ClubEnsayos.com - Ensayos de Calidad, Tareas y Monografias
Buscar

LA CAJA OBLONGA


Enviado por   •  29 de Octubre de 2013  •  4.059 Palabras (17 Páginas)  •  533 Visitas

Página 1 de 17

LA CAJA OBLONGA

EDGAR ALLAN POE

Hace años, a fin de viajar de Charleston, en la Carolina del Sur, a Nueva York,

reservé pasaje a bordo del excelente paquebote Independence, al mando del capitán

Hardy. Si el tiempo lo permitía, zarparíamos el 15 de aquel mes (junio); el día anterior,

o sea el 14, subí a bordo para disponer algunas cosas en mi camarote.

Descubrí así que tendríamos a bordo gran número de pasajeros, incluyendo una

cantidad de damas superior a la habitual. Noté que en la lista figuraban varios

conocidos y, entre otros nombres, me alegré de encontrar el de Mr. Cornelius Wyatt,

joven artista que me inspiraba un marcado sentimiento amistoso. Habíamos sido

condiscípulos en la Universidad de C... y solíamos andar siempre juntos. Su

temperamento era el de todo hombre de talento y consistía en una mezcla de

misantropía, sensibilidad y entusiasmo. A esas características unía el corazón más

ardiente y sincero que jamás haya latido en un pecho humano.

Observé que el nombre de mi amigo aparecía colocado en las puertas de tres

camarotes, y luego de recorrer otra vez la lista de pasajeros, vi que había sacado pasaje

para sus dos hermanas, su esposa y él mismo. Los camarotes eran suficientemente

amplios y tenían dos literas, una sobre la otra. Excesivamente estrechas, las literas no

podían recibir a más de una persona; de todos modos no alcancé a comprender por

qué, para cuatro pasajeros, se habían reservado tres camarotes. En esa época me

hallaba justamente en uno de esos estados de melancolía espiritual que inducen a un

hombre a mostrarse anormalmente inquisitivo sobre meras nimiedades; confieso

avergonzado, pues, que me entregué a una serie de conjeturas tan enfermizas como

absurdas sobre aquel camarote de más. No era asunto de mi incumbencia, claro está,

pero lo mismo me dediqué pertinazmente a reflexionar sobre la solución del enigma.

Por fin llegué a una conclusión que me asombró no haber columbrado antes: «Se trata

de una criada, por supuesto --me dije -. ¡Se precisa ser tonto para no pensar antes en

algo tan obvio!»

Miré nuevamente la lista de pasajeros, descubriendo entonces que ninguna

criada habría de embarcarse con la familia, aunque por lo visto tal había sido en

principio la intención, ya que luego de escribir: «y criada», habían tachado las palabras.

«Pues entonces se trata de un exceso de equipaje -me dije - algo que Wyatt no quiere

hacer bajar a la cala y prefiere tener a mano... ¡Ah, ya veo: un cuadro! Por eso es que

ha andado tratando con Nicolino, el judío italiano.»

La suposición me satisfizo y por el momento dejé de lado mi curiosidad.

Conocía muy bien a las dos hermanas de Wyatt, jóvenes tan amables como

inteligentes. En cuanto a su esposa como aquél llevaba poco tiempo de casado, aún no

había podido verla. Wyatt había hablado muchas veces de ella en mi presencia, con su

estilo habitual lleno de entusiasmo. La describía como de espléndida belleza, llena de

ingenio y cualidades. De ahí que me sintiera muy ansioso por conocerla.

El día en que visité el barco (el 14), el capitán me informó que también Wyatt y

los suyos acudirían a bordo, por lo cual me quedé una hora con la esperanza de ser

presentado a la joven esposa. Pero al fin se me informó que «la señora Wyatt se hallaba

indispuesta y que no acudiría a bordo hasta el día siguiente, a la hora de zarpar».

Llegó el momento, y me encaminaba de mi hotel al embarcadero cuando

encontré al capitán Hardy, quien me dijo que, «debido a las circunstancias» (frase tan

estúpida como conveniente), el Independence no se haría a la mar hasta uno o dos días

después, y que, cuando todo estuviera listo, me mandaría avisar para que me

embarcara.

Encontré esto bastante extraño, ya que soplaba una sostenida brisa del Sur, pero

como «las circunstancias» no salían a luz, pese a que indagué todo lo posible al

respecto, no tuve más remedio que volverme al hotel y devorar a solas mi impaciencia.

Pasó casi una semana sin que llegara el esperado aviso del capitán. Lo recibí por

fin y me embarqué de inmediato. El barco estaba atestado de pasajeros y había la

confusión habitual en el momento de izar velas. El grupo de Wyatt llegó unos diez

minutos después que yo. Estaban allí las dos hermanas, la esposa y el artista -este

último en uno de sus habituales accesos de melancólica misantropía -. Demasiado

conocía su humor, sin embargo, para prestarle especial atención. Ni siquiera se molestó

en presentarme a su esposa, quedando este deber de cortesía a cargo de su hermana

Marian, tan amable como inteligente, quien con breves y presurosas palabras nos

presentó el uno a la otra.

La señora Wyatt se cubría con un espeso velo y, cuando

...

Descargar como (para miembros actualizados)  txt (25.6 Kb)  
Leer 16 páginas más »
Disponible sólo en Clubensayos.com