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Infancia E Historia

yoye_mx5 de Junio de 2014

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TRISCIUZZI, Leonardo e Franco Combi. Infancia e Historia. Lima: IFEJANT, 1998 (Pp.

5-29).

Infancia e Historia

1. La Identidad Social de la Infancia

Con frecuencia se ha sostenido que una infancia prolongada es típica de la especie

homo sapiens y que esto ha permitido el diferenciarse de otras especies animales y el

llegar a un proceso progresivo de humanización caracterizado por la socialización y por el

nacimiento de la cultura.

El Cachorro Hombre o la cría del hombre, en efecto, sale a la luz físicamente muy débil

y necesita de cuidados. Esta debilidad-dependencia dura alrededor de diez años e implica

una constante asistencia por parte de los adultos. Esto provoca el pasaje de la unión de la

pareja a la familia, además quizá una primera y elemental división del trabajo al interior

de la misma familia (el cuidado de los hijos que es asumido por la madre y la búsqueda

del sustento, por el padre). Con el nacimiento de la familia y de una primera división del

trabajo se forma por lo menos el embrión, la sociedad. El lento crecimiento del niño, que

se cumple gracias a la protección ejercida por el núcleo familiar, es fundamentalmente

una socialización, un gradual aprendizaje de técnicas, de costumbres propias de la

especie. Este aprendizaje, que se realiza sobre todo por imitación de los adultos y en

primer lugar de los propios padres, produce la transmisión y la misma continuidad de la

cultura. Se crea así, gracias a la acción de la familia, una ligazón entre el individuo y la

sociedad que está en la base de la vida (y de la historia) de la especie humana. La

verificación de la verdad de estas tesis se puede tener en negativo, considerando el caso

de los «niños salvajes» abandonados luego de su nacimiento y que han crecido entre

animales. Estos niños han asimilado las costumbres y comportamientos de los animales

con los que se les ha juntado y de los cuales ha dependido su sobrevivencia, habiendo

perdido con frecuencia la posibilidad de retornar a la condición humana. Esto está testimoniado

por el caso quizás el más célebre aquel de Víctor de Aveyrón estudiado en los

primeros años del S. XIX por el médico francés Jean Itard.

La socialización del niño se cumple como un paso siempre cada vez marcado por una

dimensión esencialmente biológica hacia una más bien de carácter cultural. Se verifica

por lo tanto, un enriquecimiento de las necesidades primarias (nutrición y protección) a

través de su integración en un contexto social caracterizado por reglas y por costumbres,

por creencias y usos. Contemporáneamente, sin embargo, los adultos y la cultura que

ellos representan, imponen también una cierta reglamentación de las necesidades

primarias, es decir aquellas que están ligadas más estrechamente a la naturaleza biológica

del niño. Sin embargo, este paso como lo han subrayado las más recientes investigaciones

psicológicas, no es una simple adaptación, una imitación pasiva, sino que pone en juego

la participación directa por parte del niño.

El niño es un sujeto activo. También si el material de su experiencia está ya social e

históricamente determinado, él reorganiza de un modo dinámico e individual la

experiencia en la cual se encuentra inmerso. Al término de este proceso, esto es al fin

de la edad evolutiva, el niño, su mente (el lenguaje, las capacidades lógicas) y su

misma personalidad (ligada a creencias y costumbres) se caracterizarán en sentido

social.

El niño habrá llegado a ser un miembro de la comunidad a título pleno en cuanto

habrá asimilado los característicos aspectos culturales. La integración social se ha

cumplido, incluso si ésta ha llegado a darse en un modo dinámico y aunque nunca

asumirá la forma de una adaptación exclusiva, como, por el contrario, teorizaban en

los primeros años de nuestro siglo algunos sociólogos positivistas.

Los agentes fundamentales de esta socialización primaria son, por un lado, la familia y

por otro lado, el lenguaje, incluso éste segundo depende en buena parte del primero. En

efecto, a través del intercambio de señales sonoras con los familiares, y sobre todo con la

madre, sea en la fase del laleo, del balbuceo (emisión de sonidos no articulados), sea en

aquella fase pre-lingüística, como luego en aquella lingüística verdadera y propiamente

hablando, se cumple la maduración del lenguaje infantil.

La familia tiene como fin esencial el proteger y garantizar el funcionamiento de los

mecanismos sociales fundamentales que se refieren a la producción y a la reproducción

de la vida inmediata. No obstante, y precisamente porque garantiza la reproducción de la

especie, el sustento y sobre todo la educación de los individuos, tiende a perpetuar la

organización social existente; la familia es un agente de socialización históricamente

determinado. Ella actúa en un contexto social, refleja el ordenamiento en clases y las

ideologías, por lo tanto ejercita una obra de socialización primaria estrechamente

conectada a las estructuras del poder social existente.

No se coloca ni antes ni fuera de la sociedad y de la historia, incluso se transforma en el

curso de la historia y con el devenir de la sociedad.

Aquello que permanece siempre, más allá de lo que cambia, es, sin embargo, su función

de crear, a nivel elemental, una primera organización social. En otras palabras, la fa milia

garantiza siempre a través de la experiencia de reglas y de prohibiciones que el sujeto

hace a su interior, el establecerse de relaciones jerárquicas y de diferencias de roles. A

través de estas relaciones que se viven al interior de la familia el sujeto en edad evolutiva

cumple un primer reconocimiento de la sociedad, hace experiencia de su estructura y

asimila las reglas fundamentales del juego social.

Le debemos a Sigmund Freud y a su teoría del «triángulo edípico (madre-padre-niño) la

explicación quizás más convincente de esta socialización original que el niño realiza al

interior de su familia. La relación que el recién nacido establece con la madre, se

desarrolla en el tiempo y atraviesa diversas etapas: al inicio hay una ligazón de identidad,

el bebe se identifica con la madre, luego poco a poco se va operando un desprendimiento.

Es precisamente a través de esta relación caracterizada por un fuerte sentimiento de deseo

por la madre que el niño reconoce al otro distinto de sí, es decir que existe un mundo

externo a él, y que se consolida una primera relación social. A1 interior de esta relación

se inserta, sin embargo, la figura del padre que introduce límites y prescripciones y que

reclama un espacio propio. El es el representante de lo que es extraño a la relación de

deseo con la madre, de aquello que le es de alguna manera enemigo, de un mundo que

puede regularle su ejercicio, es decir, el ejercicio del Poder y de la Ley. En este proceso

emotivo el niño opera, a nivel del imaginario el reconocimiento de una primera estructura

social, incluso la vive y se apropia como una estructura profunda de su yo.

A partir de estos descubrimientos de Freud y relacionándolos a los de Karl Marx (1818-

1883) sobre la estructura de la sociedad burguesa, algunos representantes del

psicoanálisis social y político (como Wilhelm Reich, Erich Fromm pero también el

filósofo Max Horkheimer) en los años 30 han puesto en estrecha relación el contacto

edípico y la reproducción ideológico social de la sociedad burguesa. La familia, en este

contexto, asume la función de reproducir el orden burgués. Justamente a través del

modelo edípico la familia crea en el sujeto una distinción entre deseos y deberes, correspondiente

a aquella entre privado y público a nivel social. De ahí nacen procesos de

remoción y de represión (de los instintos y de las necesidades), que comprometen al

individuo en relaciones autoritarias de dependencia o de engaño y que marcan a fondo la

personalidad. La familia, según Horkheimer, es aquello que reproduce la personalidad

autoritaria, la cual es funcional a la gestión de una sociedad organizada según las

estructuras del capitalismo monopólico.

La familia, por lo tanto, no sólo abre al niño a una serie de relaciones interpersonales,

que llegarán a caracterizar la socialización de base, sino que también introduce al niño en

las estructuras de la sociedad, de las que la familia misma es portadora, en su interior y en

sus signos. En breve la familia hace de la infancia biológica del niño una infancia

histórica socialmente definida y culturalmente organizada.

La socialización infantil se acelera luego con el desarrollo del lenguaje, que es, por un

lado, un agente de socialización, incluso el más poderoso entre estos agentes. Como

subrayaba el filósofo alemán Ernst Cassirer (1874 - 1945), atento estudioso de las varias

«formas simbólicas» (lenguaje, arte, religión, etc.), que con «el aprender a darle un

nombre a las cosas el niño no añade simplemente una lista de signos artificiales

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