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La Mujer Debe Dar A Luz

jolugafu12 de Marzo de 2014

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LA MUJER DORMIDA DEBE DAR A LUZ

EL DESPERTAR DE LA CONCIENCIA

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AYOCUAN

ANTONIO VELASCO PIÑA

Capítulo Primero

EN LA CIUDAD UNIVERSITARIA

En este primer capítulo nos habla de aquel joven que deseaba con gran emoción formar parte de la generación fundadora de la ciudad universitaria, Los sentimientos de simpatía y admiración hacia Alemania por parte de los mexicanos, han sido siempre particularmente acentuados; sin embargo, estimo que estos sentimientos eran aún más fuertes entre nuestros padres y nuestros abuelos, como resultado de diversas causas históricas que arrancan por lo menos de la época en que el gobierno de don Venustiano Carranza estuvo a punto de celebrar tratados de alianza militar con la Alemania del Kaiser, acontecimiento que influyó en forma importante para determinar a los Estados Unidos a intervenir en contra de Alemania en la Primera Guerra Mundial, conflagración durante la cual México mantuvo una precaria neutralidad, manifestando en múltiples ocasiones sus simpatías en favor de Alemania.

Durante toda esa época gris y oscura tuve tan sólo un seguro refugio en contra de la ingrata realidad que me rodeaba: la lectura; primero la de simples cuentos infantiles, más tarde la de narraciones históricas. Mi creciente interés por estas últimas fue lo que habría de llevarme, con el correr del tiempo, a seguir la carrera de historiador.

—No se me ocurren palabras más adecuadas. Lo que sí puedo decirte, es que a lo largo de la historia los individuos que actúan como tú son siempre considerados por todos como lo más vil y despreciable a que puede llegar un ser humano, en cuya comparación el peor de los bandoleros es infinitamente superior, pues al menos arriesga su vida y su libertad; en cambio tú te escondes tras las "faldas" de la autoridad para robar impunemente.

Capítulo Segundo

EN LA CIUDAD DE MONTE ALBAN

En este capítulo, despertó y se dio cuenta que estaba solo, que enrique no estaba y todo estaba solitario. Cuando a la mañana siguiente oí los pasos de la persona encargada del aseo del departamento —una mujer parlanchina y de muy buen carácter— sentí una emoción parecida a la de un náufrago al ver llegar a sus salvadores. Tras de llamarla a grandes voces desde la recámara —me había percatado de que ya casi no podía moverme— le pedí se comunicase por teléfono con un buen amigo mío que estaba por concluir sus estudios de Medicina.

Fascinado comencé a recorrer los monumentales edificios de piedra. Las amplias escalinatas y los enormes espacios vacíos, todo el conjunto revelaba una simetría increíble, misma que podía ser apreciada sin necesidad de poseer mayores conocimientos sobre historia o arqueología. La armonía y unidad del conjunto hacía evidente el tremendo esfuerzo de sus constructores por lograr un propósito determinado, todo parecía haber sido realizado conforme a un plan que no dejaba nada al capricho o a la casualidad. Me encontré entre estos edificios a un personaje que lo había conocido hace cuatro años atrás, El alemán anotó en un papel un nombre y una dirección en la ciudad de Oaxaca, así como las horas en que resultaría fácil localizarlo. Después de esto se despidió afablemente.

La dirección correspondía a una casa de huéspedes ubicada casi en las afueras de la ciudad de Oaxaca; en la entrada, una mujer bajita, morena y regordeta, trapeaba descalza un largo corredor. Al escuchar mi pregunta me informó que efectivamente se hospedaba en ese lugar la persona a quien buscaba. El alemán me invitó a pasar a su habitación, una amplia estancia llena de luz. No había en ella nada que revelase la personalidad de su ocupante, con excepción quizás de una mesa sobre la que se agrupaban varios libros y documentos. Hay algo que me gustaría advertirle desde ahora —afirmó el alemán—. El aprendizaje de la Historia constituye una labor extremadamente ardua y laboriosa, en la cual sólo se comienzan a obtener resultados después de largos años de continuos esfuerzos. Usted es aún muy joven y todavía está en posibilidad de dedicarse a cualquier otra actividad más fácil y mejor remunerada. Le aconsejo, por tanto, reflexionar un tiempo acerca de si verdaderamente está tan interesado en aprender Historia como supone actualmente.

Me despedí de él y marché de regreso al hotel. La reciente conversación sostenida con aquel extraño sujeto había servido para afianzar los crecientes sentimientos de respeto y confianza que su personalidad me despertaba. Si sus conocimientos estaban a la altura de la integridad y honestidad que ponía de manifiesto en todas sus palabras, debía tratarse de un verdadero sabio. Comencé a desear que el tiempo transcurriese veloz y que pronto llegase la fecha señalada para el próximo encuentro.

Me detuve frente a la casa marcada con la dirección que buscaba; se trataba de una de esas casas típicas del Coyoacán del siglo XIX. Estaba pintada con vivos colores azul y blanco, la puerta de madera se veía ya un poco carcomida por el paso del tiempo.

Esta segunda parte resultó aún más difícil, pues me di cuenta de que no me era posible recordar con precisión sino algunos detalles del grabado. Pero cuando comprendí a qué grado estamos acostumbrados al funcionamiento superficial de nuestra mente, fue en el ejercicio de meditación. Durante el mismo, estuve haciendo constantes esfuerzos por tratar de profundizar en la escena del grabado, e impedir a la vez que ello me condujese a pensar en numerosos acontecimientos que, aun cuando también formaban parte de la Revolución Francesa, no tenían nada que ver con el personaje que en aquel momento me interesaba, el cual permanecía alejado y misterioso, sin que mis reflexiones sobre el mismo me aportasen ningún dato acerca de su verdadero carácter, así como de los móviles que le habían impulsado para realizar un acto de tanta trascendencia, como fue el haber dado muerte a Marat.

Faltaban quince segundos para las siete de la mañana; esperé meticulosamente a que el segundero de mi reloj marcase la hora exacta fijada para la entrevista, y oprimí el timbre de la casa que habitaba el coronel. Ningún europeo se expresaría mal, al menos por mi culpa, de la puntualidad mexicana. Sus primeras preguntas se refirieron a cuestiones generales que podían contestarse fácilmente con sólo haber observado superficialmente los grabados, pero casi inmediatamente comenzaron a volverse más difíciles, obligándome a buscar velozmente en mis recuerdos para encontrar las respuestas. El tiempo corría y el interrogatorio se prolongaba indefinidamente, salvo breves descansos de cinco minutos, que me eran concedidos cada vez que el reloj de pared de la estancia donde nos encontrábamos anunciaba que había transcurrido una hora más de incesantes preguntas.

Los procedimientos de enseñanza utilizados por el coronel entrañaban el empleo de métodos cuya existencia jamás hubiera podido imaginar. A pesar de su aparente diversidad, estos métodos se encontraban unidos entre sí por una idea o principio central: el de considerar que la auténtica comprensión de la Historia no constituye un conocimiento que pueda ser transmitido directamente de maestro a discípulo, sino que es algo que este último debe ir descubriendo por sí mismo. Así como la instrucción que se imparte a los que desean convertirse en pintores o en músicos, no sólo busca que éstos adquieran el dominio de las técnicas de ejecución de dichas artes, sino que fundamentalmente trata de fomentar el desarrollo de las propias facultades de expresión artística de cada estudiante, en igual forma los métodos de enseñanza de la Historia a que me refiero tendían a ejercitar al alumno en la difícil labor de aprender a analizar todos los factores que componen cualquier suceso histórico, para después comenzar a comprenderlo y valorarlo.

Después de esto volvió a su asiento y expresó las siguientes sorprendentes declaraciones:

—La conclusión de la más reciente Edad histórica de predominio de la inteligencia racional sobrevino como resultado de un cataclismo de proporciones mundiales acontecido aproximadamente doce mil años antes de Cristo; pero antes de que esto ocurriese, las culturas desarrolladas a lo largo de esta Edad alcanzaron profundos conocimientos científicos y tecnológicos que encauzaron al aprovechamiento de diversas "fuerzas cósmicas".

Es obvio que estas culturas perecieron por accidente; una catástrofe de consecuencias mundiales cuya memoria aún perdura en las leyendas de pueblos situados en los más diversos confines del planeta. Lo que en cambio resulta muy difícil tratar de precisar, es si este cataclismo fue motivado por la naturaleza o fue provocado por el mal uso de las poderosas fuerzas cósmicas que estas culturas manejaban. Sea por una causa o por la otra, el hecho es que repentinamente las regiones donde florecieron las avanzadas culturas de la más reciente Edad histórica de predominio de la inteligencia racional, quedaron convertidas en áridos desiertos, o bien, fueron sumergidas por las aguas. Una vez pasados los efectos del cataclismo y tras readaptarse a las nuevas condiciones climatológicas imperantes en el planeta, la humanidad reinició su interrumpido ascenso, o sea, buscó nuevamente la ampliación de su consciencia, pero empleando en esta ocasión la otra facultad con que cuenta para ello: la intuición emotiva.

Considero innecesario transcribir las enseñanzas que sobre diversos asuntos de carácter histórico tuvo a bien impartirme el coronel, pues, como ya he mencionado, este libro no tiene propiamente la intención de disertar sobre

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