ClubEnsayos.com - Ensayos de Calidad, Tareas y Monografias
Buscar

Hay Que Aguantar A Los Niños


Enviado por   •  10 de Junio de 2013  •  4.226 Palabras (17 Páginas)  •  392 Visitas

Página 1 de 17

HAY QUE AGUANTAR A LOS NIÑOS

STEPHEN KING

Su nombre era señorita Sydley, de profesión maestra.

Era una mujer menuda que tenía que ergirse para poder escribir en el punto más alto de la pizarra, como hacía en aquel preciso instante. Tras ella ninguno de los niños reía ni susurraba, ni picaba a escondida ningún dulce que sostuviera en la mano. Conocían demasiado bien los instintos asesinos de la señorita Sydley. La señorita Sydley siempre sabía quién estaba mascando chicle en la parte trasera de la clase, quién guardaba una tirachinas en el bolsillo, quién quería ir al lavabo para intercambiar cromos de béisbol en lugar de hacer sus necesidades. Al igual que Dios, siempre parecía saberlo todo al mismo tiempo.

Su cabello se estaba tornando gris, y el aparato que llevaba para enderezar se maltrecha espalda se dibujaba con toda claridad bajo el vestido estampado. Una mujer menuda, atenazada por constantes sufrimientos; una mujer con ojos de pedernal. Pero la temían. Su

afilada lengua era una leyenda en el patio de la escuela. Al clavarse en un alumno que reía o susurraba, sus ojos podían convertir las rodillas más robustas en pura gelatina.

En aquel momento, mientras apuntaba en la pizarra la lista de palabras que tocaba deletrear, la maestra se dijo que el éxito de su larga carrera docente podía resumirse y confirmarse mediante aquel gesto tan cotidiano. Podía volver la espalda a sus alumnos con toda tranquilidad.

-Vacaciones- anunció mientras escribía la palabra en la pizarra con su letra firme y prosaica-. Edward, haz una frase con la palabra vacaciones, por favor.

- Fui de vacaciones a Nueva York - recitó Edward.

A continuación, repitió la palabra con todo cuidado, tal como les había enseñado la señorita Sydley.

Muy bien Edward- aprobó la maestra mientras escribía la siguiente palabra.

Tenía sus pequeños trucos, por supuesto. Estaba del todo convencida de que el éxito dependía tanto de los pequeños detalles como de las grandes acciones. Aplicaba aquel principio en todo momento, y lo cierto era que nunca fallaba.

Uno de sus pequeños trucos consistía en el modo en que utilizaba las gafas. Toda la clase quedaba reflejada en sus gruesos cristales, y siempre tenía una leve punzada de regocijo al ver sus rostros culpables y asustados cuando los sorprendía en alguna de sus malvados

jueguecitos. En aquel momento, distinguió a través de sus gafas la imagen distorsionada y fantasmal de Robert. El chico estaba arrugando la nariz. La señorita Sydley no habló. Todavía no. Robert se ahorcaría por sí solo si le daban un poco más de cuerda.

-Mañana- articuló con toda claridad-. Robert, haz una frase con la palabra mañana, por favor.

Robert frunció el ceño mientras se concentraba. La clase estaba silenciosa y adormilada aquél caluroso día de finales de septiembre. El reloj eléctrico que pendía de la puerta indicaba que todavía quedaba media hora para que sonara el timbre de las tres, y lo único que impedía que las jóvenes cabezas cayeran sobre sus libros de ortografía era la silenciosa y terrible amenaza que representaba la espalda de la señorita Sydley.

-Estoy esperando, Robert.

-Mañana pasará algo malo- repuso Robert.

Las palabras eran inofensivas, pero a la señorita Sydley, que había desarrollado el séptimo sentido propio de todos los docentes estrictos, no le gustaron ni pizca.

-Ma-ña-na- terminó Robert, tal como le habían enseñado. Mantenía las manos unidas sobre el pupitre y en aquel momento volvió a arrugar la nariz. Al mismo tiempo, esbozó una pequeña sonrisa torva. De pronto, la señorita Sydley tuvo la certeza de que Robert

conocía el pequeño truco de las gafas.

Muy bien, de acuerdo.

Empezó a escribir la siguiente palabra en la pizarra sin regañar a Robert, dejando que su cuerpo erguido transmitiera su propio mensaje. Mientras escribía, observaba atentamente a Robert con un ojo. El chiquillo no tardaría en sacarle la lengua o hacer aquel asqueroso gesto con el dedo que todos los niños e incluso las niñas conocían, a fin de comprobar si la maestra sabía lo que estaba haciendo. Y entonces sería castigado.

El reflejo de Robert era pequeño, fantasmal, distorsionado. La señorita Sydley apenas prestaba atención a la palabra que estaba escribiendo en la pizarra.

De pronto, Robert se transformó.

La señorita Sydley apenas entrevió el cambio, tan sólo distinguió durante una fracción de segundos el rostro de Robert mientras se transformaba en algo... diferente.

Se volvió con brusquedad, con el rostro pálido, ignorando la punzada de dolor que le acometió en la espalda.

Robert la miraba con expresión inocente y perpleja. Sus manos seguían unidas sobre la mesa. En su cogote se apreciaban los primeros indicios de un remolino. No parecía asustado.

«Ha sido fruto de mi imaginación -se dijo la maestra-. Estaba buscando algo, y mi mente me ha jugado una mala pasada. Parece absolutamente inocente... sin embargo...»

-¿Robert?

Pretendía que su voz sonara autoritaria, que tuviera un timbre que impulsara a Robert a confesar. Pero no lo logró.

-¿Si señorita Sydley?

Sus ojos eran de color castaño oscuro, como el lodo que yace en el fondo de un río de cauce lento.

-Nada.

Se volvió de nuevo hacia la pizarra. Un murmullo apenas audible recorrió el aula.

-¡Silencio!- ordenó al tiempo que se daba la vuelta-. Otro sonido y nos quedaremos todos después de la clase.

Se había dirigido a toda la clase, pero, de hecho, su mirada permanecía clavada en Robert, quién se la devolvió con infantil inocencia. «Quién ¿yo? yo no, señorita Sydley.»

La maestra se volvió a la pizarra y empezó a escribir sin espiar a través de sus gafas. La última media hora se le antojó interminable, y tuvo la sensación de que Robert le lanzaba una mirada extraña al salir de la clase. Una mirada que parecía decir: «Tenemos un secreto

¿eh?.»

No podía apartar de sí aquella mirada. Permanecía clavada en su mente, como un trocito

...

Descargar como (para miembros actualizados)  txt (25.3 Kb)  
Leer 16 páginas más »
Disponible sólo en Clubensayos.com