Historia De Una Escalera
vivianac13 de Abril de 2013
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Historia De Una Escalera
Antonio Buero Vallejo
DRAMA EN TRES ACTOS
Premio Lope de Vega de 1949
Porque el hijo deshonra al padre,
la hija se levanta contra la madre,
la nuera contra su suegra:
y los enemi¬gos del hombre
son los de su casa.
(MIQUEAS, cap. VII, vers. 6.)
Esta obra se estrenó en Madrid, la noche del 14 de octubre de 1949, en el Teatro Español, con el siguiente reparto:
COBRADOR DE LA LUZ
GENEROSA ...............
PACA .......................
ELVIRA ....................
DOÑA ASUNCION ......
DON MANUEL ...........
TRINI ......................
CARMINA .................
FERNANDO ...............
URBANO ..................
ROSA ......................
PEPE .......................
SEÑOR JUAN ............
SEÑOR BIEN VESTIDO
JOVEN BIEN VESTIDO
MANOLIN .................
CARMINA hija ...........
FERNANDO hijo .........
José Capilla.
Adela Carbone.
Julia Delgado Caro.
María Jesús Valdés
Consuelo Muñoz.
Manuel Kayser.
Esperanza Grases.
Elena Salvador.
Gabriel Llopart.
Alberto Bové.
Pilar Sala.
Adriano Domínguez.
José Cuenca.
Fulgencio Nogueras.
Rafael Gil Marcos.
Manuel Gamas.
Asunción Sancho.
Fernando M. Delgado.
Derecha e izquierda, las del espectador
Dirección: CAYETANO LUCA DE TENA.
Decorado y vestuario: EMILIO BURGOS.
ACTO PRIMERO
Un tramo de escalera con dos rellanos, en una casa modesta de vecindad. Los escalones de bajada hacia los pisos inferiores se encuentran en el primer tér¬mino izquierdo. La barandilla que los bordea es muy pobre, con el pasamanos de hierro, y tuerce para correr a lo largo de la escena limitando el primer rellano. Cerca del lateral derecho arranca un tramo completo de unos diez escalones. La barandilla lo separa a su izquierda del hueco de la escalera y a su derecha hay una pared que rompe en ángulo junto al primer peldaño, formando en el primer término derecho un entrante con una sucia ven¬tana lateral. Al final del tramo la barandilla vuelve de nuevo y termina en el lateral izquierdo, limi¬tando el segundo rellano. En el borde de éste, una polvorienta bombilla enrejada pende hacia el hueco de la escalera. En el segundo rellano hay dos puertas: dos laterales y dos centrales. Las distin¬guiremos, de derecha a izquierda, con los nú¬meros I, II, III y IV.
El espectador asiste, en este acto y en el siguiente, a la galvanización momentánea de tiempos que han pasado. Los vestidos tienen un vago aire retrospectivo.
(Nada más levantarse el telón vemos cruzar y subir fatigosamente al COBRADOR DE LA LUZ, portando su grasienta cartera. Se detiene unos segundos para respirar y llama después con los nudillos en las cuatro puer¬tas. Vuelve al I, donde le espera ya en el quicio la SEÑORA GENEROSA: una pobre mu¬jer de unos cincuenta y cinco años.)
COBRADOR.—La luz. Dos pesetas. (Le tiende el re¬cibo. La puerta III se abre y aparece PACA, mujer de unos cincuenta años, gorda y de ademanes desenvueltos. El COBRADOR repite, tendiéndole el recibo.) La luz. Cuatro diez.
GENEROSA.—(Mirando el recibo.) ¡Dios mío! ¡Cada vez más caro! No sé cómo vamos a poder vivir.
(Se mete.)
PACA.—¡Ya, ya! (Al COBRADOR.) ¿Es que no saben hacer otra cosa que elevar la tarifa? ¡Menuda ladro¬nera es la Compañía! ¡Les debía dar vergüenza chu¬parnos la sangre de esa manera! (El COBRADOR se encoge de hombros.) ¡Y todavía se ríe!
COBRADOR.—No me río, señora. (A ELVIRA, que abrió la puerta II.) Buenos días. La luz. Seis sesenta y cinco.
(ELVIRA, una linda muchacha vestida de ca¬lle, recoge el recibo y se mete.)
PACA.—Se ríe por dentro. ¡Buenos pájaros son todos ustedes! Esto se arreglaría como dice mi hijo Urbano: tirando a más de cuatro por el hueco de la escalera.
COBRADOR.—Mire lo que dice, señora. Y no falte.
PACA.-iCochinos!
COBRADOR.-Bueno, ¿me paga o no? Tengo prisa.
PACA.—¡Ya va, hombre! Se aprovechan de que una no es nadie, que si no...
(Se mete rezongando. GENEROSA sale y pa¬ga al COBRADOR. Después cierra la puerta. El COBRADOR aporrea otra vez el IV, que es abierto inmediatamente por DOÑA ASUN¬CIÓN, señora de luto, delgada y consumida.)
COBRADOR.—La luz. Tres veinte.
DOÑA ASUNCIÓN.—(Cogiendo el recibo.) Sí, claro... Buenos días. Espere un momento, por favor. Voy adentro...
(Se mete. PACA sale refunfuñando, mientras cuenta las monedas.)
PACA.—¡Ahí va!
(Se las da de golpe.)
COBRADOR.—(Después de contarlas.) Está bien.
PACA.—¡Está muy mal! ¡A ver si hay suerte, hom¬bre, al bajar la escalera!
(Cierra con un portazo. ELVIRA sale.)
ELVIRA.—Aquí tiene usted. (Contándole la moneda fraccionaria.) Cuarenta..., cincuenta..., sesenta... y cinco.
COBRADOR.—Está bien.
(Se lleva un dedo a la gorra y se dirige al IV.)
ELVIRA.—(Hacia dentro.) ¿No sales, papá?
(Espera en el quicio. DOÑA ASUNCIÓN vuelve a salir, ensayando sonrisas.)
DOÑA ASUNCIÓN.—¡Cuánto lo siento! Me va a tener que perdonar. Como me ha cogido después de la compra y mi hijo no está...
(DON MANUEL, padre de ELVIRA, sale vestido de calle. Los trajes de ambos denotan una posición económica más holgada que la de los demás vecinos.)
DON MANUEL.—(A DOÑA ASUNCIÓN.) Buenos días. (A su hija.) Vamos.
DOÑA ASUNCIÓN.—¡Buenos días! ¡Buenos días, Elvirita! ¡No te había visto!
ELVIRA.—Buenos días, doña Asunción.
COBRADOR.-Perdone, señora, pero tengo prisa.
DOÑA ASUNCIÓN.—Sí, sí... Le decía que ahora da la casualidad que no puedo... ¿No podría volver luego?
COBRADOR.—Mire, señora: no es la primera vez que pasa y...
DOÑA ASUNCIÓN.—¿Qué dice?
COBRADOR.-Sí. Todos los meses es la misma his¬toria. ¡Todos! Y yo no puedo venir a otra hora ni pagarlo de mi bolsillo. Conque si no me abona tendré que cortarle el fluido.
DOÑA ASUNCIÓN.—¡Pero si es una casualidad, se lo aseguro! Es que mi hijo no está, y...
COBRADOR.—¡Basta de monsergas! Esto le pasa por querer gastar como una señora en vez de abonarse a tanto alzado. Tendré que cortarle.
(ELVIRA habla en voz baja con su padre.)
DOÑA ASUNCIÓN.—(Casi perdida la compostura.) ¡No lo haga, por Dios! Yo le prometo...
COBRADOR.-Pida a algún vecino...
DON MANUEL.—(Después de atender a lo que le susurra su hija.) Perdone que intervenga, señora.
(Cogiéndole el recibo.)
DOÑA ASUNCIÓN.— No, don Manuel. ¡No faltaba más!
DON MANUEL.—¡Si no tiene importancia! Ya me lo devolverá cuando pueda.
DOÑA ASUNCIÓN.— Esta misma tarde; de verdad.
DON MANUEL.-Sin prisa, sin prisa. (Al COBRADOR.) Aquí tiene.
COBRADOR.—Está bien. (Se lleva la mano a la gorra.) Buenos días.
(Se va.)
DON MANUEL.-(Al COBRADOR.) Buenos días.
DOÑA ASUNCIÓN.—(Al COBRADOR.) Buenos días. Mu¬chísimas gracias, don Manuel. Esta misma tarde...
DON MANUEL.—(Entregándole el recibo.) ¿Para qué se va a molestar? No merece la pena. Y Fernando, ¿qué se hace?
(ELVIRA se acerca y le coge del brazo.)
DOÑA ASUNCIÓN.-En su papelería. Pero no está contento. ¡El sueldo es tan pequeño! Y no es porque sea mi hijo, pero él vale mucho y merece otra cosa. ¡Tiene muchos proyectos! Quiere ser delineante, inge¬niero, ¡qué sé yo! Y no hace más que leer y pensar. Siempre tumbado en la cama, pensando en sus pro¬yectos. Y escribe cosas también, y poesías. ¡Más bo¬nitas! Ya le diré que dedique alguna a Elvirita.
ELVIRA.-(Turbada.) Déjelo, señora.
DOÑA ASUNCIÓN.—Te lo mereces, hija. (A DON MA¬NUEL.) No es porque esté delante, pero ¡qué preciosí¬sima se ha puesto Elvirita! Es una clavellina. El hombre que se la lleve...
DON MANUEL.-Bueno, bueno. No siga, que me la va a malear. Lo dicho, doña Asunción. (Se quita el sombrero y le da la mano.) Recuerdos a Fernandito. Buenos días.
ELVIRA.—Buenos días.
(Inician la marcha.)
DOÑA ASUNCIÓN.—Buenos días. Y un millón de gracias... Adiós.
(Cierra. DON MANUEL y su hija empiezan a bajar. ELVIRA se para de pronto para besar y abrazar impulsivamente a su padre.)
DON MANUEL.—¡Déjame, locuela! ¡Me vas a tirar!
ELVIRA.—¡Te quiero tanto, papaíto! ¡Eres tan bueno!
DON MANUEL.-Deja los mimos, picara. Tonto es lo que soy. Siempre te saldrás con la tuya.
ELVIRA.—No llames tontería a una buena acción... Ya ves, los pobres nunca tienen un cuarto. ¡Me da una lástima doña Asunción!
DON MANUEL.—(Levantándole la barbilla.) El ta¬rambana de Fernandito es el que a ti te preocupa.
ELVIRA.—Papá, no es un tarambana... Si vieras qué bien habla...
DON MANUEL.—Un tarambana. Eso sabrá hacer él..., hablar. Pero no tiene donde caerse muerto. Hazme caso, hija; tú te mereces otra cosa.
ELVIRA.—(En
...