Es usted el cocinero o el rey? —interrumpió
el ujier.
A Billy le sentó muy mal la pregunta.
—¿Tengo yo cara de cocinero? —dijo.
—La cuestión es que tampoco tiene usted cara
de rey —dijo el ujier sin inmutarse.
—Como me quede,
...