La Experiencia Sensible De Fogwill
brendagis6 de Julio de 2011
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Universidad Nacional del Comahue
Facultad de Humanidades
Seminario de Literatura Argentina
Profesora: Alejandra Minelli
La Experiencia Sensible de Fogwill
Alumnas: Brenda Palacios
Geraldine Sedaca
La critica social
Con ironía, Fogwill critica a las ilusiones de la clase media alta de la Argentina. Es que en este terreno la familia Romano no pueden ser otra cosa que la realización torpe y desfigurada de sus ilusiones, porque detrás de la ilusión no hay sino ilusión, sin fondo.
Critti, el amigo encontrado por los Romanos casualmente en Las Vegas, es una especie de conciencia despierta sobre la naturaleza del régimen militar en lo que respecta a los caminos que ofrece para maximizar las ganancias. A Romano le explica cuáles son las líneas probables del futuro: en plena dictadura, lo ilustra sobre el posible regreso de la política y la necesidad que esa política tendrá de cultivar las reglas del espectáculo. Romano, empresario turco-judío no está en la posición ideológica de percibir lo que Critti, que tiene unos millones más y por eso ha logrado saber, o porque sabe hizo algunos millones extra, le explica. Una línea de ese diálogo tiene la fijeza de un proverbio cínico: con los militares se trata de darles algo de comer para que se vuelvan mansitos.
Romano tiene algunas grietas: por su pasado de hijo de una familia de origen árabe-judío de empresarios textiles, llega desde la producción de bienes materiales al mundo de showbiz y los servicios de imagen. Algo que da de su pasado en una estrategia de emprendedor que saca cuentas, cubierta casi por completo por el nuevo estilo de burgués triunfante para quien todas las facturas vienen en moneda chica. Romano es una bisagra en un capítulo monstruoso del capitalismo argentino. Y puede serlo por que la novela le da dos caras: una de serenidad relativa frente a una demencia social por la ganancia inmediata; la otra, del insultante dispendio de esos años locos donde la dictadura se creía tan estable como una moneda devaluada que halagaba el mito de una Argentina en el centro del mundo, del cual se la expulsaba justamente por su régimen político y poco después se la expulsaría por las consecuencias de la fiesta financiera. Romano es perfectamente significativo por su oscilación entre alguna cualidad heredada y un desenfreno presente.
En base a un suceso sencillo, las vacaciones obligadas en Las Vegas que un empresario apellidado Romano pasa en el año 1978 con su esposa, sus hijos y la niñera, La experiencia sensible perfila una clara crítica al papel de gran parte de la clase media argentina durante la última dictadura militar. Lo destacable reside en que Fogwill no elige mirar un indigno pasado para diferenciarlo del presente sino, por el contrario, para poner de relieve la continuidad entre ambos. De ahí que la novela sea al mismo tiempo un amargo retrato del ciudadano medio occidental en el mundo de hoy; de una vida estandarizada. Así Fogwill recurre a su ojo de crítico para tomar una radiografía del momento en que la inocente embriaguez de las dichas domésticas se convierte de repente en otra cosa: en el reclamo vital de una vida menos mezquina, más plena, más alta.
Así la historia transcurre en un mundo administrado donde la espontaneidad aparece abolida y donde la voluntad interviene solamente para acomodarse mejor al rumbo que otros han dispuesto, jamás para intentar torcerlo o siquiera interrogarlo. En ese clima en el que la ilusión de plenitud que produce el consumo convive con el pulso monótono de un opaco enajenamiento, los únicos destellos lúcidos aparentan provenir del narrador.
Recuperando un énfasis sociológico que ha convertido a Fogwill en uno de los autores argentinos con más ojo clínico para capturar los deseos imaginarios de la clase media alta nativa, vuelve a la larga risa de todos esos años (los de la dictadura) para recuperar algunas facetas sobre las que poco se suele insistir al hablar de esos años: el viaje consumista al extranjero, el triunfalismo dolarizado de un sector social que pocos años después se horrorizaría con los crímenes de la dictadura.
En la novela la desdicha en la que transitan los personajes es causa del proceder de la puerilidad de una organización social de la que los sueños (los verdaderos sueños) deben ser erradicados. Los personajes de La experiencia sensible sólo acceden a formas degradadas del sueño, como se advierte en los involuntarios flashes con flamantes equipos de fax que fulguran en la cabeza de Romano mientras hace el amor con su esposa.
En La experiencia sensible, el arsenal de reflexión narrativa parece centrarse en los hijos que se separan de un mundo para entrar en otro. En ese deslizamiento se revela una estrategia de la novela: mirar desde el presente (consumismo, globalización, clases media y alta de ahora, nuevas costumbres) provocando leves interferencias en el pasado. Ésa es la mirada que parece haber elegido Fogwill para sumergirse durante el tiempo de la novela.
Como es el caso de algunos de los pensamientos de Romano en la cual se encuentra una consideración sobre el personal de servicio de los restaurantes y hoteles, según sean hispanos, negros o blancos. Aquí hallamos nuevamente la reflexión sobre el servilismo como cuestión en que se revela el secreto del conocimiento. En efecto, el acto de servir se presta a la observación de innumerables matices, en el que un fino juego de desprecio es recubierto con capas de gestos y silencios en lo que está todo lo que el poder de los sumisos o el andrajo existencial de los poderosos. Poder describir la humillación, ámbito interno de las vidas que como el utillaje interno de un avión, pronostica la fragilidad que sostiene una fuerza, es lo que pone a prueba la escritura. Por eso, si el protagonista no coartara deliberadamente su facultad pensante, su estado podría imaginarse como el de un hombre que de pronto se da cuenta de que todos sus actos ya fueron programados, y comprende que lo único que le queda hacer de allí en más es parodiarse.
Horacio González presenta a La experiencia sensible como una novela de terror. Pero de un terror al que sólo le basta que los objetos estén quietos, desconectados brevemente de su función, en un olvido momentáneo. Esta imagen releva un mundo humano circular en que rige un horror natural, mantenido por palabras que comprimen la experiencia en su ignorada materia económica, letal. En la superficie del texto, donde parece no ocurrir nada, o donde estamos situados en un mundo de estupidez, sin embargo, no se demora en presentar el plano interno de la calamidad. Es que yace allí desde siempre, como anuncio que compagina desde el futuro-real toda experiencia sensible. Fogwill han procedido pensando en un fondo de terror que habita en toda exploración de una memoria. En este sentido, si es para usar otra palabra, pero ahora pensando en la experiencia colectiva argentina, es un historicista. Pero historicista que reduce todo a un esqueleto sin que los nombres de una memoria dejen de palpitar.
El realismos versus el antirrealismo
Ya en la primera página de La experiencia sensible, impresa en cursiva, Fogwill no quiere quedar afuera de la polémica interna que ha sufrido la literatura argentina desde a mediados de los setenta: “Sucedió a fines de los años setenta. Por entonces narrarlo era uno de los proyectos con menor sentido…” ya que por aquella época abundaban historias que eran “más atractivas y prometían mejor resultado: más fáciles de narrar unas, otras más seductoras para la crítica…; la fuerte crítica a lo establecido, a lo canónico en la literatura se hace cada vez más evidente.
Desde el inicio se desafía abiertamente el mandato antirrealista y se denuncia a la estética: “Nadie que se preciara de estar a tono con la época”, se dice en una especie de prólogo, que no lo llega ser, y que se cuela en la primera página de la ficción, “apostaba al realismo, cada cual esperaba su turno para manifestar un refinado desprecio por la realidad...”. Ahora bien, Fogwill se pregunta si “ostentar tales ánimos no sería también un testimonio de la realidad.”, es decir,
Por eso, aferrados a la boga antirrealista, los lectores de una aparente primera presentación de La experiencia sensible resultaron descontentos. Esa versión, que no se extravió como le habría sucedido si el humor de la época se hubiera impuesto, es la que ahora se publica. Sin embargo, no puede ser leída como la misma porque el tiempo ha marcado un hiato entre los hechos de la historia y el recuerdo que se tiene de esos hechos.
En esta breve introducción Fogwill se coloca al frete a dos cuestiones estéticas: el realismo no como estilo sino como un tipo de narración; el desfasaje entre lo narrado y el referente.
No nos olvidemos que el desinterés de la literatura argentina por lo real, es en verdad de larga data. Al tiempo que el alemán Erich Auerbach escribía en el exilio Mímesis, su monumental interpretación del realismo en la literatura occidental, pasando primero por Stendhal, Balzac, Zola para alcanzar luego a Flaubert, Proust y Virginia Woolf. Borges afirmaba que la ambición realista sólo podía derivar en la novela psicológica, la representación de “lo insípido de cada día”, y de esta forma parodiaba con gusto toda empresa literaria destinada a representar lo real. Así el realismo se convirtió desde entonces en materia de polémica para la literatura argentina y el antirrealismo, a menudo, un obligado programa.
Preguntarnos de qué hablamos cuando hablamos de realismo en la literatura de Fogwill
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