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La Sanguijuela Se Mi Niña


Enviado por   •  7 de Noviembre de 2012  •  14.636 Palabras (59 Páginas)  •  374 Visitas

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“La pasión y el peligro chocan de nuevo en este exclusivo eBook de los Señores del Inframundo.”

Una vez, el Atlas, Dios Titán de la Fuerza, fue el esclavo de la diosa griega Nike. Ahora, él es su maestro. Y pronto estos enemigos jurados destinados a destruirse el uno al otro se verán obligados a arriesgarlo todo para darle una oportunidad al amor.

CAPITULO 1

—Estate quieta, Nike. Estás haciendo esto peor para ti —Atlas, dios Titán de la fuerza, contemplaba a la ruina de su existencia.

Nike, la diosa griega de la fuerza. Su contrapartida piadosa. Su enemiga. Y una completa -poco más o menos-perra.

Dos de sus mejores hombres sostenían sus brazos y dos sujetaban sus piernas. Deberían haber podido inmovilizarla sin incidentes. Le habían puesto un collar, después de todo, y este impedía que usara cualquiera de sus poderes inmortales. Incluso su legendaria fuerza, la cual no estaba a la altura de la suya, gracias al cielo. Pero nunca había habido una hembra más terca o más determinada a derribarlo. Continuamente luchaba contra su agarre, lanzando puñetazos, pateando y mordiendo como un animal arrinconado.

—Te mataré por esto —le gruñó.

—¿Por qué? No te estoy haciendo nada que no me hayas hecho tú antes.

Con movimientos recortados, Atlas se sacó la camisa por la cabeza y la echó a un lado, revelando su pecho y las cuerdas de su estómago. Allí en medio, en grandes letras negras, extendiéndose desde un diminuto pezón café al otro, estaba su nombre, deletreado para que todo mundo lo viera. N.I.K.E.

Ella lo había marcado, reduciéndolo a su propiedad.

¿Se lo había merecido? Tal vez. Una vez, él había sido un prisionero en esta área desolada. El Tártaro, una mazmorra sagrada. Había sido un dios derrocado, hecho prisionero y olvidado, no mejor que basura. Había querido salir y había estado dispuesto a hacer cualquier cosa por conseguirlo. Cualquier cosa. Así que había seducido a Nike, una de sus guardas, usando sus sentimientos por él contra ella.

Aunque pudiera negarlo ahora, ella verdaderamente se había enamorado un poco de él. La prueba: había arreglado su huída, un crimen castigado con la muerte. Aún así, había estado dispuesta a arriesgarse. Por él. Pero, justo antes de que le quitara su collar, permitiéndole destellarse lejos y trasladarse de un sitio a otro con sólo un pensamiento, ella descubrió que también había seducido a otras guardias femeninas.

¿Por qué confiar en una para lograr terminar el trabajo cuando cuatro le podrían servir mejor?

Él había contado con el hecho de que ninguna de las hembras griegas desearía que se conociera su romance con un Titán esclavizado. Había contado con su silencio.

Lo que debería haber hecho era contar con sus celos.

Nike había comprendido que había sido usada, que realmente sus emociones nunca habían estado comprometidas. En vez de arrojarlo de nuevo de vuelta a su celda y fingir que él no existía, en vez de golpearlo, ella lo había sometido y marcado permanentemente.

Durante años había soñado con devolverle el favor. Algunas veces pensaba que ese deseo era la única cosa que lo mantenía cuerdo mientras pasaba siglo tras siglo dentro de este agujero infernal. Solo, con la oscuridad como su única compañera.

Imaginad su deleite cuando las paredes de la prisión comenzaron a resquebrajarse. Cuando las partes defensivas comenzaron a desmoronarse. Cuando sus collares se desprendieron. Había llevado un tiempo, pero él y sus hermanos finalmente habían logrado abrirse camino, libres. Habían atacado a los griegos, brutalmente y sin piedad.

En cuestión de días, habían ganado.

Los griegos fueron derrotados y ahora estaban encerrados exactamente donde ellos habían encerrado a los titanes. Atlas se había alistado como voluntario para supervisar el área y, afortunadamente, había sido puesto al mando. Finalmente, su día de venganza había llegado. Nike lo había hecho llevar su marca para siempre.

—Deberías estar agradecida de estar viva —le dijo.

—Jódete.

Él sonrió lentamente, malignamente.

—Lo hiciste tú, ¿recuerdas?

Sus forcejeos aumentaron. Aumentaron tan cruelmente que pronto estuvo jadeando y sudando al lado de sus hombres.

—Dadle la vuelta —les ordenó. Sin misericordia. Atlas no tenía paciencia para esperar hasta que ella se cansara—. Únicamente, tatuaré hasta que mi nombre esté lo suficientemente claro como para satisfacerme.

Con un chillido frustrado y enfurecido, finalmente se calmó. Ella sabía que decía la verdad.

Él siempre decía la verdad. Las amenazas no eran algo en lo que gastara saliva en pronunciar.

Sólo en las promesas.

—Eso es, buena chica.

Atlas caminó a grandes pasos hacia adelante y desgarró la tela de su espalda. La piel era de color bronceado y suave. Perfecta. Una vez, él había acariciado esa espalda. La había besado y lamido. Y sí, estar con ella había sido más satisfactorio de lo que fue con cualquiera de las demás, pero no sería gobernado por su pene y la liberaría antes de marcarla, todo por la esperanza de poder meterse en su cama otra vez. Haría esto.

—Esto no es lo que te hice a ti —Nike habló con voz áspera—. Yo no te marqué la espalda.

—¿Preferirías que marcara tus preciosos pechos?

Ante eso, contuvo su lengua.

Bien. Él no deseaba estropear su pecho. Sus senos eran una obra de arte, seguramente la más fina creación del mundo.

—No hay necesidad de agradecérmelo —murmuró. Extendió su mano ante la necesidad de darle un azote con su mano—. Por lo menos, no tendrás que mirar mi nombre cada día de tu, demasiada larga, vida.

Como él tuvo que hacer.

—No hagas esto —lloró repentinamente ella—. Por favor. No lo hagas —giró la cabeza y había lágrimas en sus ojos cafés.

Ella no era una mujer hermosa. Apenas podría ser llamada bonita. Su nariz era ligeramente larga y sus mejillas un poco agudas. Tenía el pelo de color castaño cortado para caer en sus hombros demasiado anchos, el cuerpo de una guerrera. Pero había algo en ella que siempre le había atraído.

Él puso los ojos en blanco.

—Seca esas lágrimas falsas, Nike —y él sabía que eran falsas. Ella no era propensa a los despliegues de emoción—. No me afectan y ciertamente no te salvarán.

Instantáneamente sus párpados se estrecharon, las lágrimas desaparecieron milagrosamente.

—Bien. Pero vas a lamentarlo. Lo prometo.

—Voy a esperar tus intentos.

Era verdad. Luchar con ella siempre lo hacía excitarse.

Sin

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